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Domingo, 11 de febrero de 2007
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Al palacio por la cocina

Por Marcela Turati *

De tanto en tanto, los alumnos nos quedábamos callados, esperando alguna frase iluminadora. Acorralado, soltaba entonces comentarios que nos regresaban a la esencia de la profesión, que le quitaban el glamour y los reflectores a lo que hacemos. “Lo más importante en nuestra profesión es recordar todos los días que todo nuestro trabajo depende de otros. Es paradójico porque el reportero es solitario –se mueve entre desconocidos– pero los demás deciden sobre el éxito de lo que hacemos. Estamos con alguien 15 minutos y nunca lo volveremos a ver. El primer contacto decide todo. Hay que tener una profunda, sincera humildad, porque la gente siente cualquier gesto de arrogancia”, soltaba de pronto, con una sonrisa infantil que en segundos se tornaba pícara.

Al escucharlo uno aprendía lo que no se enseña en la universidad: la humildad como principal cualidad del reportero, el periodismo como misión de vida, el reconocimiento de la dignidad humana del entrevistado, la toma de partido por los desprotegidos, la austeridad como forma de vida. Acostumbrado a evadir las alfombras rojas, evitar los grandes palacios y las entrevistas con los poderosos, él entraba a cada uno de sus temas por la puerta de la cocina, entrevistaba a quienes nadie acostumbraba entrevistar. Así, de esas voces colectivas, asustadas, anónimas, recreó la monarquía dilapidadora y excéntrica que gobernó Etiopía en El Emperador.

“Para el reportero es importante ir, no como turista, moverse de manera concentrada para tratar de recordar todo, memorizar. Ese es un viaje de trabajo, de esfuerzo. Posiblemente es el único momento de la vida que tienes para estar en ese lugar, donde encontramos a ese hombre o mujer, por eso hay que ser muy intensos, hay que darse todo, memorizar. Cuando vuelvas a ese lugar tienes que ser capaz de notar si ha cambiado la puerta de una casa”, decía, sin pontificar. A las preguntas más elaboradas les tenía las respuestas más sencillas. No pocas veces desconcertaba. ¿Cómo hizo para que los soldados lo dejaran pasar y entrar a ese país donde había un golpe de Estado? “Les sonreí”, fue su respuesta.

Con sus pequeñas intervenciones, Kapu, el maestro de Filosofía, iba recordando los básicos y conectándonos a tierra. A ratos parecía que daba clases de antiperiodismo, porque sus enseñanzas contrastaban con lo que se aprende en las redacciones. Pedía, por ejemplo, nunca traspasar los límites ajenos, huir de la fama y el dinero, no perder ningún amigo por una nota, ponerse en los zapatos del entrevistado, tener el amor a la humanidad como motor, dejar el ego a un lado porque –sentenciaba– el periodista que cree saber todo, está destinado a fracasar.

* Periodista. Finalista del Premio FNPI.

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