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Domingo, 19 de junio de 2011
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> Oliver Assayas, el hombre detrás de las 5 horas y 1/2

Carlos Superstar

Por Mariano Kairuz
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A pesar de que la crítica norteamericana la celebró como una de las mejores películas extranjeras del año, no pudo competir por el Oscar; a pesar de que su director es un abonado del Festival de Cannes, no pudo competir por la Palma de Oro. ¿Qué pasa con Carlos –la última película de Olivier Assayas, director de Irma Vep, Los destinos sentimentales, Demonlover– que a pesar del consenso crítico que ha convocado se le vedaron dos de las más grandes ventanas de promoción mundial? La explicación es la misma en ambos casos: apenas un tecnicismo. El festival francés –en el que Assayas estuvo presente con buena parte de sus películas y donde este año acaba de formar parte del jurado presidido por Robert De Niro e integrado también por la argentina Martina Guzmán– no admite producciones financiadas por la televisión francesa, bajo el argumento de que les quitan espacio a películas hechas por productoras de cine (una regla que no corre para producciones de la televisión de otros países), y lo cierto es que Carlos nació como un proyecto del canal pago Canal+, que autorizó a Assayas a montar dos versiones de su película: una de casi cinco horas y media que, dividida en tres capítulos, se estrenó en la televisión casi al mismo tiempo que llegaba a Cannes; y otra de algo menos de tres horas destinada a las salas de cine. Por su lado, la Academia de Hollywood sólo admite como candidatas a su premio producciones que hayan sido difundidas en salas de cine antes que en cualquier otro medio, y Carlos llegó a Estados Unidos primero a través del Sundance Channel.

En cualquier caso, la coexistencia de ambos cortes (el de casi tres horas y el de cinco y media), ambos ejecutados por su autor, no sólo es una tendencia que parece que va a consolidarse en el futuro –en la medida en que la televisión dispone de capitales que el cine no siempre está dispuesto a arriesgar–, sino que resultó en un experimento narrativo sorprendente, ya que la versión más larga nunca se hace demasiado larga ni morosa, ni se estira con tiempos muertos o información innecesaria, sino que es más bien una maratón que quita el aliento.

El proyecto llegó a manos de Assayas a través del productor francés Daniel Leconte, quien le entregó unos apuntes para una historia sobre el arresto en Sudán, en 1994, del terrorista Illich Ramírez, nombre de guerra Carlos. Un tratamiento que a Assayas le pareció horrible desde un primer momento pero que sin embargo sembró en él un interés por el resto de la historia de este hombre de quien sabía poco y nada pero al que recordaba, como toda su generación –la de quienes fueron adolescentes y jóvenes en los ‘70– de las tapas de los diarios. Nacido en París en 1955, el cineasta frecuentaba durante su juventud, como tantos estudiantes, las calles del Quartier Latin en que Carlos perpetró un par de sus explosivos desastres de proyección internacional. Obsesionado con el personaje, Assayas se armó de investigaciones propias y ajenas –como los archivos desclasificados de la Stasi tras la caída del Muro– y le contrapropuso a Leconte ese guión que pronto se convertiría en un monstruo que abarca dos décadas de historia contemporánea. Contra sus expectativas, el proyecto fue aprobado y se lanzó a una larga y complicada producción rodada en varios países (Austria, Hungría, Francia, Alemania, Líbano y Marruecos) mientras sus productores franceses y alemanes se peleaban por casi todo y amenazaban hasta la última jornada con frenar la filmación, y los abogados del verdadero Carlos intentaban boicotear el film exigiendo alternativamente derecho a veto o a regalías.

Pero Assayas y equipo completaron su misión, y lo primero que llamó la atención cuando la película tuvo sus primeras proyecciones el año pasado, fue que se trataba de una producción atípica para el director francés. A pesar de que ya había ejecutado un par de thrillers –Demonlover y Boarding Gate–, hasta entonces nunca había tenido que embarrarse en una superproducción internacional compuesta, como ésta, de una sucesión imparable de escenas de acción. Sin embargo, es posible rastrear en Carlos algunas de las obsesiones recurrentes de la filmografía previa de Assayas.

Cuando se instaló hace quince años en la escena internacional con Irma Vep, Assayas ya tenía cinco largometrajes realizados, y unos cuantos años de experiencia como crítico en la revista Cahiers du Cinéma. Hijo del guionista y director Jacques Rémy (que vivió en Buenos Aires entre 1941 y 1946 y filmó dos películas acá), Assayas tuvo algunas tempranas experiencias como asistente en superproducciones europeas –entre ellas ¡el Superman de Richard Donner!–, tras las cuales realizó un par de cortos propios que fueron los que lo conectaron con Serge Toubiana y Serge Daney, editores de la legendaria revista en la que se habían curtido dos décadas antes los realizadores de la Nouvelle Vague. Su entrada a la publicación se produjo en un momento en el que, dice Assayas, ésta salía de su oscuro período “estaliniano” –consagrado a analizar a desconocidos directores militantes– y él pudo llevar consigo su interés por la cultura asiática y por el cine de Hollywood; una actitud francamente cosmopolita que luego iba a plasmar por otros medios.

Es justamente esa cultura radicalmente internacionalista lo que tiende una cuerda entre Carlos y su filmografía anterior. Van unos trece minutos del film sobre el terrorista venezolano, cuando éste se planta con firmeza con una serie de frases en las que quedarán definidos los escenarios posibles del resto de la historia. “Las manifestaciones son una mierda, no sirven para nada. ¿De qué coño vale luchar contra la derecha en América latina?”, dice Carlos, enardecido. “¿Acaso la derecha en América latina es autónoma? Está controlada por los gringos, como todo. ¿De qué vale la pena tumbarlos a ellos si al final tienes a los imperialistas por encima? Esta tiene que ser una lucha internacionalista en todos los rincones del mundo; todos los revolucionarios al mismo tiempo. “Se ha dicho más de una vez que las películas de Assayas tratan sobre las transiciones y las transacciones del mundo moderno y que la modernidad de esas transacciones está definida por su carácter global. Ese transnacionalismo ya estaba presente en los sórdidos avatares del espionaje corporativo entre empresas traficantes de animé ciberporno interactivo en Demonlover (que esta semana podrá verse por primera vez en cine en Argentina, en un ciclo que le dedica al director la sala Lugones); está también en esa trama de espionaje cargado de sexo y violencia, en la que Asia Argento pugna por largarlo todo y mudarse a Beijing (Boarding Gates); y en la más reciente Las horas del verano (en la que una moribunda matriarca reúne una última vez a sus hijos desperdigados por el mundo). Y ya estaba de algún modo en Irma Vep, con su protagonista china (la estrella hongkonesa Maggie Cheung, esposa de Assayas entre 1998 y 2001) perdida en el babélico set francés de una improbable remake del folletín mudo Les Vampires.

En Carlos, Assayas filma por primera vez en tres continentes, con pasajes de diálogos en francés, español, inglés, italiano, alemán, húngaro, ruso, japonés, y con un protagonista venezolano y políglota como el personaje real. “Sudamericano educado en Moscú, militante palestino en Europa Oriental, Carlos es delirantemente transnacional”, dice Assayas. “Podemos encontrar en él un sentido para las obsesiones de su tiempo, la idea de la revolución global, y la conexión entre terrorismo y geopolítica, temas que han sido la limitación de la mayoría de los films que se han hecho sobre el terrorismo hasta ahora”. Los japoneses han hecho películas sobre terroristas japoneses (United Red Army, de Koji Wakamatsu, 2008), los alemanes sobre terroristas alemanes (la nominada al Oscar Der Baader Meinhof Komplex, 2008), y los italianos sobre terroristas italianos (Buongiorno Notte, Marco Bellocchio, 2003, sobre las brigadas rojas), pero los protagonistas de cada una de ellas podrían ser –y en algunos casos lo son– figuras secundarias de la épica Carlos. “Las películas no han retratado correctamente el internacionalismo. En última instancia, sea cual fuere el tema específico de cada una, su verdadero tema nunca es la política local, sino el panorama más amplio de la Guerra Fría, y Carlos es eso: un personaje central de la última etapa de la Guerra Fría. “Así es que en Carlos, como si se tratara de una nueva de la saga de Jason Bourne, Assayas salta geografías a toda velocidad sin solución de continuidad, exponiendo sus ideas a través de la acción pura y física, desprovista de psicologismo, montando un relato menos sobre una ideología que sobre los eventos que impulsa esa ideología, sus contradicciones y sus consecuencias materiales, porque, dice el director, Carlos fue siempre menos un estratega que un soldado, un guerrero, un ejecutor.

Y un monstruo de los ‘70, una época y un lugar que ahora parecen no poder soltar a Assayas, que se encuentra preparando su autobiográfica próxima película, titulada Après mai (“Después de mayo”) y poseída inevitablemente por sus propias memorias de adolescencia.

Carlos, la miniserie (330 minutos), estuvo viéndose este mes por TV5, y las repeticiones que quedan son de madrugada (así que a grabar): primero, segundo y tercer episodios: martes 28, miércoles 29 y jueves 30 de junio, siempre a las 3.05 AM. Más información en www.tv5monde.com/latina

Carlos, la película (versión internacional de 165 minutos), se da en proyección de DVD ampliado en los cines Arteplex Centro, Belgrano y Del Parque, en la sala Sunstar San Isidro, y salas de Rosario y Córdoba.

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