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Domingo, 11 de febrero de 2007
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Con García Márquez de alumno

Por Gerardo Albarran de Alba *

Gabriel García Márquez parece un niño curioso que pregunta, replica, aprende. La presencia de Ryszard Kapuscinski le emociona. Obvio, lo conocía desde mucho tiempo atrás, a través de sus libros, cuya estructura resultaba un misterio para el Nobel de Literatura colombiano. Pero tuvo que esperar hasta principios de marzo de 2001 para preguntarle: “¿Cómo lo hiciste?”. En las manos lleva Ebano, libro que ha leído, descocido y rearmado tantas veces, y aún no consigue descifrar al escritor que reinventó la ficción para aplicarla al reportaje. “Los periodistas no mostramos más que realidad, pero mostramos menos que la realidad”, decía Kapuscinski.

El poco tiempo libre de que dispone en la Ciudad de México el reportero polaco está de algún modo a su merced. Después de todo, el Nobel colombiano lo contrató para impartir un taller de crónica a 15 periodistas latinoamericanos. Charlas intensas, todas las que quisieron, en ese momento y a partir de entonces a lo largo de la última década en la Ciudad de México, o en Cartagena, Buenos Aires, Caracas y Bogotá. Pero García Márquez eligió presentarse cada día, siempre ya avanzado el taller, para sentarse al lado de Kapuscinski –a quien bien pronto todos los que ahí nos encontrábamos le llamamos Ricardo–, y se iniciaba el diálogo. Protagonista que es, García Márquez se extendía en anécdotas y juicios de valor sobre el periodismo, la ética, la narrativa, que Kapuscinski escuchaba con atención y apostillaba con algún comentario puntual. Las preguntas de 15 reporteros de Argentina, Chile, Colombia, El Salvador, Perú, Venezuela y México –al final éramos casi 20, con algunos oyentes– comenzaron a repartirse entre los dos iconos, un agasajo. Pero en realidad, éramos 16 los alumnos de Kapuscinski. García Márquez también estaba ahí para aprender.

Kapuscinski habla poco, para desesperación de algunos de nosotros. El pregunta, escucha y opina. No pontifica, comparte. En cada intervención suya, las palabras caen con el peso de verdades extraídas de experiencias crudas, como fue su vida. La mejor lección de periodismo que pudimos recibir no fue una exposición académica ni la exhibición de virtudes investigativas o el sacrificio personal ante una profesión tan demandante –que en su caso fue inmenso–, sino el respeto por el otro. A todos los que estábamos ahí, Kapuscinski nos tocó con esa forma de ser tan suya que le abrió las puertas de tanta gente de la que nutrió sus historias: el encantamiento que produce alguien que mira de frente sin retar, que se interesa por la naturaleza de su interlocutor, que se asimila para comprender.

* Director de Sala de Prensa. Corresponsal de Página/12 en México.

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