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Domingo, 30 de enero de 2011
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El tiempo profundo y el futuro lejano

Por Martin Rees

Tenemos que ampliar nuestros horizontes temporales; sobre todo, necesitamos tomar conciencia de que hay más tiempo por delante que por detrás. Nuestra biosfera es el resultado de más de 4 mil millones de años de evolución y nuestra historia cósmica se remonta a 13.700 millones de años cuando empezó todo con el Big Bang. Ambas nociones están arraigadas en nuestra cultura y en nuestra comprensión del universo aunque no ocurre lo mismo con el extenso tiempo que todavía nos queda. Nuestro Sol está recién en la mitad de su vida. Se formó hace 4500 millones de años pero tiene combustible para unos 6 mil millones más. Pero incluso después de la muerte de nuestra estrella, el universo continuará expandiéndose –quizás para siempre–, destinado a convertirse en un lugar cada vez más frío y vacío.

La noción de “tiempo profundo” que nos avecina, sin embargo, todavía no está generalizada. De hecho, la mayoría de la gente asume que los seres humanos somos la culminación de la evolución. Ningún astrónomo o biólogo cree esto. Por el contrario, sería igualmente plausible suponer que ni siquiera estamos a mitad de camino. Hay tiempo abundante para la “evolución posthumana”, aquí en la Tierra o más allá. Quizá nos deparan aún mayores cambios cualitativos de los producidos en el camino que nos condujo de simples organismos unicelulares a los seres humanos que somos ahora. En efecto, sabemos que la evolución futura no seguirá adelante con el mismo lento ritmo con el que se viene produciendo por selección darwiniana. Se acelerará mucho más gracias a la modificación genética y al avance de la inteligencia artificial.

El propio Darwin se dio cuenta de que ninguna especie puede persistir sin alterar su fisonomía en un futuro lejano. Ahora sabemos que el futuro se extiende mucho más allá y que las alteraciones han de ocurrir mucho más rápido de lo imaginado por Darwin. Sabemos que el cosmos, a través del cual la vida podría esparcirse, es mucho más extenso y variado de lo previsto. Así, los seres humanos no somos ni por asomo la rama final del árbol evolutivo, sino una especie que surgió tempranamente en la historia cósmica, con la promesa de diferenciarse evolutivamente. Esto no es para despreciar nuestro status. Nosotros, los humanos, tenemos el derecho a sentirnos únicos e importantes; somos la primera especie (conocida) con el poder de moldear su legado evolutivo.

Martin Rees es astrofísico y el actual presidente de la Royal Society de Inglaterra.

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