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Domingo, 10 de julio de 2011
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El libro de arena, mucha arena

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Ombligo sin fondo. Dash Shaw 720 páginas

Cualesquiera de las setecientas páginas de Ombligo sin fondo pueden ser mis preferidas. Me gusta esa enumeración de la arena del comienzo, como la secuencia inicial que muestra la llegada del protagonista a través de la ventana del avión, o cada una de las pequeñas secuencias de una historia cien por ciento literaria en el buen sentido. Siempre estoy buscando comparaciones para que la gente entienda de qué se tratan los libros, y el de Dash Shaw es en la onda Jonathan Franzen y Don DeLillo, pero es injusto, porque los recursos que usa la historieta son otros, mucho más ricos y variados. Y los pone al servicio de una historia que narra en setecientas páginas la disolución de una familia en un fin de semana. Es fácil identificarse con el protagonista, un pibito que se siente sapo, y así es como lo dibuja Shaw, medio pesado, re freakie, que se pajea y fuma porro. Pero todos los personajes, que son muchos para una historia tan cerrada, tienen varias dimensiones, son reales. A mí me gusta toda clase de historias, cada tanto un zombie, ¿por qué no? Pero cuando los personajes son contradictorios, confundidos y asustados, ahí es cuando se empiezan parecer a personas, y eso es Ombligo sin fondo.

Cuando lo compré en inglés apenas salió, me tomó por sorpresa, pero ni se me pasó por la cabeza publicarlo. Era una locura, un autor prácticamente desconocido, y un volumen contundente. ¡Yo leo mucho en la bañadera, y de sostenerlo casi tengo un codo de tenista! Pero la que se fanatizó fue Angie, que me dijo que es claramente el libro que los lectores van a entender que es una novela gráfica de verdad, un libro para lectores adultos, que se trata de una novela. Y me gusta que sea un objeto contundente dentro de una librería, es como el Código Civil hecho historieta. Es el primer libro de la editorial de un autor anglosajón, y eso obligó a muchas negociaciones, mails que van y vienen, contratos. Además estuvo todo el mambo de la traducción, de la que se encargó Pablo Sapia, e hizo un trabajo increíble. Porque no queríamos la traducción española, no quería ningún “gilipollas”.

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