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Domingo, 26 de junio de 2016
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> Un perfil de María Merlino

TÚ ERES PARA MÍ

Por Mercedes Halfon
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Todas las actrices encargadas de representar el simbólico papel de la perturbada Elida de La dama del mar fueron diosas de las tablas: Sarah Bernhardt en 1906, tres años después por Eleonora Duse, y casi setenta años más tarde Vanessa Redgrave en Broadway. Sin olvidarse de la blonda Zully Moreno en la pantalla blanquinegra. Es a esta saga dorada que se suma María Merlino.

No es ninguna novedad que es una de las mejores actrices de nuestra escena, de una impronta personalísima, que deja una huella indeleble en cada papel que encarna. Nacida y criada en Benito Juárez, Merlino vivió una infancia y adolescencia que describe con escenas dignas de Manuel Puig, visitas a la costurera, salidas dominicales, comidas con la radio encendida en la cocina, clases particulares de arte. “Fui desde muy chiquita a profesor de teatro. También hacía danza contemporánea, educación audioperceptiva. Todo lo que podía para estar en un pueblo. Llegué a tomar clases de sikus en un momento.”

Terminado el secundario, María vino a Buenos Aires a estudiar el profesorado de expresión corporal y cayó en el taller de actuación de nada menos que Alejandro Urdapilleta. Ella lo cuenta y se ríe: “De Juárez a Urdapilleta. Y después con Bartis estudié cinco años. Me acuerdo mucho de una muestra, en la que yo actuaba en una parra en el entrepiso. Era una escena escrita con Rafael Spregelburd, pude separarme de esa situación, mirarme de afuera y pensar, `ah me estoy por volver loca, esto es lo que quiero hacer toda mi vida.’”

María comenzó a actuar profesionalmente desde comienzos del 2000 en piezas de Vivi Tellas, Ciro Zorzoli y en una serie de obras de Mariana Obersztern que la dieron a conocer El aire alrededor, Lengua madre sobre fondo blanco y Tú eres para mí. Allí se destacó por su rareza, su seriedad, cierta facilidad para la comicidad no buscada, que emergía desde una candorosa perplejidad. Luego comenzó la etapa de trabajo con su marido en piezas que la tienen como dueña y señora del escenario. Unipersonales hechos como un traje a medida para su actuación.

Fue a partir de Nada del amor me produce envidia que despuntó una nueva faceta hasta el momento desconocida: poseía una voz aguda y melódica, perfecta para el tango canción, en el camino de Azucena Maizani, Mercedes Simone y Libertad Lamarque. “Mi papá escuchaba muchos tangos, siempre. Pero nunca me imaginé que yo iba a terminar cantándolos. Es algo que no pensaba para nada, porque tampoco mi voz me parecía tanguera, porque me imaginaba que había que tener una voz digamos, más arrabalera. Claro que hay toda una línea de cancionistas de los años 30 que no, pero eso lo supe después. Fue cuando empecé a investigar sobre Libertad Lamarque y esa época y se me abrió un mundo”.

El primer tango de esa época que recuerda haber escuchado fue “Quedémonos aquí”. Fue de la punta de ese hilo que empezó a desatarse el ovillo y terminó siendo también el nombre de su espectáculo íntegramente musical. Pero, las cosas nunca son porque sí y ahora, años más tarde de aquel comienzo, reconoce que su vinculación con el género es profunda, vital y personal: “Mi papá tuvo un acv cuando yo tenía siete años y después nunca más pudo hablar. Repetía algunas palabras y se hacía entender por señas. Lo sí pasaba era que se acordaba las canciones de tango de corrido. Podía cantar y decir las frases del tango, que recordaba. Ahora no es tan casual que yo cante tangos y que además me pase tanto; hay algunos tangos que me emocionan hasta las lágrimas. Cuando tuve que seleccionar todos los tangos para todas las obras que hice, me guié por eso, los que me ponían la piel de gallina y me sacaban algunas lágrimas.”

¿Cómo es entonces haber estado en la piel de tantas divas argentinas? Mujeres que cantan tangos con ojos vidriosos, pero también hacen reír con sus peinados y ademanes de antaño, su sentarse con las rodillas tan juntas? Ella dice: “Es diferente hacer un personaje de ficción como la costurera o la maestra de Cómo vuelvo, que hacer a Fanny Navarro o Zully Moreno que vivieron. Igualmente como no tenía ninguna afinidad física con ellas, no fui por el lado de la imitación o de querer igualarlas. Después vino el vestuario, la peluca, el maquillaje y alguna gente que las conoció me decía que estaba igual, pero no era la intención. La investigación de un año con Marcelo Pitrola me fue metiendo en situación, obviamente. Imaginate con Zully, que era una belleza total a la que no le llego ni a los talones, ¡me siento hasta atrevida de hacerla! Pero es todo con mucho respeto y sin buscar la imitación, para que lo que hacemos esté vivo”.

Toda la exploración que hace Merlino de los modos de actuación de las mujeres en el cine de los 40 y los 50, es un hallazgo. Si bien se han realizado rescates del actor nacional más histriónico, heredero de los hermanos Podestá, en guerra con el realismo mimético, la actuación de las divas, mucho más codificada, hierática y artificial, era algo que faltaba. Sus voces, su forma de hablar y cantar, sus poses, su emocionalidad es transitada por Merlino con una verdad que nos mete en el túnel del tiempo y a la vez nos saca, nos guiña al presente. “Siento una afinidad con la época. No me burlo de esa postura, no es una parodia. Como si entrara livianamente allí y encontrara una forma de expresarme. No es algo racional porque esto me atrae. Debe haber algo familiar ahí. Me siento pez en el agua en esa zona”.

Merlino está feliz del estreno de La dama del mar, primera vez que la compañía que integra con su marido se animó a ampliar el elenco y hacer un espectáculo de mayores dimensiones, en el que se sigue en la línea estética pero la apuesta se redobla, hacia una zona de mayor riesgo y humor. ¿Cuál será el próximo desafío? “No lo sabemos. Tampoco si seguiremos haciendo obras juntos.” Se ríe “Como la compañía se llama Flor de un día, quizás esta obra sea la última”.

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