A lo mejor el estilo de vida frenético tenÃa mucho que ver, pero yo tenÃa un sistema a fines de los ‘60. Tomaba un barbitúrico para despertarme, un subidón recreativo en comparación con la heroÃna, aunque igual de peligroso a su manera. Ese era el desayuno. Un Tuinal, inyectado, asà pegaba más rápido. Y después una taza de té caliente, y después considerar si levantarse de la cama o no. Y más tarde a lo mejor un Mandrax o un Quaalude. De otra manera, tenÃa demasiada energÃa para quemar. Asà que me despertaba despacio porque tenÃa tiempo. Y cuando el efecto se va, después de unas dos horas, te sentÃs más relajado, tomaste el desayuno y podés trabajar. Y a veces tomaba tranquilizantes para seguir adelante. Cuando estoy despierto, sé que los tranquilizantes no me van a dormir, porque ya dormà y porque es difÃcil dormirme. Lo que hacen es suavizar mi camino para los siguientes tres o cuatro dÃas. No tengo intenciones de volver a dormir por un tiempo y sé que hay suficiente energÃa en mà que, si no desacelero, voy a quemar antes de terminar lo que sea que tenga que terminar, en el estudio, por ejemplo. Usaba las drogas como equipamiento. Rara vez las usaba por placer. Al menos, esa es mi excusa.
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