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Domingo, 17 de agosto de 2014
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UN PROBLEMA NUEVO

FAN Un pintor elige su obra favorita: Nicolás Ancona y Retrato de Rosario, de Ramón Gómez Cornet

Por Nicolás Ancona
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La primera y única vez que vi personalmente esta obra fue hace unos años en –creo– el Museo Nacional de Bellas Artes. No recuerdo con claridad cuánto tiempo hace de esto, ni cuál era la muestra, ni qué otras obras eran exhibidas, ni si efectivamente era en el MNBA. Lo que no olvido nunca fue la impresión que me causó encontrarme con ella. Recuerdo que se produjo un silencio, todo lo que venía ocurriendo alrededor quedó suspendido: el recorrido, la gente, el murmullo de museo, los pasos. Fue entrar en sintonía con la imagen y sentir una profunda empatía con ese personaje. Hay ciertos recuerdos que quedan impresos de manera extraña, que se rememoran con el cuerpo. Todo lo demás es difuso, un contexto recortado, datos confusos, pocas referencias. Sólo a veces, luego de un arduo trabajo, puede reconstruirse y narrarse. Y éste es uno de esos recuerdos, donde lo único que es nítido es esa sensación que va de los ojos al estómago. Directo.

Para ese entonces no sabía quién era Ramón Gómez Cornet. Fue en ese momento que descubrí su obra. Me encontré con muchos retratos, pero retratos como una manera de acercarse a un territorio, al paisaje, no como mero género pictórico. Gómez Cornet regresó al país de un largo viaje por Europa a principios de la década del 20, para luego establecerse en su Santiago del Estero natal, donde desarrolló la mayor parte de su obra más conocida. Esos retratos son en su mayoría de niños y niñas de Santiago y el Noroeste argentino. Allí estaba la búsqueda de la identidad cultural de una región. En sus palabras: “Me hallé con un problema nuevo: el hombre y el paisaje nuestro...”. Un viejo problema siempre nuevo. Fue una búsqueda sensata que rehuyó al lugar común, al cliché y al tradicionalismo.

Retrato de Rosario (retrato de niña) es una pintura de una aparente simpleza. Una niña sentada que mira al frente, interpelando al observador en una composición simétrica. Sólo algunos pequeños elementos tensionan delicadamente esa organización: el moño azul en el cabello, la terminación de lo que abriga su cuello, una mano tomando a la otra, una delicada sombra en el fondo. Es una imagen de profunda serenidad, no hay movimiento alguno. Ella tiene una mirada adusta, pero tranquila, en un silencio absoluto. En esta pintura, como en casi toda su obra, no hay artificio, no hay efecto, no hay ninguna espectacularidad. Pareciera que iba quitando elementos hasta dejar sólo lo importante. Y eso que queda está realizado con una preciosa justeza. Todos los blancos fríos y cálidos del saco, todos los naranjas en relación con esas pequeñas apariciones azules de la prenda que se deja ver en su cintura, el azul del moño; todo es preciso, nada está de más. El respaldo de la silla que asoma detrás de sus hombros y ancla la figura en el espacio, el diálogo entre su cabello y su falda. Los elementos se articulan con simplicidad, son predecibles, nada que nos distraiga de lo que tiene Rosario para decirnos. Ella, con su aspecto prolijo, su pose serena y su mirada severa, nos convoca al silencio.

A menudo recuerdo esta imagen. Me gusta pensar que fue una de las obras que me hicieron encontrar en la pintura algo para hacer.

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