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Domingo, 8 de julio de 2012
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El mago en Oz

Por Paula Vazquez Prieto
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El inicio del autoexilio creativo de Woody Allen comenzó allá por 2005 en la ciudad de Londres. La justificación más sencilla de su partida tal vez sea que Hollywood le cerró sus puertas y el encendido interés que siempre despertaron sus películas en Europa abonó un terreno fértil para cambiar de óptica y agitar así el traje de la comodidad que venía vistiendo en sus últimos estrenos.

Lo cierto es que ese viaje iniciático hacia la tierra de Shakespeare dejó como resultado una serie de cuatro películas, que más allá de las filiaciones con su filmografía anterior y el desfile habitual de sus preocupaciones tradicionales (la neurosis de sus personajes, el judaísmo, los conflictos amoroso-existenciales, el miedo a las enfermedades), dibujan un notable retrato de Londres como un Oz contemporáneo.

“There’s no place like home”, dice Dorothy al final de El mago de Oz. Pero esa reflexión sobre la placentera tranquilidad que ofrece lo cotidiano y familiar sólo puede ser posible luego de haber vivido la más increíble de las aventuras. Y si la aventura de Dorothy incluye brujas, munchkins y hombres de hojalata, la excursión londinense de Woody Allen refleja su más honda reflexión sobre el azaroso balance entre el deseo como ideal y aspiración, y la culpa como expiación del miedo a su concreción.

En Match Point (2005), aclamada como su “regreso” a la etapa prestigiosa de Crímenes y pecados (1989), Chris y Nola inician un tórrido romance en los vericuetos de una Londres fragmentada en sus escenarios típicos, desde el Holland Park, pasando por el Covent Garden hasta el Royal Opera House. Ese ideal urbano que, al igual que en El sueño de Ca-ssandra (2007) se cristaliza en una fantasía embriagadora de placer o bienestar, termina hecho añicos contra el acerado rostro de la realidad. Idealismo como anhelo que sucumbe, con los tintes trágicos del drama dostoievskiano, al pragmatismo de la cotidianidad en dos de los finales más amargos y lúgubres de este período.

Con el ligero velo de una comedia de espionaje, Scoop (2006) recrea esa fascinación por el peligro que invade al recién llegado, atraído por la voz irónica de un azar que, como el canto de Orfeo, deshilvana de a poco todo rastro de justicia poética. Algo que retumba con fuerza en Conocerás al hombre de tus sueños (2010) cuando la idealidad del amor se asoma en la ventana de enfrente, tan sensual como inalcanzable.

La puerta al mundo más allá del arco iris supuso para Woody Allen internarse en los laberintos de una ciudad que se hace etérea y misteriosa, que enloquece en su fascinante dualidad de Mefisto y Adonis. Como en Amanece (1927) de F. W. Murnau, en la febril agitación citadina o en la placentera calma del cielo campestre, la vida es siempre igual, a veces dulce, a veces amarga. Y en la encrucijada moral del migrante, el viaje es siempre aventura, a veces dulce, a veces amarga, pero siempre la más mágica de las aventuras.

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