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Domingo, 13 de enero de 2013
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> Las tiras extranjeras, los derechos de autor y los continuadores anónimos

Homenajes, covers y afanos

Además de la larga tradición de la caricatura política autóctona, la otra influencia para los protagonistas de esta prehistoria de la historieta argentina es la aparición de las primeras tiras diarias norteamericanas en las publicaciones locales. Casi al mismo tiempo que el nuevo género iba desarrollándose en los Estados Unidos, empezó a traducirse y publicarse en el Río de la Plata, siendo los primeros en hacerlo los responsables de La Vida Moderna, un semanario inspirado en Caras y Caretas. Dirigido por los hermanos Arturo y Aurelio Giménez (este último dibujante de Caras y Caretas), su dirección artística estaba a cargo de Pedro de Rojas, que al mismo tiempo que empezó a publicar en 1907 los primeros trabajos de pioneros como Rudolph Dirks (autor de The Katzenjammer Kids, traducidos como Los sobrinos del Capitán) y Frederick Burr Opper (And her name was Maud: La mula Maud), despuntaba él mismo con sus propias historietas en PBT. Al año siguiente, apareció en La Vida Moderna otra creación de Burr Opper, Happy Hooligan, traducido como Cocoliche, que tuvo un gran éxito y luego sería publicado también por Rojas en Tit-Bits, un semanario dedicado a la literatura popular que apareció en 1909. La primera aparición del influyente norteamericano George McManus en la prensa local sucedió también en Tit-Bits, con su tira The Newlywed’s baby, aquí conocida como El nene de los Pérez. Por supuesto, ninguna de estas primeras series norteamericanas publicadas en la Argentina tenían las firmas de sus autores. Según apuntan Gociol y Gutiérrez, no habría de reconocerse ni la autoría ni el origen de las mismas hasta alguna intervención legal por parte de sus dueños hacia mediados de la década del ’20. Esa debe haber sido la razón del gran malentendido alrededor del primer gran fenómeno historietístico local, Las aventuras de Viruta y Chicharrón, publicada en Caras y Caretas a partir de 1912, que durante años fue considerada la primer historieta argentina. Pero los autores de La historieta salvaje identifican en esas aventuras a Spareribs and Gravy, una breve tira que inició George McManus antes de hacerse mundialmente famoso con Bringing up father, aquí conocida como Pequeñas delicias de la vida conyugal. Adaptada al argot local, la creación de McManus resultó tan popular que cuando dejaron de llegar capítulos nuevos, empezó a ser dibujada anónimamente por autores locales, uno de los cuales fue el español Juan Sanuy, que continuó las aventuras del dúo que siempre terminaba sus desplantes con el latiguillo: “¡Llamá a un automóvil!”.

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