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Domingo, 11 de abril de 2004
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El efecto K

¿Cómo se corrompe un género? Pregúntenle al otro Kurosawa.

“Lo de Kiyoshi Kurosawa me parece magnífico”, dice Luciano Monteagudo, que en esta edición encontró la oportunidad de continuar un ciclo sobre el director japonés que él mismo programara en la Sala Lugones hace casi cuatro años. “Kurosawa”, argumenta Monteagudo, “trabaja sobre ciertos modelos de cine de género, pero al mismo tiempo los subvierte, incorporándoles un montón de ideas nuevas y profundizando un modelo de cine que habitualmente sigue un camino inverso, de creciente banalización. Kurosawa retoma la tradición de cineastas de la talla de Jacques Tourneur o de Preminger”. Los parangones propuestos por Monteagudo seguramente complacerían al realizador japonés, autor de más de veinte películas en veinte años, tres de ellas el año pasado: “En Japón uno no puede ganar mucho dinero si hace sólo una película por año”, explicó hace poco, “así que tengo que hacer muchas películas si quiero seguir vivo”. Pero armaría un cóctel improbable incorporando los nombres de Abbas Kiarostami, Theo Angeloupulos y Tobe Hooper, uno de sus ídolos, el director de El loco de la motosierra y Poltergeist.
Más que renegar de los géneros, Kurosawa los ve como el principio de otra cosa. “El cine”, ha dicho, “es un punto medio entre una historia ficticia y la realidad. Uno comienza con el género, que es ficción, y se mueve gradualmente hacia la realidad. En algún lugar intermedio uno encuentra la película.”
Entre los films de Kurosawa que presentará el Bafici este año figura Barren Illusion, realizado con sus alumnos de la Escuela de Cine de Tokio. Los estudiantes lo concibieron como una historia de amor en el futuro cercano, pero KK lo convirtió en otra película sobre la alienación y la soledad, sobre el miedo. “Soy terrible haciendo ese tipo de películas. Lo intenté en el pasado y fracasé miserablemente. Y no creo que lo haya hecho muy bien esta vez, ya que nadie la reconoce como una historia de amor.”
Pero si las películas de Kurosawa tienden a la oscuridad, en sus transformaciones él ve luz. El Japón que filma suele ser un lugar sórdido y derruido: “Cuando encuentro en Tokio un lugar en ruinas, o que está derrumbándose, sé que no va a durar. Entonces –aunque la locación no tenga nada que ver con el argumento– me descubro filmando ahí sólo para registrar ese lugar maravilloso y arruinado. Las ciudades destruidas de mis películas tal vez sean una pista de que el fin de la civilización está cerca. Pero para mí es alentador: una oportunidad para empezar de nuevo con nada”.

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