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Domingo, 21 de septiembre de 2008
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Piano vas a llorar

Por Mat Snow
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Newman en Born Again, su disco de 1979.

Tus primeros 20 años de carrera artística nos enseñaron a distinguir entre el compositor y la canción. Pero los últimos 20 nos han invitado, ocasionalmente, a identificar al uno con el otro...

–Es verdad.

...así que, teniendo en cuenta el ataque del virus Epstein-Barr que sufriste en 1986, tus actuales problemas de espalda y que la canción que titula tu disco Harps and Angels se refiere a la experiencia de volver de la muerte. ¿Cómo estás?

–¡Ja! ¡Muy bien! Aunque no lo parece. No puedo usar mi salud como excusa por haber editado sólo tres discos en veinte años. Y con respecto a Harps and Angels, siempre he estado interesado en los retratos literarios del cielo. Ya lo hice en Fausto, y en esta canción funciona muy bien. Es un admirable trabajo actoral: el tipo –yo– suena perfecto todo el tiempo, es alguien que hasta puedo ver. Es humano, porque se da cuenta de que lo más importante de todo lo fantástico que le ocurre es que efectivamente hay una vida después de la muerte. Entonces le dice al tipo que le está contando la historia que deberían ponerse en onda. Así que le propone: vamos a tomar un trago.

La letra de “A Few Words in Defense of Our Country” fue publicada como un editorial en el New York Times el año pasado, mientras que una nueva canción, “Laugh and Be Happy”, vende una falsa visión de la realización del sueño americano.

–Te digo algo: no es una visión falsa para los inmigrantes latinos a quienes está dirigido el tema. Les está yendo bastante bien, y les va a ir mejor. Es algo que sucede tradicionalmente con los inmigrantes. Sabe Dios por qué. El país está hecho con ellos. Es un gran país. La gente dice: “Tiene la administración que se merece”, esa clase de pavadas. Pero los norteamericanos que generalmente uno conoce son mejores que lo que tienen: guerra, recesión, desastres de los que nadie se ocupa. Cuando uno piensa cómo en Bélgica los flamencos y los franceses no pueden llevarse bien juntos, y cómo en Suiza –esto es un poco simplista y estúpido– están estrictamente separados en cantones, y no se mezclan jamás. Pero sí sucede en los Estados Unidos: todo es una gran mezcla. Alemanes, irlandeses, judíos, polacos, rusos. Muchos de ellos no se mezclan tan fácil, y a los afroamericanos, nuestro gran pecado, es algo que no se les ha permitido. Pero van a poder hacerlo.

La canción “Potholes” suena como un episodio de ineptitud infantil con el béisbol, recordada como una hilarante anécdota después de una cena.

–Es algo que me sucedió literalmente: esos 14 chicos, lloré, mi papá contándole la historia a su segunda esposa, y la misma historia un par de años después. No hay ni una mentira ahí. Ahora parece gracioso, pero fue duro cuando era chico. Haría cualquier cosa por una canción, y no me importa contar las cosas más avergonzantes.

Has reconocido esa fina capa de hielo sobre tu corazón que te permite escribir sobre tu familia en canciones como “I Miss You”, del disco Bad Love (1999) ¿Alguna consecuencia personal?

–No demasiadas. Pero “Old Man” (de su obra maestra Sail Away (1972), cuyo mejor verso dice: “No llores, viejo, no llores/ todo el mundo muere”) resultó ser mas cercana a la realidad que lo que había pensado. Hubiese querido alcanzar más calidez, aunque creo que lo hice mejor que el tipo de la canción: nunca le dije (a su padre Irving, que murió en 1990) en su lecho de muerte que ésa era la manera en que me había criado así que era lo que conseguía. Lo visité todos los días, pero tardó un tiempo en morir. Quería demostrarle más, sin embargo, y pensé en ese tema. Mi padre era cariñoso físicamente, intentaba tomarte de la mano cuando tenías 14 o 38 años... ¡cuando no querías sostener la mano de tu padre! Pero no sé si en su cabeza era particularmente afectivo. Me lo imagino escuchando “Old Man”, si es que alguna vez lo hizo. Tendía a personalizar esa clase de cosas. Yo no lo hago, tal vez como un mecanismo de defensa. Ahora estoy escribiendo de manera más autobiográfica. Una canción como “My Country” (de Bad Love, en la que describe crecer en una familia formada viendo televisión) es absolutamente verdad. En “I Miss You” puede ser algo amanerado cuando digo que vendería tu alma y la mía por una canción, pero para mí sobre eso trata esa canción: que te vendería a vos si puedo sacar una canción de eso. Pero no querés que la gente deje de hablarte. Una de las razones por las que me he vuelto más autobiográfico es que ahora estoy hablando más. Soy bueno escuchando, pero no tan bueno como era antes. Ahora me descubro como un viejo quejoso, que habla de cualquier cosa de la que no sabe casi nada.

Harps and Angels termina con tu versión de “Feels Like Home”, originalmente en el musical Fausto. ¿Por qué despedirte con una canción que, según declaraste, no te interesa líricamente para nada?

–No debería decir esas cosas. La gente me cuenta que la hace sonar en su casamiento. La gente que apenas si conozco me habla más de esa canción que de cualquier otra que he escrito. Después de esa declaración seguro que piensan: “Me gusta esa canción, debe pensar que la gente como yo es estúpida”. Créeme: nunca soy condescendiente con una audiencia, ni pienso que son estúpidos. Pero en esa canción no tiene nada particular para mí. La incluí porque quería dejar grabada mi versión. Ya aprendí lo que mi voz puede y no puede hacer, y tal vez sea la mejor versión, después de la de Linda Ronstadt y Dolly Parton, y la cantante canadiense Chantal Kreviazuk. Si escribís una canción que pensás que a la gente le va a gustar, debés cantarla. A mis fans presumiblemente les gusta lo mismo que a mí: sátira, ironía, cuentos. Pero también les gustan esa clase de canciones. Si alguien hace una encuesta en un site, las canciones que les gustan más siempre son “Marie” (de Good Old Boys, 1974), una canción de amor de comienzo a fin, y “I Think It’s Going To Rain Today” (de su debut de 1968, Randy Newman Creates Something New Under The Sun). Cuando la gente dice que le gusta me sorprende, porque la escribí cuando aún era un niño. Para la mayoría de la gente, la canción es un medio en el cual decir: “Te amo, ¿por qué no me amás?”.

¿Desconfiás del sentimentalismo?

–No, soy sentimental y rompo a llorar ante cosas que me avergüenzan, como un programa de televisión o una película mala. Y me gusta la música que lo hace, como Tchaikovski o Puccini en su mejor nivel. No le tengo miedo a eso. Pero los personajes me interesan más.

¿Buscás consuelo en la música?

–Hace poco estaba escuchando a John Adams, y me di cuenta de que me calmaba, haciéndome sentir un poco mejor. Pero, básicamente, no. Para consolarme busco hablar con alguien. Cuando era chico, la música no significaba una compañía, y cuando me voy a dormir ahora escucho las noticias de la BBC. Soy alguien difícil con el que estar casado: siempre tengo una luz encendida, y estoy leyendo o escuchando música o mirando la televisión. Mi primera esposa estaba quejándose con mi segunda esposa sobre eso. Y mi primera esposa le dijo: “Bueno, ¡al menos ya no fuma!”.

En 1966 te cansaste de ser un compositor de alquiler para Metric Music y trataste de escribir algo diferente...

–Lo hice. Me cansé de mis intentos con el limitado vocabulario que podía usar ahí: quise escribir algo que fuese más como yo. “Simon Smith And His Amazing Dancing Bear” (un gran éxito en 1967 para The Alan Price Set, Randy hizo su versión en Sail Away) fue mi primer intento. Cuando escribí “I’ve Been Wrong Before” (que cantaron Cilla Black y Dusty Springfield), “Just One Smile” (The Tokens, Gene Pitney, Dusty Springfield) y “Nobody Needs Your Love” (Gene Pitney), mi editor en ese momento, Aaron Schroeder, estaba feliz, porque eran canciones con estribillos, y parecía que iba a seguir haciendo dinero. Pero no hubo más. No estoy diciendo que hubiese escrito millones de éxitos si lo hubiese decidido, ése es un talento que tal vez yo no tenga. Burt Bacharach lo tiene, sabe dónde está el oro. Mi tío Lionel solía decir que las canciones de Bacharach sonaban como una tercera parte para un oboe. ¡Eso era muy duro! Pero cuando Bacharach llegaba a su estribillo, sabe que está ahí. He llegado a apreciarlo más. No me gustan particularmente esos temas que son como una tercera para un oboe, que están por todos lados. Pero lo he escuchado siendo honrado en algún tributo, y la orquesta tocó sus canciones, y eran realmente muy efectivas. Buena música: no sólo terceras de oboe, sino primeras para violín.

Escrita en 1966 y cantada primero por Judy Collins, “I Think It’s Going To Rain Today” fue tu primera canción con un giro misántropo, el punto de partida para escribir monólogos autoparódicos más cercanos al estilo del más harto e irritado Ray Davis de los ’60. ¿Aquellos hits de los Kinks te hicieron saber que podrías seguir un camino similar?

–No, pero me di cuenta de que hacían eso. Y te voy a decir quiénes más: The Who. Siempre pensé que Daltrey había tenido suerte para estar en esa banda revoleando el micrófono, pero no, no sólo fue suerte. Estuve escuchando unos de sus primeros discos con un tema como “Substitute”, que mi hijo, al que le gusta la música más que a mí, suele escuchar. Era corrosivamente cínico y satírico, y Daltrey le agregaba cosas con la naturalidad de su vocalización. Realmente lo entendía. Ayudaba esas canciones. Eran una banda de rock increíblemente buena. Uno pensaría que entonces estaba escuchando esa clase de música, pero sólo escuchaba el Top 40. ¡Conozco más canciones de Andy Gibb que de The Who! Descubrí todo eso realmente tarde. Sólo cuando mis hijos comenzaron a escuchar Led Zeppelin me di cuenta de que Jimmy Page realmente se tocaba todo. Pero entonces no le prestaba atención. No sé por qué, tal vez tenía miedo de que fuese bueno o de que me aburriese si resultaba malo.

¿Qué canciones de otros artistas te emocionan?

–Dos que nunca podría haber escrito. “Softly, As I Leave You”, de Matt Monro, un tema muy largo, y “Vincent”, por Don McLean, que siempre pensé que era una gran canción. Escuché a Josh Groban cantarla: Dios, fue algo horrible. Cambiaba las notas donde no se suponía que debía hacerlo. Esa es una de las razones por las que no me gustan los cantantes de jazz, no me gusta para nada ese período en el que Aretha Franklin no dejaba tranquila ninguna nota, pero todos hacían eso. Otras que me emocionan son “TB Sheets” por Van Morrison, “What I’d Say” por Ray Charles, “House of The Rising Sun” por The Animals. Y me encanta Stevie Wonder: “Superstition”, “Living in The City” y “Master Blaster”. Y George Jones: “The Door”, “He Stopped Loving Her Today”. Cosas más o menos convencionales, excepto “TB Sheets”, pero es una temprana gran actuación la que hizo Van Morrison en esa canción. Creo que es importante que la gente haga eso. Dylan lo hizo.

¿Podés decirme por qué. cuando para un oído común suena similar a vos, Bob Dylan vende tantas entradas y tantos discos más que vos?

–Dylan se ganó el respeto y el amor de una generación. Estaban orgullosos de pensar en sí mismos como la generación para la cual él era la voz. Y siempre fue Dylan, nunca fue un personaje. No creo que él haya alcanzado alguna vez el nivel de su primera época. Uno siempre puede exagerar sin problemas al hablar de esa época, antes de la electricidad. No creo que él escriba hoy tan bien como entonces, nadie lo hace, pero no creo que yo haya hecho algo mejor que este disco. Parecería que en este negocio la mayoría hace su mejor trabajo antes de cumplir 30, y después salen de gira para siempre. Neil Young mantuvo su nivel por mucho tiempo, James Taylor lo ha hecho, Paul Simon también. Pero para la mayoría fueron unas ocho o diez canciones en los ’70, y después a empacar.

Como en tu canción de Bad Love: “Estoy muerto (pero no lo sé)”.

–Por eso la escribí, aunque sin pensar en nadie en particular. En general uno no sabe cuando se hace malo. Tal vez yo sea peor, pero pienso que no lo soy.

En 1970, como un joven cantautor del sello Reprise, escribiste e interpretaste la canción “Lonely At The Top” para que la considerara el jefe del estudio, Frank Sinatra. ¿No se te ocurrió que podía ofenderse ante tu burla de la imagen pública que cuidadosamente construyó durante décadas?

–Sí, es sorprendente que yo haya imaginado que podía llegar a cantarla, y realmente la canté para él. Pero pensé que era lo suficientemente inteligente como para reírse ante la premisa del rico que está en la cima y está solo y triste. Se la canté a Barbra Streisand y se rió. Le gustó, pero pensó que la gente iba a creer que lo decía en serio. Y súbitamente... ¡me di cuenta de por qué nunca iba a ganarme el corazón del público norteamericano! ¡Quieren artistas que crean en lo que dicen! Yo no les doy eso: me interesa otra cosa. Me gusta la forma en la que escribo, y no la cambiaría.

La gente quiere sinceridad de los cantantes. Cuando hablás, podés mentir, pero cuando cantás, debe ser la verdad que llevas en el corazón.

–Así debe parecer. Eso es lo que quieren, eso es lo que aman. Siempre me pregunté por la gigantesca, desproporcionada popularidad de Neil Diamond. Comparado con cualquier otro, él siempre es el mejor. Debe poner un buen show, pero creo que a la gente le gusta. Es extraño a quién Norteamérica elige querer realmente. No siempre uno se puede imaginar quién va a ser, empezando por Ruby Keeler: no puede bailar, no puede cantar, no puede actuar. Pero parece una buena persona, y aunque es una actriz así que uno no lo puede saber, apuesto que es una persona agradable. Y Neil Diamond también es alguien que Norteamérica ama. Más que alguna vez lo hicieron con James Taylor.

Y Jackson Browne... en tu nueva canción, “A Piece Of The Pie”, te ensañás con él, como si su crítica sobre el estado del mundo no fuese confiable...

–No es así. Es sólo que todos los demás dejaron de hacerlo. Hubo toda esa fermentación durante los ’60 y los ’70, y después la nación colectivamente le dio la espalda. No se preocupan más por la energía nuclear, o por los sufrimientos de los negros o los pobres. Pero Jackson continuó escribiendo sobre la energía nuclear en los ’90, y muy bien. Es un gran cantautor. Le gustó mucho “A Piece Of The Pie”, porque es complementaria. Jamás me burlaría de alguien que hace lo correcto. No eligió ser un héroe, sino el camino mucho más duro que te lleva al cielo, pero no te hace rico. Era un chico bonito que podía componer éxitos pero eligió intentar usar la música para cambiar la cabeza de la gente. No creo que la música jamás haya cambiado la cabeza de alguien. “La Marsellesa”, tal vez. He escrito todas estas canciones sobre el racismo y bromeo con que, en parte gracias a lo que yo he hecho, ya no hay ningún problema con el racismo: “Oh, mi amor, tenemos que ser buenos con los negros ahora”...

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