Domingo, 25 de abril de 2004
Los dedos mágicos
POR DIEGO FISCHERMAN
Ya habÃa hecho su aparición Keith Jarrett. Antes, Chick Corea y Herbie Hancock. ParecÃa que en el panorama del piano en el jazz no habÃa mucho más que decir, y el contrabajista Charlie Haden –que habÃa tocado entre otros, precisamente, con Jarrett– empezó a hablar insistentemente de un joven instrumentista cubano que, además, insistÃa en no irse de Cuba. Gonzalo Rubalcaba deslumbraba con un virtuosismo apabullante, un prodigioso dominio de la mano izquierda y una sorprendente manera de trabajar los contrapuntos y la independencia de distintos planos rÃtmicos y melódicos. Dos de los discos en los que tocaba con Haden, su primer admirador, siguen estando entre lo mejor de su carrera. Uno fue grabado en vivo en el célebre Festival de Jazz de Montreux y se editó varios años después de registrado, en 1990, en el sello Blue Note. El otro, Imagine (1994), casi como un sello generacional, hacÃa algo que todavÃa no era muy frecuente; improvisaba a partir de un tema que no provenÃa del jazz: ni más ni menos que Imagine de John Lennon. Los puntos fuertes de Rubalcaba, además de una obvia facilidad para internarse en patrones rÃtmicos del Caribe, tienen que ver con la fluidez y el carácter explosivo de sus improvisaciones. Lo perjudica, en cambio, una suerte de doble complejo de inferioridad. Como otros cubanos –Arturo Sandoval, Paquito D’Rivera, Chucho Valdés–, trata de demostrar permanentemente que es más virtuoso que los músicos de jazz estadounidenses y, como otros músicos de tradición popular, que su dominio técnico es por lo menos igual al de un pianista clásico. Cuando se contiene, cuando es capaz de no poner de entrada toda la carne en el asador, cuando bucea más en la expresión que en los fuegos artificiales, es un gran músico.
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