Con base en el dibujo, pero expandiéndose hacia la pintura, haciendo uso de lÃneas finÃsimas y manchas gestuales, entre la abstracción y el paisaje, las imágenes de StupÃa (Buenos Aires, 1951) se establecen en un espacio borroso que no decanta nunca por ninguna de las opciones. Sus obras tensionan y colapsan esas lógicas de representación construyendo superficies tan abigarradas como dinámicas, tan plácidas como nerviosas. Con una carta de tonos reducida que, en la mayorÃa de los casos, sólo incluye al blanco y al negro, StupÃa presentó en la bienal una pequeña muestra antológica que reunÃa trabajos de los años ’90 a esta parte.
Varias veces StupÃa contó que si estudió Bellas Artes fue sólo porque llegó tarde a inscribirse en Letras. Su primera exposición consistió, de hecho, en un poema, y ya en los años ’80 sus trabajos fueron descriptos como caligrafÃas y se subrayó su vÃnculo con la gráfica. Pero en la bienal, ubicado casi al frente de los cuadros analÃticos de Bernard Frize, esos grandes telones en donde el francés congela dos o tres trazos y los cubre de resinas dejando en claro que su pintura discurre en la superficie, la obra de StupÃa nunca pareció tan al borde de la narración.
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