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Domingo, 29 de abril de 2012
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Como un rey

Por Mariano Kairuz
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Imitadores de famosos habrá muchos pero los de Elvis son legión, como son infinitos los concursos de intérpretes: el Elvis impersonator es una categoría en sí misma, a tal punto que tiene su entrada en Wikipedia, donde uno puede enterarse de que existen Elvis impersonators desde los años ’50; que se los denomina informalmente ETA, por Artista Tributo a Elvis, según su sigla en inglés; que el primer imitador del que se tiene registro fue un chico de 16 años llamado Jim Smith, en 1956, cuando el Rey recién empezaba a hacerse famoso, y que el propio Presley tenía un favorito entre sus imitadores: nada menos que Andy Kaufman, a mediados de los ’70. Existe incluso una guía internacional titulada I Am Elvis, que reúne “fotos, repertorios y testimonios personales” de imitadores de todo el mundo, incluyendo versiones femeninas de Elvis, Elvis negros, Elvis niños, lo que venga.

Habiendo alcanzado tales proporciones, era inevitable que el tema generara ensayos, investigaciones, obras de teatro, libros y, por supuesto, programas de televisión y películas: tantas, de hecho, que ya han consolidado todo un subgénero. Uno de los films más cercanos y representativos fue 3000 millas a Graceland (2001), de Demian Lichtenstein, en el que Kevin Costner y Kurt Russell encabezan una banda criminal embarcada en un golpe malogrado a un famoso casino de Las Vegas durante una convención de Elvises. Su estrategia consiste en hacer su aparición caracterizados, todos ellos, como el Rey; lo cual da lugar a una escena de tiroteo bizarra hasta lo tarantinesco. Sobre los créditos finales Russell interpreta con onda, energía y convicción “Such a Night”, demostrando que él sigue detentando el título de principal intérprete de El Rey en el cine contemporáneo, obtenido en 1979 cuando estrenó la gran biopic televisiva Elvis, dirigida por John Carpenter, y que apenas un año y medio después de la muerte del ídolo, retrató su juventud y ascenso. Más de veinte años después Jonathan Rhys Meyers se puso en el mismo papel, con soltura y logrando un parecido inesperado, en otro telefilm infinitamente menos inspirado.

Nueve años antes de la de Costner, Nicolas Cage filmó la comedia Honeymoon in Vegas, en la que para recuperar a su novia Sarah Jessica Parker de las garras del mafioso James Caan debe arrojarse en paracaídas junto con un grupo llamado The Flying Elvis: inventado para la película, el grupo luego se materializó en el mundo real, formando una banda de diez tipos vestidos como que saltan de 2700 metros de altura y tras aterrizar cantan canciones de su ídolo por 15 minutos. Apenas un año antes de Honeymoon, Cage había demostrado que podía canalizar a la perfección el espíritu de Presley, al cantarle, enfundado en su campera de piel de serpiente, “Love Me” y “Love Me Tender” a Lula (Laura Dern) en Corazón salvaje, de David Lynch. Entre el Elvis de Cage y el de Costner hubo otro, más fantasmático, hecho sólo de voz y silueta, en True Romance, la película de Tony Scott sobre guión de Tarantino y protagonizada por Patricia Arquette y Christian Slater. El personaje de Slater era empujado al crimen por el espíritu del mismísimo Elvis, cuya voz era la de Val Kilmer.

Por alguna razón se repite como leitmotiv la vinculación del culto a Elvis con el mundo del crimen en el cine de Hollywood: será acaso cierta sordidez propia de la historia del hombre que cuando llegó a ser el más grande del rock and roll dijo que estaba dispuesto a pagar un millón de dólares para poder volver a ser un rostro anónimo: de eso, un poco, trata Bubba Ho-tep (2004), una bizarrada del director Don Coscarelli en la que Bruce Campbell (el actor de culto de la saga Evil Dead de Sam Raimi) hace de Elvis en la actualidad: harto de la fama, tras haber enrocado lugares con uno de sus más logrados imitadores, Presley cae en un coma y despierta veinte años después en un geriátrico, para luego, no pregunten cómo, tener que enfrentar a La Momia.

Un Elvis inesperado fue Harvey Keitel en Finding Graceland, la única de estas películas coproducida por Priscilla, lo cual aportó una escena filmada dentro de La Mansión, y en la que el actor de rostro tallado en piedra es un Elvis impersonator que pretende convencer al automovilista que lo levanta en la ruta de que él no es imitador, sino el mismísimo, el auténtico, el único e inigualable. Por esa misma época, en 2002 apareció el poco visto documental Almost Elvis, “casi Elvis”, que investiga el fenómeno siguiendo de cerca a distintos imitadores, sacando a la luz algunos aspectos de sus vidas y relaciones cotidianas, exhumando historias de novias que se fueron porque ya no aguantaban tanta demencia devocional, o relatos de tipos que se sometieron a cirugías para parecerse más. Entre otras historias, se destaca la de Robert Washington, el Elvis afroamericano al que todos le dicen que no tiene posibilidades por las evidentes diferencias físicas, aunque por otro lado esa misma característica no hace otra cosa que devolverlo al origen étnico de la música que encendió la pasión y de la que aprendió todo su ídolo.

A todos éstos les compite con fiereza Jack White en su cameo en la comedia Walk Hard, una parodia de Johnny & June en la que el ex White Stripe expuso no su intensidad, ni mucho menos un parecido vocal o fisonómico, sino una veta humorística insospechada. Su Elvis por un minuto es pura gestualidad, sensualidad; cancherísimo, no trata de ser el Elvis verdadero ni su espíritu, sino lo que de verdad importa: los contornos de su leyenda.

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