Al cruzar la ciudad silenciosa y casi desierta, que ahora nos parecÃa desconocida, vimos cazos con comida podrida abandonados, cadáveres, muebles, ropa y toda clase de enseres tirados por todas partes. En un porche habÃa un anciano sentado en una silla como si durmiera. TenÃa un agujero de bala en la frente, y bajo el pórtico yacÃan los cadáveres de dos hombres cuyos genitales, extremidades y manos habÃan sido cortados con un machete que quedaba en el suelo junto al montón de sus partes. Vomité e inmediatamente me sentà enfebrecido, pero tenÃamos que seguir. Corrimos de puntillas lo más rápida y cautelosamente que pudimos, evitando las calles principales. Nos apoyamos en las paredes de una casa e inspeccionamos las callejuelas de grava hasta pasar a la otra. Cuando hubimos cruzado la calle, oÃmos pasos. No habÃa un sitio cercano donde ocultarse, de modo que tuvimos que subir corriendo a un porche y escondernos detrás de los ladrillos de cemento. Fisgamos a través de los agujeros y vimos a dos rebeldes con vaqueros holgados, chancletas y camisetas blancas. Llevaban bandas rojas en la cabeza y las armas colgadas a la espalda. Escoltaban a un grupo de chicas que cargaban cazos, sacos de arroz, morteros y manos de mortero. Los observamos hasta que desaparecieron y volvimos a movernos. Finalmente llegamos a la casa de Khalilou. Todas las puertas estaban rotas y el interior patas arriba. La casa, como toda la ciudad, habÃa sido saqueada. HabÃa un agujero de bala en el marco y cristales rotos de cerveza Star, y paquetes vacÃos de tabaco en el suelo del porche. No habÃa nada útil dentro. La única comida que quedaba eran sacos de arroz demasiado pesados para cargar. Pero, por suerte, el dinero seguÃa donde lo habÃa dejado, en una bolsita de plástico debajo de una de las patas de la cama. Me la metà en la deportiva y nos dirigimos otra vez al pantano.
Nos reunimos al extremo del pantano tal como habÃamos quedado y empezamos a cruzar el claro de tres en tres. Yo estaba en el segundo turno, con Talloi y otro. Empezamos a arrastrarnos a través del claro en cuanto el primer grupo que habÃa llegado al otro lado nos dio la señal. Cuando estábamos a mitad, nos indicaron que nos detuviéramos, y en cuanto nos pegamos al suelo, que siguiéramos arrastrándonos. HabÃa cadáveres por todas partes y las moscas se estaban dando un festÃn con la sangre coagulada.
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