DebÃa luchar para hablar de una forma inteligible. Le pedà a mi asistente, que estaba informado del experimento, que me acompañara a casa. Fuimos en bicicleta, pues no habÃa automóviles por las restricciones de uso durante la guerra. En el camino, mi condición comenzó a tomar formas amenazadoras. Todo en mi campo de visión ondeaba y estaba distorsionado como si lo viera en un espejo curvo. TenÃa, además, la sensación de estar incapacitado para moverme de mi lugar, aunque mi asistente me dijo más tarde que viajamos a gran velocidad. Finalmente llegamos a casa sanos y salvos, y apenas si fui capaz de pedirle a mi compañero que llamara al médico de la familia y que pidiera un vaso de leche a los vecinos. A pesar de mi condición delirante y salvaje, tenÃa breves perÃodos de pensamiento claro y efectivo, y elegà leche como un antÃdoto no especÃfico contra el envenenamiento.
El mareo y la sensación de desmayo se hicieron tan fuertes que por momentos no me podÃa mantener en pie, y tuve que recostarme en el sofá. Mi alrededor se habÃa transformado de una manera más aterradora todavÃa. Todo en la sala daba vueltas, y los objetos familiares y los muebles asumÃan formas grotescas y amenazadoras. Estaban en continuo movimiento, animados, como conducidos por una agitación interior. La señora de al lado, a la que casi no reconocÃ, me trajo leche (en el transcurso de la tarde tomé más de dos litros). Ella ya no era la Señora R sino una bruja malévola e insidiosa con una máscara de colores.
Peor que las transformaciones demonÃacas del mundo exterior eran las alteraciones que percibÃa en mà mismo, en mi ser interior. Cualquier esfuerzo de mi voluntad, cualquier intento por poner fin a la desintegración del mundo exterior y la disolución de mi ego parecÃan inútiles. Un demonio se habÃa apoderado de mÃ, habÃa tomado posesión de mi cuerpo, mi mente y mi alma. Yo saltaba y gritaba tratando de liberarme de él, pero luego me hundÃa nuevamente y yacÃa indefenso sobre el sofá. La sustancia con la que habÃa querido experimentar me habÃa conquistado. Era el demonio que triunfaba desdeñosamente sobre mi voluntad. Tuve miedo de volverme loco. Fui llevado a otro mundo, a otro lugar, a otro tiempo. Mi cuerpo parecÃa sin sensación, sin vida, extraño. ¿Estaba muerto? ¿Era ésta la transición? Por momentos creÃa estar fuera de mi cuerpo y luego percibÃa claramente, como un observador externo, la total tragedia de mi situación. Una idea llena de amarga ironÃa tomó forma: si ahora era forzado a abandonar prematuramente este mundo era por culpa del ácido lisérgico que yo mismo habÃa traÃdo al mundo.
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