Que Bitches Brew nunca antes haya sido editado en Argentina, ni siquiera en el formato original (LP, o sea un vinilo de larga duración y 33 1/3 revoluciones por minuto) parece sorprendente. Sin embargo, no lo es en relación con la naturaleza del mercado discográfico local. Un mercado pequeño, donde, además, las polÃticas de ediciones estuvieron siempre en manos –para bien cuando sabÃan de qué se trataba y para mal cuando no– de unas pocas personas. En Argentina, por ejemplo, el sello CBS apostó a Simon & Garfunkel pero no a Bob Dylan, de quien sólo se publicaron dos álbumes: un LP antológico de los primeros discos, que fue pronto descatalogado, y, ya en los ‘70, Nashville Skyline, que fue editado con el nombre de Lay Lady Lay. Y, en general, el rock estadounidense llegó mucho menos que el británico. Grandes grupos como Grateful Dead, The Byrds o Velvet Underground eran absolutamente desconocidos para quienes no podÃan comprar discos importados. Y la diferencia de precio, en ese entonces, no era menor. Los importados, que se vendÃan sólo en dos disquerÃas (una en la GalerÃa Alvear y otra en la GalerÃa del Este) valÃan –como ahora– alrededor de 20 dólares. Los discos nacionales tenÃan un precio que oscilaba alrededor de los tres o cuatro dólares –en una época en que el salario presidencial era aproximadamente de 300 dólares–. El jazz no estaba menos regido por la arbitrariedad: en 1969, cuando Bitches Brew salió en Estados Unidos, en Buenos Aires sólo existÃa un disco de Miles Davis, The Birth of the Cool, de 1949, en una edición en la que, además, el tÃtulo no aparecÃa en ninguna parte. Y mientras el catálogo del pequeño sello alemán MPS –que vaya a saberse por qué a alguien se le habÃa ocurrido editar– ocupaba orondo las bateas, nombres como los de Monk, Gillespie, Dexter Gordon o Bill Evans estaban absolutamente ausentes. En la actualidad, más allá de la globalidad que permiten Internet, las disquerÃas virtuales y, desde ya, el E-mule, las cosas no han cambiado mucho. Y todavÃa es distinto un disco nacional de uno importado. Hay, por supuesto, una diferencia de precio pero, sobre todo, lo que cambia es su accesibilidad. Las disquerÃas que venden material importado traen una cierta cantidad y, una vez que la venden, pueden o no reponerla. Y aun en el caso de que lo hagan, ese tiempo de reposición puede ser considerablemente largo. Que un CD se fabrique aquà significa, en cambio, la disponibilidad permanente. Además, ahora como antes, una sola persona puede cambiar la configuración total del mercado. Hace unos años irrumpió en Argentina, por primera vez, el catálogo Original Jazz Classics, compuesto por sellos como Prestige y Riverside y distribuido, en ese entonces, por BMG. El encargado de ese rubro, en esa empresa, era un fÃsico que nunca ejerció como tal y cellista aficionado llamado Eduardo Dulitzky. Después aparecieron en Argentina los sellos Verve e Impulse, distribuidos aquà por Universal. Quien estaba allÃ, después de haberse ido de BMG, era Dulitzky. Y en los últimos dos años cobró protagonismo el catálogo de Columbia –actualmente Sony-BMG– con nombres como Davis, Monk, Brubeck y Mingus. El responsable de este repertorio es, claro, Dulitzky, que se fue de Universal y llegó a Sony-BMG. No es que el azar tenga hoy menos peso que en 1969. Simplemente, la suerte está de nuestro lado.
La tapa y contratapa del LP original de Bitches Brew, repoducida en el librito del cd.El texto de Bob Belden es un fragmento del incluido en la edición argentina del cd. Lamentablemente, está en inglés.
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