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Domingo, 1 de junio de 2014
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VUELTAS EN LA CAMA

Por Alan Pauls
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[Todo esto debe ser leído como dicho por alguien que despierta en medio de la noche y rumia:]

Amenaza I. Aprovecho el blanco sábana de esta página (no hay como el insomnio para despabilar al Proust que anida en nosotros) para alertar: pienso pasar a degüello al próximo hablante de Buenos Aires que diga en mi presencia finde, peli, porfa, facu, abue, celu, compu, mila, pelu o cualquiera de los dulces muñones verbales que hacen furor y proliferan sin control en el habla del porteño medio. Es en serio. Todavía siento el efecto raspaje que me dejó en el cerebro la voz de un animador de radio que hace unos días, en uno de esos relevos de posta que está tan de moda ventilar, cuando el equipo que conduce un programa cede micrófonos, sillas y aire al equipo del programa siguiente, emitió muy suelto de cuerpo el aborto de palabra transi, supongo que para aludir a la transición que en ese momento él y sus colegas sobreexcitados salpimentaban con carcajadas y chistes privados, no al célebre transiberiano que une a la Rusia europea con China. ¿Qué mierda pasa? ¿A qué viene esta compulsión a ablandar el lenguaje? Odio, sí, odio con toda profundidad, con un odio ciego y primitivo que la hora avanzada de la noche y mis ojos abiertos dotan de una precisión quirúrgica, odio sobre todo el criterio espontáneo que subyace al ablandamiento: la pretensión no de infantilizar el lenguaje (cosa siempre inquietante y siempre bienvenida) sino de hacerlo más palermitano, calcándolo sobre la situación ejemplar de una reunión de padres de colegio progre, donde los padres hablan entre ellos (pero se dirigen de reojo a los chicos) y les hablan a los chicos (pero dirigiéndose a los otros padres), pero no conectan ni con unos ni con otros: sólo chequean que la línea ande. Odio la histeria suave, civilizada, de esa interlocución estrábica, porque odio sus efectos: la ilusión de comunidad que crea (tan estratégica como las de las compañías de telefonía celular) y la inofensividad triste a la que condena al lenguaje (comparada con la cual los atajos brutales de los mensajes de texto parecen enigmáticos como jeroglíficos egipcios). Decimos finde, compu y mila y es como si nos hablara la Secretaría de Turismo de la ciudad, ansiosa por contrarrestar la violencia que impera en Buenos Aires con las radiaciones de un estúpido idiolecto friendly que nos edulcora a todos por igual, el mismo al que apelan ciertos autores de canciones infantiles para ganarse la complicidad de los niños y caerles bien a sus padres, únicos compradores potenciales de sus discos. Son las tres y veinte de la mañana y quiero un lenguaje completo, filoso, friendly free.

Lactancia y pornografía. Del manual de instrucciones de un sacaleches importado: “Contemplar una fotografía del bebé puede estimular el efecto ‘bajada de leche’”.

RIP. A su funeral –“un acto propio de las exequias de un jefe de Estado”– asistieron los presidentes de Colombia y México. Putin lo llamó “amigo íntimo de Rusia”. Obama y Clinton lloraron su desaparición. El embajador de España en Rusia dijo que era “una persona encantadora”. No paro de regurgitar la despedida de García Márquez. ¿Qué media quedó sin chupar? No es sólo la unanimidad escandalosa de las necrológicas, de una devoción tan homogénea y universalizante que terminó neutralizando incluso el pequeño, único vicio donde acechaba una posibilidad de controversia: la adhesión incondicional a Cuba. Es sobre todo el efecto pedestal. Nos gustan los escritores que mueren borrachos, suicidas, olvidados, invisibles, exiliados, felices, distraídos, dormidos. Incluso los que mueren como cualquier hijo de vecino. Pero ¿desde cuándo nos gustan los que mueren como presidentes?

Cómo nos ven. Leo en pantuflas el cuarto de página que El País de España dedica a la mirada de fauno en celo que Mauricio Macri clava en la pechuga de Violetta (artista exclusiva) y disiento con la indignación de su redactor casi tanto como con el diagnóstico de Gérard Thomas, el periodista de Libération que habla de nuestro terapeuta top Gabriel Rolón, “ese psicoanalista argentino y lacaniano que atiende los fines de semana y cuyos libros se venden como pan caliente”. Que llamen lacaniano a Rolón puede pasar. Lo que sorprende es que lo llamen lacaniano en Lacanlandia. ¿Tanto se flexibilizó el dogma o Francia anda necesitada de inmigración psi? En cuanto a Macri, que poco antes de babearse con la estrella teen había piropeado al pérfido piropo, ¿cómo no ver en esa súbita impulsividad hormonal el fruto de una sutil campaña de reconfiguración mediática? ¡Sexualicemos al cheto! Ignoramos qué tuvo que hacer Rolón para hacerse admitir en la cofradía lacaniana, pero no el precio que Durán Barba logró que aceptara pagar Macri para salir al ruedo de los presidenciables, un mercado que, signado desde siempre por el peronismo, podrá exigir pocas luces o ninguna pero no mueve un pelo si no detecta una pizca de inversión libidinal.

Amenaza II. Al próximo cipayo que diga empoderar lo mando a retirar un paquete al Centro Postal Internacional de Retiro, la dependencia pública más psicópata de Buenos Aires. Una prima segunda de la ESMA que burló los controles de calidad de los DD.HH. y sigue trabajando a pleno. Frío, colas, tabiques, altoparlantes que no andan, esperas sin tope, puertas estrechas que dan a no se sabe dónde, a no se sabe qué, caras entre soñolientas y desamparadas, legalidad desconocida, hermética o arbitraria. Esa modesta utilería –y algún paquetito vagamente esperado– es todo lo que hace falta para recrear el terror que creíamos olvidado.

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