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Domingo, 12 de octubre de 2003
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Caracortada

La única chica del elenco de Cha Cha Cha cambió la risa por el drama y conmueve en Pagar el pato, una cruda radiografía de la mendicidad urbana.

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Vivian El Jaber se llama la chica de pelo negro enrulado y ojos enormes que acompañaba al gordo Casero y los suyos en los elencos de De la cabeza y Cha, cha, cha: es la única mujer que integró en forma estable esa troupe delirante a lo largo de los seis años que duraron los programas, dando vida a criaturas tan excéntricas como su nombre: la tiránica teacher de inglés, por ejemplo, o la esposa desalmada que –con total indiferencia, justo cuando él acababa de ser despedido– le anunciaba a su marido que lo dejaba por otro, condenándolo al módico consuelo de tomarse un “garombol”.
El Jaber, la actriz que surgió en el circuito under en el ‘86, con el estreno del monólogo De la pupila para adentro, se apartó sin titubeos de una trayectoria anclada en el humor y el absurdo y aceptó reemplazar a la protagonista de Pagar el pato, la obra del uruguayo Dino Armas. Allí compone a Roma, el personaje conmovedor con el que acaba de sorprender al público de Chicago y que ahora vuelve a presentar en Buenos Aires. Roma es una chica marginal, con una terrible cicatriz en el rostro, que vivió recluida en la casa de su madrina hasta que un hombre se la llevó para hacerla mendigar en los colectivos. El Jaber le imprime matices y colores que van desde la indefensión extrema (ante el hombre que la explota), pasan por el deslumbramiento gradual, llegan al enamoramiento y la furia descontrolada y culminan en una cierta forma de la comprensión. Su voz, que suena oscura y honda, se ilumina cuando cree vislumbrar en este hombre algo de afecto, y su cuerpo acompaña los cambios. “Fue difícil: tuve quince días para poner la obra, aprender el texto y sobre todo para encontrar el personaje, que no es sencillo porque pasa por distintos estados”, asegura El Jaber.
El autor, Dino Armas, es prácticamente desconocido en la Argentina. Pagar el pato es la primera pieza suya que se conoce en el país, cuando en Uruguay es considerado el pope del grotesco, con más de treinta obras estrenadas y varios premios a cuestas. Armas entreteje drama y humor con habilidad, describiendo la ingeniería invisible que subyace al hecho de mendigar (el negocio montado por Omar con la división de la ciudad en zonas, el análisis de cada una, los modos de pedir, la explotación de otras personas además de Roma, todos con marcas, amputaciones o algún tipo de deformación física) y el mundo afectivo de los protagonistas, signado por carencias afectivas y materiales. “Los protagonistas vienen de historias terribles y hacen con lo poco que tienen cosas muy distintas. Creo que Roma está un escalón más arriba que él –opina El Jaber–, porque una vez que toma las riendas del negocio toma una decisión muy distinta.Pero en el fondo son las dos caras de una misma moneda. Ella sostiene esa situación porque él le abre un mundo: un mundo lleno de miserias, pero un mundo al fin.”
Un humor teñido de patetismo asoma principalmente en Omar, el personaje de Fernando Armani. Tiene pretensiones de fineza y superioridad y usa cierto vocabulario con afán de distinguirse, pero es torpe y se viste mal. Sin embargo, todo vale a los ojos desesperados de Roma, que cree ver en él –sobre todo en la faceta humana y romántica que de a ratos deja aflorar– a su Romeo. Más allá de la risa, Omar genera en el espectador un odio y una angustia por momentos insoportables, pero la intensidad de las dos actuaciones hace que el clima de tensión y decadencia se sostenga con fluidez. Un solo elemento desentona en la puesta en escena: la presencia muda de dos jóvenes, especies de dobles de los protagonistas, que están allí como testigos y modifican en determinados momentos la escenografía. Tal vez sea un intento de sumar un toque poético, pero suena algo artificial y ajeno al drama que ocupa la escena.

Pagar el pato. Los viernes a las 21 en El Taller del Ángel,
Mario Bravo 1239.

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