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Domingo, 3 de julio de 2005
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Cuando tenga 68

Chuck Palahniuk cuenta cómo se le desmayaron 67 lectores.

Por Chuck Palahniuk

Durante la gira promocional de mi último libro, leí por primera vez en público un cuento llamado “Guts” (“Agallas”). Mi plan era incluirlo en una nueva novela llamada Haunted. Mi objetivo era generar terror a partir de cosas muy ordinarias: zanahorias, velas, piscinas, pochoclo para microondas, bolas de bowling. Ocurrió en una librería atestada de gente en Portland, Oregon. Unas 800 personas colmaban la capacidad del lugar hasta violar las normas de seguridad. Leer “Guts” requiere mucha concentración, no hay muchas oportunidades de levantar la mirada. Pero cuando lo hacía, los rostros de la primera fila se veían un poco grises. No fue hasta que ya había terminado de firmar ejemplares que un empleado me dijo que dos jóvenes se habían desmayado. Ambos habían caído redondos sobre el suelo de cemento, y no recordaban nada de lo que había pasado entre el momento en que estaban de pie escuchando y cuando se despertaron rodeados por los pies de la gente. En la librería hacía calor y el aire estaba sofocante. Fue mala suerte, nada de qué preocuparse. La noche siguiente, en una librería Borders con aire acondicionado, otra multitud escuchaba “Guts” –y otro par de personas se desmayaba–. Un hombre y una mujer. Al día siguiente en Seattle, en una lectura a la hora del almuerzo, dos hombres más perdieron la conciencia. En el mismo momento de la historia, ambos cayeron tan pesadamente que sus sillas metálicas patinaron y se estamparon ruidosamente sobre el pulido piso de madera del auditorio. El evento se detuvo por un rato mientras los resucitaban. A esta altura, ya teníamos un patrón.

La noche siguiente, en San Francisco, otras tres personas más se desmayaron.

Una noche más tarde, en Berkeley, otras tres. El publicista que asistió a los tres eventos me dijo que la gente caía cuando yo leía las palabras “maíz” y “maní”. Ese era el detalle que hacía que gente que estaba sentada terminara en el piso. Primero, se les caían las manos de las faldas. Se les aflojaban los hombros. La cabeza se les iba hacia un costado, y el peso los arrastraba al piso. En una librería de Beverly Hills, una mujer en la parte de atrás de la sala pidió a gritos a los paramédicos y una ambulancia, llorando con tanta fuerza que su blusa se empapaba en lágrimas mientras su marido se sacudía en el piso.

En el baño de hombres, otro hombre, que escapaba de la lectura, se desmayó cuando se inclinaba para refrescarse la cara con agua, dándose la cabeza contra el lavatorio. Un periodista de Publishers Weekly escribió un artículo encabezado: “El autor de El club de la pelea los deja inconscientes sin golpearlos”. Al día siguiente, en la Universidad de Columbia, cayeron dos estudiantes. Mientras la ambulancia se llevaba a uno de ellos al hospital, mi editor se acercó al borde del escenario, me hizo señas, y me dijo: “Creo que ya hiciste suficiente daño con esta historia. No termines de leerla”.

En Gran Bretaña hubo desmayos en las lecturas de Leeds y Cambridge. En Londres, los baños se llenaron de gente bien vestida que se escapaba para sentarse en las baldosas frías y recuperarse de lo poco que habían escuchado. Hasta ahora, 67 personas se han desmayado mientras yo leía “Guts”. Es una historia de nueve páginas que algunas noches me lleva media hora leer. En la primera mitad, las pausas en la lectura se deben a las risas del público. En la segunda mitad, las pausas las hago mientras reviven a mi audiencia.

Mi objetivo era escribir un nuevo tipo de historia de terror, algo basado en el mundo común y corriente, sin monstruos sobrenaturales ni magia. “Guts”, y el libro que lo contenía, sería una trampa en algún lugar oscuro.

Un lugar al que uno solamente puede ir solo. Unicamente los libros tienen ese poder.

Una película tiene que mantener cierto decoro para poder ser proyectada para un público vasto. A nadie le importan un comino los libros. Nadie se ha molestado en prohibir un libro en décadas. A esa indiferencia la acompaña una libertad que sólo los libros tienen. Y “Guts” no es de ninguna manera la historia más oscura ni la más divertida ni la más perturbadora de la novela Haunted. Algunas de sus historias, no las leería en público.

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