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Domingo, 27 de julio de 2008
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La clase baja va al Paraíso

Se estrena por I-Sat Shameless, la serie británica que satiriza la vida de una familia en la miseria; brutal, políticamente incorrecta, emotiva y muy, pero muy graciosa.

Por Martín Pérez
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Cuando para el Día del Padre una empresa inglesa de tarjetas de felicitación realizó una encuesta sobre el padre de la televisión al que nunca le mandarían una postal, nadie se sorprendió demasiado cuando el elegido fue Frank Gallagher. Ni siquiera el detestable padre animado de la serie Family Guy le pudo sacar el primer lugar al borracho por excelencia de la televisión inglesa desde que Shameless debutó en Channel 4 en enero del 2004. A más de cuatro años de aquel extraordinario capítulo debut –que se podrá ver el viernes a las 22.30, por I-Sat–, la serie creada por Paul Abbott es prácticamente una institución en su país de origen, donde acaba de exhibirse su quinta temporada consecutiva, filmada en un flamante set construido especialmente para el programa, por lo que es de esperar que siga habiendo Shameless por un buen rato.

Ganadora de todos los premios británicos habidos y por haber, y con el proyecto inminente de hacer una versión norteamericana con Woody Harrelson en el papel de Frank, la historia de la familia Gallagher significó el estrellato para Abbott, un guionista y productor que ya se había hecho conocido especialmente por su trabajo en la gran serie de culto Cracker. Ambientada en un barrio obrero de Manchester, Shameless ha sido calificada por el actor que hace las veces de Frank Gallagher (y que ha dirigido un par de capítulos en la quinta temporada), como “Los Simpson en ácido”, y algo de eso hay. Pero, si los tan amarillos habitantes de Springfield parodian a una típica familia norteamericana de clase media, la serie de los Gallagher abraza con todo corazón la clase baja británica. Y lo hacen sin ningún pudor, como si fuese una película de Mike Leigh o Ken Loach, pero como una desembozada comedia de clase. “Tuve que pelear como un condenado para que me dejasen hacer Shameless, porque no es la clase de televisión a lo que los ejecutivos del medio están acostumbrados”, dijo recientemente Abbott. “Siempre pensé que tenía que incluirse comedia y verdad emocional en el mismo programa. Quería poner algo como Shameless en televisión y mostrar un mundo que conozco muy bien, pero no bajo la forma de un documental, porque de esa manera sería menos verdadero.”

Mucho se ha hablado en la prensa inglesa sobre el carácter autobiográfico de la serie de Abbott, que supo ser criado en un ambiente similar al de los Gallagher, una familia de siete hermanos sin padre ni madre que los criase, todos trabajando en hasta tres empleos al mismo tiempo, tratando de juntar dinero para un fondo común y escapando de los servicios sociales para que no los separasen. Con varios intentos de suicidio juveniles y una internación hospitalaria por un trastorno bipolar, el creador de Shameless ganó su primer certamen literario a los 15 años, y a los 18 había logrado que Alan Bennett lo apadrinase para vender su primer guión a la BBC. “La pregunta más común es si mi familia se queja por haber exagerado detalles de nuestra infancia para explotarlos comercialmente”, confiesa Abbott. “Pero la verdad es que si hubiese exagerado mis recuerdos de infancia, la serie no se podría ver. Mi padre nunca fue como Frank ¡pero pagaría porque lo hubiese sido! Porque muestro a Frank como un drogadicto que le roba plata a sus hijos e incluso llega a romperles la nariz, ¡pero mi viejo abandonó a sus hijos y dejó que se muriesen de hambre! Lo único que me reprochó mi padre cuando vio por primera vez Shameless fue: ¿Cuándo tuve yo el pelo tan largo? ¡Lo único que lo mortificó fue el largo del pelo del protagonista!”

También se le suele preguntar si la razón por la cual hizo que sus personajes fuesen, en última instancia, encantadores, se debe a una razón política, a las ganas de ponerse de su lado. “No tuvo nada que ver con la política, fue algo emocional”, explicó, recordando que el primer guión que intentó hacer sobre sus recuerdos de infancia resultó bastante triste y oscuro. “Todo lo que contaba era verdad, pero no era así como me sentía entonces. Porque algunas de las anécdotas más oscuras formaban parte de mis recuerdos más divertidos.” Por eso Shameless, una maravilla televisiva, una desestructurada historia de desclasados, tan romántica y emotiva como delirante y políticamente incorrecta. Y tan zarpada, al menos en términos televisivos, que Abbott confiesa estar teniendo problemas para adaptarla para Estados Unidos. “Es que allá pueden mostrar a un menor usando una ametralladora, pero no puede fumar”, explica, a modo de ejemplo, el guionista que confiesa que lo que más disfruta de escribir el guión de Shameless es el momento de dar forma a los arrebatos verbales de Frank. “Mi mujer me escucha reírme y me dice: ¿Te estás riendo de tus propias bromas? Y yo le digo que me río porque me doy cuenta de que me puedo salir con la mía.”

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