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Domingo, 26 de febrero de 2012
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> La monumental serie de la BBC del ’79

Los topos de antes

Por Sergio Kiernan
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Alec Guinness como George Smiley en la mítica versión televisiva de El topo.

Gary Oldman tiene un problema que se llama Alec Guinness. Hace cuarenta años, El topo fue una miniserie de la BBC de siete horas. Guinness no actuó bien: fue George Smiley, lo trajo para acá como un espiritista, lo inventó. Hasta Le Carré se confundía y decía Guinness cuando quería decir Smiley.

Pero Oldman no tendría que preocuparse, porque lo que basta hacer es ver las cosas en orden invertido. Primero, El topo que acaba de estrenarse y luego, internet mediante, el monumento de 1979. Lo que se logrará así es sumergirse en un mar más profundo de lo esperado, en una zona de sombras y ambigüedades con personajes muy bien desarrollados.

En el libro y en la miniserie, Smiley aparece tarde y en diagonal. La historia está en marcha, Control está muerto, su zaguero retirado y francamente cuestionándose para qué se vive. El aburrido jubilado a la fuerza fue nuevamente abandonado por su mujer, acamalada en lo de un noble con casa de campo, y Smiley sufre la vida cotidiana. ¿A quién le importa cuidarse el colesterol después de una carrera compitiendo con su némesis?

De todo esto nos enteramos recién cuando la historia de espías que lleva una hora larga en desarrollo lleva a un ministro a la conclusión de que algo raro anda pasando. Smiley recibe una visita, fondos, un pequeño equipo, un mandato.

Los seis capítulos siguientes son el detallado relato de cómo entrampar a un traidor. Lo que en la película es un minuto y en el libro unas cuarenta páginas, en la miniserie es un flashback demorado que se las arregla para hipnotizar como una víbora. ¿Quién no quiere saber cómo se lleva Smiley con la atorranta de su mujer? ¿Quién no quiere entender su rara relación con Karla, su némesis soviético, interpretado sin decir ni una palabra por Patrick Stewart en su primer papel importante? La serie es una especie de teatro filmado del mejor nivel y poca gente podrá olvidar la enorme charla de Smiley con la secretaria-espía, jubilada de prepo como él, que tiene memoria eidética y nunca, nunca olvida nada. Y las escenas dedicadas a mostrar los candidatos a topo son una lección moral de qué frívola, pedante y liviana puede ser la gente en lo más alto del poder.

Lo único mejor que hacer este doblete es llegar a la trifecta: después de El topo (Tinker, Taylor, Soldier, Spy) la misma BBC hizo Smiley’s People, el acto final de su batalla con los rusos.

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