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Domingo, 15 de junio de 2008
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El cenizo

El cuento del hermano de Favio en que est谩n basadas las dos versiones de Aniceto.

Por Jorge Zuhair Jury
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EL ANICETO Y SU GALLO, SU COMPADRE, EN LA SENCILLA PIEZA SIN PUERTA EN LA QUE DUERME Y EN LA QUE LO ESPERA LA FRANCISCA LAS NOCHES EN QUE DESAPARECE. DOS BELLEZAS CONTUNDENTES PERO OPUESTAS: ARRIBA, LA ILUMINADA INOCENCIA DE LA FRANCISCA (NATALIA PELAYO); DEBAJO, LA LUCIA (ALEJANDRA BALDONI), LA PUNTA MAS FILOSA DE ESTE TRIANGULO FATAL.

Se revolvi贸 bajo la cobija oscura. La cama cruji贸. Se arrebuj贸 y sigui贸 durmiendo. Los barrotes se alzaban como huesos sobre el el谩stico y en la mitad de los picados hierros delanteros se ve铆an dos 谩ngeles de bronce a los que la Francisca devota y sentimental se entretuvo en pintar de celeste cuando el Aniceto estuvo preso. Sobre la cabecera hab铆a un cuadro de santer铆a de barrio, piadoso y macabro. De un alambre colgaban un par de camisas, un traje, dos enaguas y una falda. Atado de una pata por un cordel a una estaca, un gallo de ri帽a cenizo picoteaba la tierra en medio de la pieza.

El tibio sol de las once se colaba por una hendija de la ventana. Dio otro sacud贸n, bostez贸 y mir贸 el gallo. La cresta imperceptible le coloreaba como un tajo en la cabeza peque帽a, ten铆a el pico amarillo, filoso y encorvado como aguja colchonera, el pecho agudo y los espolones firmes. Guapo y peleador, entre domingo y domingo raj贸 m谩s de un buche de cuajo.

鈥撀arajito con mi compadre...!

Meti贸 los pies dentro de las alpargatas y en calzoncillo chanclete贸 los tres pasos que lo separaban del gallo. Lo acarici贸, lo desat贸, lo alz贸 como a un chico, y con 茅l en brazos fue hasta la ventanita a mirar hacia la casa del gringo Yiyo, el italiano usurero, sordo, menudo y de cabeza enorme que viv铆a enfrente, y al que la noche anterior le hab铆a vendido el reloj pulsera de la Francisca en cien pesos que quedaron en la mesa de codillo. Ahora necesitaba el reloj para tomar el tiempo en los masajes diarios que le daba al gallo. El italiano estaba como de costumbre carpiendo el jardincito raqu铆tico del frente.

鈥撀on Yiyo...!

El italiano sigui贸 rompiendo cascotes con su azadoncito min煤sculo.

鈥揅ada d铆a est谩 m谩s sordo el hijo鈥檈

puta...

Se apart贸 de la ventana y se sent贸 en la cama. Mir贸 las enaguas que colgaban del alambre y sinti贸 rabia contra 茅l mismo porque la Francisca hab铆a llorado por la venta y ahora no le quedaba ni el reloj ni la plata. Se qued贸 pensando en ella. Seguramente a esta hora estar铆an poniendo la mesa. Imagin贸 una mesa muy larga y sentada a ella, p谩lida y fr铆a, la escasa familia del farmac茅utico llev谩ndose la comida a la boca con lentitud y en silencio. Le molest贸 y escupi贸. Ya de por s铆, todos los farmac茅uticos le desagradaban; ten铆an cara de convalecientes y antiguos. Se jur贸 que el domingo cuando ganara el cenizo le comprar铆a un relojito, y por sobre todo si alguna otra vez discut铆an, no volver铆a a gritarle concubina nunca m谩s. Se puso los pantalones y sali贸 llevando en una mano la tetera y en la otra al gallo a buscar agua en el surtidor que abastec铆a el loteo. Estaba por poner la tetera bajo el chorro cuando la vio, tra铆a un balde en una mano y un jarroncito en la otra. Deb铆a de haber hecho varios viajes porque ten铆a mojada toda la cadera y la pierna izquierda y la tela se le adher铆a a la piel marc谩ndole las formas.

鈥撀縉o llena?

鈥揚rimero ust茅 鈥揷ontest贸 el Aniceto.

Se qued贸 agachada, apoyada una mano sobre el surtidor y la otra en el asa del balde. Los reflejos rojos del escote se le fund铆an en la base de los pechos blanquecinos. Retir贸 el balde, coloc贸 el jarr贸n y se qued贸 mir谩ndolo al Aniceto.

鈥撀縋or qu茅 anda con ese gallo en los brazos?

鈥揚orque 茅ste no es un gallo cualquiera y si lo dejo en el suelo se pondr铆a a picotear y perder铆a la l铆nea... 隆Es de ri帽a...!

鈥揂h... de ri帽a.

鈥揝铆, de ri帽a... El asunto de los gallos de ri帽a es muy interesante y si ust茅 me permite yo pod铆a contarle cosas muy lindas sobre todo de 茅ste que es guapo como pocos para el puazo... Bueno, todo es cuesti贸n que le interese... cuesti贸n de ideolog铆a.

鈥揧o voy a bailar todos los s谩bados al centro de los municipales... Mi padrino trabaja en la cuadrilla...

鈥揈l s谩bado me tiene all铆.

Esa noche cuando lleg贸 la Francisca le dijo que para el s谩bado necesitaba cien

pesos.

El s谩bado a mediod铆a cuando la Francisca vino de trabajar le dio los cien pesos. A la tarde le pidi贸 que le diera una asentadita al traje.

鈥揟engo que ver a un se帽or en la confiter铆a de la plaza. El tipo trabaja en la municipalid谩 y es posible que me d茅 un puestito liviano.

El Aniceto se puso a cebar mate mientras la Francisca le asentaba el traje.

El Aniceto comenz贸 a charlar.

Charlaba mucho el Aniceto.

Sin duda debe estar muy contento con la propuesta, pens贸 la Francisca, pero no pod铆a imaginarlo trabajando.

Al asentar la plancha sobre el trapo mojado sub铆a un vapor con olor a su hombre que la envolv铆a agradablemente.

Al fin consigui贸 imaginarlo trabajando. No le gust贸. El Aniceto trabajando y el gallo solo. No lo comprend铆a. El Aniceto lejos y la pieza sola. El Aniceto en alg煤n lugar, lejos de ella, de la pieza y el gallo. No le agrad贸.

Cuando el Aniceto sali贸 ya era noche cerrada. Un mont贸n de perros le ladr贸 en la oscuridad. Por los ladridos se dio cuenta la Francisca de que iba cortando camino. Se dio vuelta en el catre y se durmi贸 pensando en el Aniceto y la municipalidad.

Por la boca de los altoparlantes atronaba la m煤sica. Sobre la puerta iluminando la entrada diez focos en arco esparc铆an su luz sobre los cabellos aceitosos. Las colonias, las brillantinas y las aguas de rosas se mezclaban a cada golpe de brisa. Al costado de la puerta tres lustradores pasaban pa帽os y cepillos ri茅ndose, insult谩ndose y d谩ndose manotazos. Apoy贸 el pie en uno de los cajones y a su lado vio al loco Renato.

鈥撀縌u茅 hac茅s, Renato...?

鈥撀縌u茅 tal... c贸mo va el cenizo?

鈥揃ien... Ma帽ana tiene una encontrada con un gallo de Tres Esquinas, un colorao.

鈥撀縉os vemos adentro?

鈥揃ueno.

El Renato pag贸 y 茅l se qued贸 con la vista fija en el pa帽o hasta que lo terminaron de lustrar, pag贸 y se arrim贸 a la ventanilla de entradas.

鈥揢na Caballero... 鈥損idi贸, y como siempre la palabra lo hizo sentir rid铆culo, le resultaba ampulosa, como pedida desde la montura de un caballo de naipe. Algo parecido sent铆a dentro del baile con las madres que quedaban solas mientras las hijas sal铆an a bailar y s贸lo les faltaba fumar despreocupadamente un cigarrillo para parecerse a los hombres que esperaban turno en el prost铆bulo; ten铆an como aqu茅llos la misma expresi贸n vac铆a, la misma apariencia vegetativa.

Entr贸. Por la orilla ven铆an bailando en ochos y medias lunas el loco Renato y la chica del surtidor. La sangre le subi贸 a la cara. La mir贸 tranquilo tratando de restarle importancia al asunto y de buena gana le hubiera dado una cachetada.

Cuando termin贸 la pieza el Renato la acompa帽贸 hasta la mesa y fue a sentarse cinco mesas m谩s adelante.

La orquesta comenz贸 otro tango.

El Renato se acerc贸 invit谩ndola a bailar, ella se neg贸; y el Loco se volvi贸 avergonzado sin dejar de mirarla esperando la oportunidad de que intentara levantarse para armar el esc谩ndalo.

Ella no dejaba de mirar al Aniceto. El lo sab铆a, pero estaba decidido a no salir.

Cuando el Renato se dio cuenta del porqu茅 de la negativa borde贸 la pista y se arrim贸 hasta donde estaba el Aniceto.

鈥揚erdone, hermano... Yo no sab铆a.

鈥揝iga bailando compadre. Lo que es yo, no la saco.

鈥揕o est谩 mirando... saquel谩...

鈥揘o... No corre.

鈥撀aquel谩, no sea otario...! 隆Baila como los dioses la cosa!

Se encontraron en el medio de la pista. Apoy贸 la mano en la cintura breve y entraron en el tango. El rostro ardiente le quemaba la mejilla y los dedos suaves le hurgaban la nuca.

鈥撀緾贸mo te llam谩s?

鈥揕uc铆a.

Se imagin贸 acostado con Luc铆a: ella se acurrucaba a su lado con la cabeza entre su pecho y su brazo, y con la misma mano alcanzaba a acariciarle la cintura. Con la Francisca no. La Francisca pon铆a el brazo y 茅l se dorm铆a toda la noche sobre el brazo de ella. La Francisca pod铆a ser una gran amiga o una gran madre, pero mujer no. Qu茅 macana, pobre Francisca, pens贸.

鈥揕uc铆a.

鈥換u茅.

鈥揘ada.

鈥換u茅.

鈥揟e quiero.

Se besaron.

鈥撀縏e puedo ver el lunes?

鈥撀縔 por qu茅 no ma帽ana?

鈥揚orque ma帽ana me voy a Godoy Cruz, pelea mi cenizo con un colorao de Tres Esquinas.

Empuj贸 el viejo port贸n de madera y entr贸 llevando al gallo bajo el brazo. La lona del picadero estaba salpicada de grumos rojos como si le hubieran sacudido brochazos. El Aniceto y el de Tres Esquinas se arrimaron llevando cada uno su gallo en la palma. Los hombres hicieron silencio y miraron al colorado tratando de encontrarle algo que lo desmereciera como desafiante del cenizo, pero no le hallaron nada, por el contrario, ten铆a aspecto imponente y tranquilo, era sin duda un veterano del re帽idero, agalludo y avisado porque no ten铆a una marca que demostrara descuido.

En medio del silencio se alz贸 la voz del juez:

鈥揕a pelea es a cuarenta y cinco minutos... Los dos son gallos ganadores... Calzan p煤as de media pulgada... 隆Est谩n en pesos iguales!

El primero que entr贸 al picadero fue el colorado. El Aniceto dej贸 al cenizo.

Los gallos se quedaron mirando. Giraron. Bajaron y subieron la cabeza con exactitud y volvieron a quedar tensos. El colorado se alz贸 levemente hacia atr谩s afirm谩ndose para el puazo, pero no salt贸. Se corrieron buscando posici贸n. Bajaron las cabezas casi hasta el suelo, entreabieron las alas y se encontraron en un salto. Cayeron y volvieron a encontrarse una y otra vez. Las patas buscaban de ubicar la p煤a, los picos cortantes iban y ven铆an como navajazos. Se apartaban y quedaban jadeando con las colas gachas. Giraron en redondo, dieron un paso atr谩s, se afirmaron y se alzaron en una nueva atropellada. Brillaban las p煤as, se abr铆an las alas buscando en el aire un punto de apoyo, los cogotes curvos se mov铆an r谩pidos, los picos ca铆an a fondo con golpes certeros. Las apuestas corr铆an parejas, los hombres inseguros daban poca usura.

鈥撀oy cien al cenizo...! 隆Cien al cenizo!

鈥撀ago...! 隆Pago y cien m谩s...! 隆Y cien m谩s al colorado!... 隆Voy cien contra noventa al colorao!

En medio del picadero los gallos resollaban entre los giros, las vueltas y el ara帽ar de la arena en las corridas. Por momentos se apartaban con los ojos vidriosos y los cogotes balanceantes hasta que se saltaban en un revolear de plumas y s贸lo se o铆a el jadear cortado de las embestidas.

鈥撀e toc贸 un ojo!

鈥撀ay cien contra cincuenta al colorao!

鈥撀ago!

鈥撀ay doscientos a cien al colorado! 隆Doy doscientos a cien se帽ores!

El cenizo sacud铆a la cabeza, cabeceaba con un ojo tocado. El colorado carg贸 y se confundieron en un remolino de plumas, p煤as y cabezas que se acomet铆an enardecidas, febriles, Los galleros tend铆an un manto de apuestas sobre el re帽idero. Los gallos vibrantes de furia y sangre quer铆an matar y matar pronto.

鈥撀 hay trescientos a cien a mi colorao!

鈥撀echos! 鈥揼rit贸 el Aniceto鈥. 隆Hechos y quinientos m谩s!

鈥撀echos!

Las patas de muslos fibrosos no se daban tregua, los tendones recios se estiraban y se recog铆an y volv铆an a estirarse violentos.

鈥撀o despic贸!

鈥撀l colorao est谩 despicao!

Los gallos se apartaron temblando. Bajo el pico del colorao corri贸 la sangre caliente sobre las plumas resecas. Amag贸 y carg贸 de nuevo en un atropellar desordenado hasta que el cenizo le volvi贸 a hundir el espol贸n debajo del pico y un borbot贸n de sangre le sali贸 a ronquidos.

Las manos del de Tres Esquinas se cerraron sobre el colorado que sacud铆a la cabeza con el pico colgando.

El Aniceto cobr贸 y sali贸 acariciando el lomo del cenizo. Se detuvo frente a una vidriera con plataforma de cart贸n en la que se ve铆an, cubiertos de polvo, tres anillos, dos relojes, y los cad谩veres de cuatro moscas patas arriba. Entr贸.

鈥揤ea... Quiero un anillito para mujer... Que no sea muy caro... ni... en fin, es para un regalo.

Cuando lleg贸 a la pieza, la Francisca escarbaba las brasas con un palito.

鈥撀an贸 otra vez mi compadre...!

Solt贸 el gallo, se quit贸 el saco y al colgarlo se le cay贸 el estuche con el anillo.

鈥揈s un encargo de un amigo... Ma帽ana se lo tengo que entregar...

La Francisca lo alz贸 y se lo fue probando por entre los dedos agrietados de lavandina.

鈥揕inda la piedra, 驴no? 鈥揹ijo el Aniceto鈥. Buen, por lo menos tiene pinta...

La Francisca dio vuelta la piedra hacia abajo como un cintillo de casamiento y lo dej贸 as铆.

Esa noche el Aniceto se acost贸 pensando en la Luc铆a. Pit贸 hasta tarde pensando en ella, s贸lo los reflejos nerviosos de la Francisca encogiendo de vez en cuando una pierna lo volv铆an a la oscuridad de la pieza. Le molest贸 sentirla junto a 茅l. La ceniza le cay贸 en la palma, tir贸 el pucho y se dio vuelta. La Francisca so帽aba con cintillos y casamientos.

A la otra tarde el Aniceto volvi贸 a ponerse el traje. La Francisca lo vio frente al espejito pas谩ndose el peine mojado una y otra vez; lo vio despu茅s mirar el clavel marchito dentro del vaso de agua, decidirse al fin, sacarlo y pon茅rselo en el ojal.

鈥揃uen... 驴me das el anillo?

La Francisca se lo dio. Lo puso en el estuche y sali贸.

Esa noche la Francisca durmi贸 sola.

Al d铆a siguiente, ya tarde, regres贸 el Aniceto, le dio un poco de ma铆z molido al gallo y volvi贸 a salir. Despu茅s vinieron noches muy largas en las que la Francisca sent铆a que la cama estrecha era grande para ella sola. A veces se despertaba sobresaltada y triste y se quedaba ratos sin poder dormir, entonces se levantaba y se pon铆a a tomar mate.

El gallo fue perdiendo peso. Todas las ma帽anas antes de irse a la casa del farmac茅utico le dejaba agua y ma铆z y cuando volv铆a por las noches apenas si hab铆a picoteado.

Al ir a buscar agua en la palangana se encontr贸 en el surtidor con la otra. Esa era la mujer. Qued贸 como sin sangre, como un juego oscuro avergonzado y triste. Muchas noches cuando se despertaba con el pecho oprimido hab铆a tratado de imaginar al Aniceto a esas horas, de ubicarlo con la mujer, pero no pudo, le costaba porque entonces la mujer era s贸lo una idea, no ten铆a rostro, quiz谩 por esto hubo momentos entre mate y mate en los que no sufr铆a, momentos fugaces en los que se limitaba a estar y nada m谩s. Y al volver a la verdad de la cama vac铆a, de mujer despreciada, su dolor no iba m谩s all谩 de una angustia pasiva que la desesperaba porque no la dejaba llorar. Ahora la mujer estaba ah铆 frente a ella, ten铆a forma. Ah铆, de pie, la mujer era una verdad. Se agach贸 para llenar la palangana sin poder dejar de mirarle el anillo. M谩s arriba la mujer comenz贸 de silbo burl贸n. La mir贸. La mujer sonre铆a. La sigui贸 mirando. A la Luc铆a se le fue desdibujando la sonrisa, sent铆a la mirada hurgarle por dentro como si la estuviera viendo acostada con el Aniceto. Le dio la espalda y se fue sin llenar. La Francisca la vio alejarse por entre las paredes sin terminar y s谩banas remendadas.

Esa misma noche volvi贸 el Aniceto. Ella estaba sentada en la cama. El no la mir贸 ni le dijo una palabra, arrim贸 la tetera al fuego y se puso en cuclillas a hacerle cari帽os al gallo. Le hubiera gustado verla llorar pero la pava herv铆a y la Francisca no lloraba. Al rato cruji贸 la cama y los pies de la Francisca pasaron frente a 茅l hasta el alambre donde colgaba la ropa. Volvi贸 a pasar y sinti贸 ruido de papeles. Se qued贸 donde estaba, sabiendo que la Francisca preparaba la ropa para irse. El hab铆a venido precisamente a eso, a decirle que se fuera, pero el hecho de que lo hubiera decidido ella lo golpe贸. Cada ruido del papel dobl谩ndose lo humillaba. Sinti贸 ajustar el cord贸n sobre el paquete, anudar, y cuando se incorpor贸 a encender el cigarrillo vio a la Francisca frente a 茅l con el bulto bajo el brazo. Detr谩s de ella la noche entraba por la puerta entreabierta.

鈥揃ueno... 鈥揹ijo la Francisca鈥, chau...

El Aniceto encendi贸 y a la luz del f贸sforo le vio brillar los ojos humedecidos.

鈥揅hau...

La vio volverse, salir a la oscuridad, alejarse con paso lento y perderse en la noche.

Se detuvo un rato apoyado contra el marco torcido de la puerta. La luz de la vela le daba en la espalda y su sombra alargada tiritaba sobre la tierra despareja.

鈥揧 buen... Despu茅s de todo...

Al entrar vio al alambre donde la Francisca colgaba la ropa y sinti贸 l谩stima. Baj贸 la vista y se qued贸 mirando al cenizo que pesta帽eaba somnoliento al lado del brasero.

鈥揝e fue la Francisca... 鈥搇e dijo.

Se meti贸 las manos en los bolsillos y comenz贸 a silbar. Apag贸 la vela y sali贸. Cruz贸 por entre los bald铆os cortados de casas, charcos, y pedazos de adobes hasta lo de la Lucia. Ella estaba entre las sombras conversando con un hombre. Vio que el hombre se iba y desaparec铆a en las sombras.

鈥換ui茅n es el tipo ese...

鈥揢n primo.

鈥撀縌u茅 primo?

鈥撀n primo, che!

El Aniceto sinti贸 que la cachetada le andaba por el brazo.

鈥撀緼s铆 que un primo?

鈥撀j谩!...

De la oscuridad brot贸 un perrito y el Aniceto se agach贸 a rascarle una oreja.

鈥揕a largu茅 a la Francisca... Estoy solo...

Lo 煤ltimo le son贸 a s煤plica. Soy una porquer铆a pens贸, a la final la Francisca fue m谩s hombre que yo, se fue y se fue...

鈥撀ine a decirte que te veng谩s a vivir conmigo a la pieza...

鈥撀緾on vos?

鈥揝铆, conmigo... 驴Qu茅, acaso no me quer茅s? 驴Qu茅, no hab铆amos quedado en eso?

鈥揝铆.

鈥撀縔 entonces?

鈥揧... no s茅.

Se hizo un silencio pesado.

鈥撀ien, mir谩, quedate nom谩s con el tipo 茅se! 隆Con el primo 茅se!

鈥揈st谩 bien.

鈥撀 claro que est谩 bien!

鈥撀縔 qu茅..? 隆Ultimamente yo soy due帽a!

La vio cubrirse con los brazos cuando ya era tarde, la cachetada le son贸 en la cara.

鈥撀a鈥檘ue aprendas a ser yegua!

El perrito se alej贸 al tranco lento con la cola entre las piernas. La Luc铆a fue bajando los brazos.

鈥撀 m铆 no me ves m谩s! 鈥搇e dio la espalda y camin贸 hacia la casa.

El Aniceto la alcanz贸 antes de que entrara, la tom贸 de la cintura.

鈥撀scuch谩, perdoname!...

鈥撀olt谩!...

De un manot贸n se quit贸 la mano de la cintura y entr贸.

El Aniceto se volvi贸 despacio por el mismo camino. Lleg贸 a la pieza y se tir贸 en la cama. Se busc贸 el atado de cigarrillos. Fue a sacar uno y not贸 que se le hab铆an acabado.

鈥撀arajo!

Estruj贸 el paquete y lo tir贸. Se levant贸, alz贸 un pucho, escarb贸 en las brasas y lo prendi贸. Amanec铆a cuando reci茅n pudo dormirse. Se despert贸 tarde, con los ojos enrojecidos y un dolor punzante en la nuca. Anduvo toda la siesta rondando de lejos la casa de la Luc铆a pero no la vio, Despu茅s, cansado, se fue al bar de los billares, compr贸 un atado de cigarrillos y con las 煤ltimas monedas pidi贸 un caf茅. Se qued贸 ah铆 pensando en ella hasta que se hizo de noche. Despu茅s, por ver si la ve铆a, se fue hasta la puerta del bailable.

鈥撀緾贸mo va el cenizo?

鈥揃ien, Renato.

鈥撀縉o entr谩s?

鈥揘o... Estoy esperando a la Luc铆a...

鈥撀縏odav铆a segu铆s con ella?

鈥揗谩s o menos... 驴por?

鈥揈st谩 adentro con un tipo...

Fue como si le hubieran dado un puntazo, tuvo el mismo fr铆o extra帽o que cuando lo alcanzaron a cortar por las costillas, la herida no duele pero el cuerpo se descompone, se siente vac铆o.

鈥揃ueno... 鈥搒e pas贸 la mano por la mejilla鈥... gracias... Chau, Renato...

鈥揅hau.

Se alej贸 con las manos en los bolsillos bordeando el largo murall贸n del bailable. La Luc铆a con otro. Cruz贸 el puente y entr贸 en las calles grises terrosas del loteo. En uno de los ranchos la voz de un borracho arrastraba una tonada, otro lo acompa帽aba a golpes de bordonas con infinito respeto. El Aniceto los vio de pasada por entre la lona que les hac铆a de puerta. Sigui贸. La voz del borracho qued贸 atr谩s con el lamento... 鈥淟as tonadas son tonadas y se cantan como son... se cantan cuando uno quiere o lo pide el coraz贸n...鈥

La distancia fue apagando los ruidos. El silencio se fue agrandando. Entr贸 en la pieza. Un sollozo seco le fue llenando el pecho, le brot贸 un quejido y se ech贸 a llorar bajito. Se estuvo un rato as铆, llorando y cruz谩ndosele la imagen de la Luc铆a. La ve铆a en el baile ajustada a los brazos en el primer beso y despu茅s, las caderas y los hombros desnudos dentro de las cuatro paredes.

鈥揊ue f谩cil... con el otro ser谩 igual...

Lleg贸 hasta la casa del gringo Yiyo y golpe贸. Se abri贸 la puerta con un crujido y de la oscuridad apareci贸 la cabeza pajiza del hijo.

鈥撀库橳a tu viejo?

鈥撀铆!... 鈥檛a acostado... 驴Qu茅 quer茅s?

鈥揘ecesito plata... Decile que le vendo la cama por lo que me d茅...

鈥揈sper谩...

Desapareci贸 la cabeza y al rato volvi贸.

鈥揇ice que no... que cama tenemo.

鈥換u茅 macana... Buen...

鈥揅hau Aniceto...

鈥揈sper谩.

鈥換u茅.

鈥揇ecile que le vendo el gallo...

鈥撀縀l gallo?

鈥揝铆.

鈥撀緾u谩nto quer茅s?

鈥換ue me d茅 un cien...

鈥揤i谩 ver...

La cabeza volvi贸 a desaparecer en la oscuridad. El Aniceto escuch贸 los pasos que volv铆an.

鈥撀縔...?

鈥揇ice que bueno pero que te da setenta porque es muy flaco.

鈥揧 qu茅 quiere, si es de ri帽a...

鈥揈l dice as铆...

鈥揃ueno... Esper谩 que te lo traigo.

Lo desat贸 de la estaca y casi dolido se lo dej贸 en las palmas al muchacho. Se guard贸 los setenta pesos y se fue al baile. Se sent贸 en un rinc贸n y pidi贸 una cerveza. Tuvo verg眉enza de levantar la vista. Se estuvo un rato as铆 hasta que no pudo m谩s y mir贸. El Renato pas贸 bailando con una gorda; desde la pista le hizo un gui帽o.

A la Luc铆a no la ve铆a por ning煤n lado. El Renato vino hacia la mesa.

鈥揅he, llegaste tarde, hace un ratito se fue la Luc铆a con el tipo.

鈥揂h谩...

鈥換u茅 mina sucia 驴no? Hay cada una...

鈥揧o no vine por ella... Por m铆 se puede morir... Despu茅s de todo que Dios la ayude...

鈥揃uen... te dejo Aniceto, me voy a bailar. 驴Qu茅 te pareci贸 la gorda?

鈥揚a los gastos... 鈥搈edio sonri贸.

鈥揃ueno, chau...

鈥揅hau...

La orquesta rompi贸 con un chillido de violines. Se los qued贸 mirando. Los m煤sicos de los bailables le daban l谩stima. Al ir bailando siempre trataba de no pasar cerca del tablado, y a veces cuando por casualidad llegaba cerca de ellos, lo invad铆a un sentimiento de verg眉enza; consideraba una falta de respeto que tuviesen que estar ah铆 por el par de pesos que 茅l hab铆a dado al entrar. Ahora desde su mesa los odi贸 por complacientes y absurdos, le desagradaron m谩s que los que se mov铆an al comp谩s de su m煤sica. Tuvo la sensaci贸n de que estaba entre locos que se complementaban. Dej贸 de mirarlos. Sobre la mesa brillaban las tres monedas del vuelto. Hab铆a vendido el gallo.

鈥撀or esa basura!... 隆Me deber铆a morir!...

Imagin贸 al cenizo acurrucado en el gallinero del italiano.

鈥撀o no soy un hombre, soy una mierda...! 隆Vender el gallo!

Sali贸. Por el lado del puente unos perros lo ladraron y 茅l los dej贸 hacer porque iba pensando en el gallo y nada m谩s. Lleg贸 a la pieza, encendi贸 el pedazo de vela, se quit贸 los zapatos y la cama cruji贸 al hundirse sobre el el谩stico flojo. Dio una vuelta y qued贸 con la vista fija en el techo de ca帽a. Sinti贸 una angustia fr铆a en el est贸mago. Prendi贸 un cigarrillo.

鈥撀enir a vender el gallo!... 隆Gringo ro帽oso!

Aspir贸 una bocanada profunda y otra y otra m谩s, y cuando el cigarrillo se hizo pucho encendi贸 otro con la misma brasa. La vela se fue consumiendo y la luz se hizo m谩s d茅bil. El Aniceto se volvi贸 a mirarla. Siempre le desagradaron las velas chorreadas de sebo, desde muchos a帽os, desde muy lejos, cuando la abuela lo obligaba a rezar por las noches frente a un Cristo crucificado, santos de yeso y sahumerio con olor a muerto.

鈥撀apaz que lo mate!...

La idea le qued贸 latiendo en las sienes. Se imagin贸 al italiano con esa boca comi茅ndose al gallo.

鈥撀a鈥檘u茅 se lo habr茅 vendido!...

El gringo y su familia y su mujer alt铆sima y flaca de nariz colorada y ojitos de cerdo. El gringo no le llegaba al hombro a la mujer y era un asco que esos dos hayan llegado a tener hijos. Y no s贸lo tuvieron hijos, sino que ten铆a una casa de adobes, un gallinero, y plata para cuando 茅l necesitara venderle algo. Pobre cenizo, pens贸.

鈥撀nmigrantes! 鈥揺scupi贸.

Imagin贸 un barco repleto de gringos, un barco lleno de cabezas rubias, de piel transparente y venas azules, fumando pipas apestosas, ri茅ndose a carcajadas con dientes desparejos y sucios de tabaco.

鈥揧 vienen y tienen m谩s que uno...

Chisporrote贸 la vela y la pieza qued贸 a oscuras.

Dice que te da setenta porque es flaco. Lo quiere para com茅rselo.

Se le empaparon las manos de sudor.

鈥揝e lo robo... 隆Voy y se lo robo!

Se sent贸 en la cama. Camin贸 hasta la puerta. El loteo dorm铆a. Las casas a medio hacer mostraban el perfil dentado de los adobes. Le molest贸 tanta quietud. Mir贸 hacia la casa del gringo. Dio un paso. A lo lejos cant贸 un gallo, se detuvo.

鈥撀e lo robo y se acab贸!

Cruz贸 los dos bald铆os que lo separaban de la casa. Borde贸 los fondos buscando el lugar m谩s bajo del tapial. Apoy贸 las manos sobre la pared y subi贸. Qued贸 recostado sobre el muro. Mir贸 hacia adentro y sinti贸 miedo. Se acord贸 de la Francisca. Iba a descolgarse cuando volvi贸 a escuchar de lejos el canto del gallo; otro m谩s cercano le contest贸 y despu茅s otro y muchos m谩s, y todos los gallos del loteo tajearon la noche de gritos agudos. Qued贸 inm贸vil sobre el murall贸n. Los gritos siguieron hasta pasar por sobre 茅l y estallaron dentro del gallinero del italiano.

鈥揇贸nde estar谩 mi compadre...

El canto de los gallos se fue perdiendo en la distancia. El Aniceto se dej贸 caer despacio. Cuando toc贸 suelo le entraron ganas de re铆rse. Se fue incorporando despacio. Camin贸 los pocos pasos que lo separaban del gallinero, levant贸 la puerta de alambre y entr贸. Sobre los palos torcidos se amontonaban los bultos redondos de las gallinas. Se qued贸 mir谩ndolas tratando de distinguir al cenizo. Todo era igual.

鈥揅ompadre... 鈥揹ijo a media voz.

Un bulto cloque贸, se movi贸 y qued贸 quieto.

鈥揅ompadre...

El bulto volvi贸 a moverse y a cloquear. Estir贸 la mano y lo agarr贸. Tuvo la sensaci贸n de lo irremediable: pesaba m谩s, 茅ste no era el cenizo. El galo levant贸 la cabeza, chill贸 y patale贸. Quiso apretarlo, silenciarlo para siempre pero se le escap贸 con chillidos y aletazos de entre las manos. Todos los bultos se convulsionaron en pataleos, corridas y aletazos.

鈥撀adronni!... 隆Ladroni! 隆Yiyo han entrado ladroni, socorro!

El grito hist茅rico de la mujer del gringo atraves贸 las paredes miserables y corri贸 met谩lico por las venas del Aniceto. Las gallinas saltaban por sobre 茅l, se arremolinaban, atropellaban la alambrada, ca铆an y volv铆an a atropellar cacareando, graznando, escandalizando.

鈥撀ut铆sima madre!... 鈥揺l sudor le baj贸 por los p谩rpados, le sal贸 la boca.

鈥撀adroni Yiyo, santo D铆o socorro!...

El Aniceto se meti贸 las manos en los bolsillos buscando los f贸sforos. Encendi贸, mir贸 hacia todos lados.

鈥撀ompadre...!

Crestas palpitantes, ojos despavoridos, picos entreabiertos, respirando a ronquidos y desde la pieza los gritos de la mujer:

鈥撀o, Yiyo no... Lo matan al m铆o marito! 隆Socorro...!

Se estir贸 por sobre los palos hacia el bulto del rinc贸n, era el cenizo, Lo alz贸 r谩pido. Se enred贸 entre los palos, cay贸 y se volvi贸 a levantar. Se le incrustaron los tri谩ngulos de la alambrada en la cara. Se corri贸, encontr贸 la puerta y sali贸. Sinti贸 un golpe en la espalda. Un estampido. Tosi贸. Gir贸. Otro golpe, otro estampido. Una tibieza suave le ba帽贸 la mano que sosten铆a al cenizo; el gallo se le abland贸 en la palma. Entre la sombra de la 煤ltima pieza vio la silueta borrosa del gringo y la escopeta. Volvi贸 a toser. Se tambale贸 hasta el tapial. Los perros ladraban. Se afirm贸, junt贸 todas sus fuerzas y trep贸. Una bocanada de sangre le ahog贸 la garganta, le llen贸 la boca y corri贸 por el muro. Se dej贸 caer con el gallo al otro lado. Qued贸 sentado en la calle apoyado contra el tapial y el gallo muerto entre los brazos. Del otro lado las gallinas cacareaban y la mujer flaca segu铆a escandalizando con gritos desgarradores que se mezclaban con los ladridos y formaban un infierno de ruidos que fatigaban al Aniceto y lo hund铆an en un cansancio profundo porque le ard铆a y le dol铆a la espalda y las manos y el gallo atravesado de perdigones.

鈥揚ucha digo...

Sinti贸 que la noche se le met铆a adentro. Por las piernas se empez贸 a quedar ciego. Despu茅s fue subiendo despacio y todos los gritos juntos se fueron alejando por sobre su cabeza para arriba, muy arriba, hasta hacerse un chillido fino y destemplado, hasta que se perdi贸 como un hilito. Despu茅s nada. Todo era blanco, un blanco p谩lido, y en el medio un punto, y el punto se fue agrandando y eran las voces que volv铆an y se sonri贸 porque era la boca abierta de un gallero que apostaba, de muchos galleros que apostaban rode谩ndolo. Y el punto era la lona sanguinolenta de un picadero, y sobre la arena un gallo colorado que atropellaba a ciegas, entreabr铆a las alas y volv铆a a atropellar el aire porque 茅l todav铆a no hab铆a echado al cenizo. Los hombres gritaban apuestas a su gallo y 茅l ten铆a el cenizo en los brazos. Se agach贸 para echarlo al redondel, para enfrentarlo con ese gallo loco, pero alguien dijo que no echara su gallo a la arena porque estaba muerto. El gallo colorado sigui贸 solo dando vueltas y puazos y escuch贸 a los hombres seguir gritando apuestas a su cenizo.

鈥揈st谩n todos locos... 鈥揹ijo鈥. Yo

me voy.

Crisp贸 las manos sobre el gallo.

Este relato integra el volumen El dependiente y otros cuentos, Galerna, 1969.

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