El PrÃncipe me invitó a vivir con él. Regaló sus ojos preciosos y me senté en ese lugar ahora vacÃo. Conmigo llegaron mis amigos. No vivo sola, las oscuridades no somos negras. Me acompaña el Amarillo, un señor delgado y pálido. A veces conversamos. Es un amigo muy divertido, y todos los dÃas cambia de forma, a veces está más delgado, otras más bajo, y otras mucho más gordo. Hay gente que cree que en mi casa no hay luz, están muy equivocados. Siempre hay luz, a veces más clara, otras más tenue. Nunca me falta luz, aunque a veces, debo decirlo, veo poco, soy miope.
Mi amigo Amarillo es el que me trae la luz, y cuando nos ponemos a conversar, hay dÃas que se presenta Verde, su primo, que quiere quedarse a charlar con nosotros. Verde es muy hermoso, elegante, todos lo miran.
Ven ustedes, queridos amigos, que en mi casa pasan muchas cosas, todos los dÃas son distintos, no me falta compañÃa, y, además, disfruto de tantos aromas, son los perfumes de las flores que me regala la vida.
Estos últimos dÃas me ha visitado la golondrina. Escuchar su aleteo ya me hace soñar. Es muy conversadora. Le pido que me cuente sus aventuras en Egipto. Cada dÃa le agrega un detalle. Quiero que me repita la imagen de pigmeos navegando sobre enormes camalotes a orillas del rÃo Nilo. ¡Qué visión extraordinaria! Yo, que vivo en el apagón, no puedo imaginarme una sombra pigmea, sombritas que flotan en el aire.
La golondrina también se pasea por nuestra ciudad. Ve mucha gente pobre, son personas que sufren. Le dije al PrÃncipe que entregue todo el oro con el que lo vistieron. El oro no le devolverá la luz blanca. El PrÃncipe me tendrá para siempre, lo cubriré con mi amor y mi color cremoso, y él será feliz cuando la riqueza inútil se haga pan para muchos.
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