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Domingo, 17 de mayo de 2009
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La voz dorada

El disco y el dvd Live in London, que permite asomarse a esta nueva y magistral gira.

Por Roque Casciero

“Ha pasado un largo tiempo desde que me paré por última vez sobre un escenario en Londres. Fue hace catorce o quince años, yo tenía 60, era sólo un chico con un sueño loco”, dijo Leonard Cohen en el O2 Arena de la capital inglesa el 17 de julio del año pasado. Palabras más, palabras menos, el canadiense repitió el mismo chiste en toda su gira de retorno, igual que lo que siguió: “Desde entonces tomé mucho Prozac”, soltó, y el público largó la carcajada. Aunque todavía sonaron algunas risas, mucho menos gracioso fue cuando continuó con una larga lista de medicamentos: se sabe que el cantante debió recurrir a ellos para superar una depresión. Pero la confesión, en esos términos, se le hizo más liviana a Cohen, que la usó para presentar una de sus hermosas y profundas canciones. “También estudié filosofía y religión –continuó en Londres–. Pero quiero decirles algo que no podrá ser contradicho fácilmente: No hay cura para el amor (“Ain’t no cure for love’).”

El humor, el ingenio y la sabiduría siempre fueron aliados de Cohen a la hora de lidiar con los demonios de afuera y los de adentro, y a punto de cumplir 75, vuelve a conjurarlos sobre los escenarios. Casi habría que agradecerle a su anterior manager, que lo estafó y lo dejó sin un centavo, porque Cohen se vio forzado a volver a cantar en vivo para sustentarse, según él mismo confesó. Porque el hombre, que ya se veía retirado de las luces para siempre, demuestra estar en impecable forma, casi mejor que nunca. Basta darle play al dvd Live in London, que registra todo el show ya mencionado, para encontrarse con esos graves de catacumba que Cohen suelta cada vez que abre la boca. Sólo que ahora los flancos de esos sonidos aparecen tallados por la marea del tiempo, lo que les da una expresividad diferente y especial. “Nací con el don de una voz de oro”, se ríe de sí mismo en “Tower of Song”: el canandiense nunca se sintió cómodo con su forma de cantar. Grave error de su parte, porque es precisamente su voz la que atrapa por primera vez a sus devotos, la que de inmediato los convence de que hay que escuchar lo que Cohen dice porque, al fin y al cabo, suena como un personaje del Antiguo Testamento.

Ahí está, en el dvd, un profeta canoso y elegantísimo, que entra a escena trotando, que bromea todo lo que puede, que levanta el micrófono con su mano derecha y sostiene el cable a la misma altura con la izquierda (un problema para los camarógrafos), que saluda al público sacándose el sombrero, que agradece con esa sonrisa apacible del que vio y vivió demasiado en su búsqueda de la sabiduría. Y canta, claro. A veces arrodillado, sin temor a que se le haga una mácula a su ambo cruzado, con solapas anchas y líneas verticales, casi de película de mafioso. Otras guitarra en mano, como para recuperar en la imaginación a aquel trovador que vivía con Suzanne, Marianne y todas las chicas de la isla de Hydra. Canta canciones de todas sus épocas, excepto de su último disco, Dear Heather. Arranca con “Dance me to the end of love”, sigue con “The future” y “Ain’t no cure for love”. Pasan “Bird on the wire” y “Everybody knows”, y cualquier aspirante a cantautor quiere tirar la toalla: ¿cómo superar esas frases perfectas, ese pensamiento inabarcable de tan lúcido? Pero recién van cinco temas... Falta muchísimo en las casi tres horas del dvd. Faltan “Tower of song”, “Who by fire”, la inmensa “Hallelujah”, “Democracy”, “I’m your man”, “So long, Marianne”, “Sisters of Mercy”, entre otras joyas.

La filmación del dvd no es gran cosa: muchos planos cerrados en los que el pie de micrófono se interpone entre la cámara y el cantante, poquísimos del público y nunca en interacción con lo que pasaba arriba del escenario, jamás toda la banda junta, sobriedad en demasía... En resumen, no estuvo a la altura del concierto en el inmenso O2 Arena. Porque, además del “don” de un Cohen inspirado y feliz, la banda les sacó lustre a las canciones, al punto de que varias mejoraron a las versiones de los discos. El carácter más “acústico” (aunque hubiera guitarras eléctricas y algunos sintetizadores) puso de relieve los maravillosos juegos de las voces del canadiense, su vieja colaboradora Sharon Robinson (que cantó sola “Boogie Street”, y las angelicales hermanas Charley y Hattie Webb (hicieron “If it be your will”). Ellas tres fueron las que llevaron “Hallelujah” hasta las nubes, y las que cantaron una y otra vez el mántrico “du dam dam da de du dam dam”, mientras Cohen caminaba por cada piso de la “torre de la canción”.

Precisamente en el final de “Tower of song”, cuando sólo quedaban la base programada y las voces femeninas, llegó la epifanía: “Me siento agradecido porque esta noche todo se me ha hecho claro; esta noche los misterios se han develado; he penetrado en el núcleo mismo de las cosas y me he topado con la respuesta. Y no soy la clase de persona que se la guarda para sí. ¿Quieren escuchar la respuesta? ¿Están verdaderamente hambrientos de respuesta? Entonces son las personas a las que quiero decírsela, porque es algo muy raro y no voy a decírselo a cualquiera...” Cohen hizo una pausa para saborear la ansiedad de las 20 mil personas. Al fin y al cabo, de una vez por todas iba a reconciliarse con su imagen de profeta frente al público que lo ungió como tal. Y entonces, otra vez apareció la sonrisa más apacible del mundo en su rostro, mientras él decía que “la respuesta a los misterios es: ‘Du dam dam da de du dam dam’”.

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