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Domingo, 31 de marzo de 2013
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Calamares rellenos a la leonesa

Por Dante Panzeri

El Día 15/12/66

He tomado el compromiso de escribir un libro de fútbol.

¡Sí, yo!

Quien me ha comprado el tal trabajo quiso que el libro se llamara o versara sobre “Cómo ver un partido de fútbol”.

–Sentado... –le sugerí.

Llegamos a un acuerdo: el libro versará más concretamente sobre cómo NO ver un partido de fútbol.

No sé cómo se llamará el libro, ni tampoco sé si alcanzaré a escribirlo para la fecha prometida. Hasta ahora son más las carillas que escribí y rompí que las que tengo escritas para que formen parte del tal libro.

Por cada diez carillas que escribo, ocho tienen un enemigo permanente: ¡Los jugadores! Y menos mal que hasta ahora ningún jugador leyó ninguna.

Pero digo los jugadores, porque es cierto: de cada diez que escribo rompo ocho... ¡porque me acuerdo que el fútbol es arte de lo empírico, no es una ciencia matemática! Y eso me frena. Me frena tanto como puedo yo frenar como lector a quienes escriben libros que titulan “Cómo jugar al fútbol”, “Tratado de Fútbol Moderno”, o “Táctica del fútbol”...

¿De qué libro podemos hablar, cuando lo que el jugador es siempre la total negación de lo premeditado?

¿Me van a decir que Pelé sabe antes de cada jugada qué va a hacer y cómo lo va a hacer?

¡Lo sabe como todos! Lo sabe... DESPUÉS QUE TERMINO LA JUGADA.

Mi mujer, que de fútbol sabe igual que el editor que me pidió el libro, me dice:

–Pero mirá que hay libros que tratan sobre cómo ver un cuadro, cómo escuchar un concierto, cómo ganar amigos... ¿Por qué no podés escribir vos sobre cómo ver un partido de fútbol?

Y yo me peleo con ella porque le tengo que decir que se parece a un director técnico de fútbol. Y allí arde Troya.

Sin decirle a qué destino iba la pregunta, los otros días le pregunté a un jugador en actividad, que juega bien, que lo analiza mejor:

–¿Vos qué sabés de fútbol?

–¿Yo?... Y... no sé... ¿Qué es saber de fútbol?...

–No sé –le respondí también yo...

–Mire: nunca lo pensé. ¿Pero quiere que le diga una cosa?

–Quiero.

–¡Lo único que sabemos de fútbol es lo que sabemos que pasó, pero después de los partidos!

Le di las gracias y me fui.

Y cuando llegué a casa escribí el comienzo y el final de mi libro, que estoy segurísimo no tendrán variantes. Esos dos párrafos es seguro que no cambian (si el libro se publica), porque es de lo único que estoy seguro que hasta ahora contiene y contendrá el libro.

El comienzo de mi libro ya está fijado con un párrafo muy breve que dice así:

“Este libro no sirve para nada”.

Y el final también está fijado definitivamente y dice así:

“Este libro no sirve para nada”.

Pero por allí reaparece mi mujer creyendo que su marido y Doña Petrona C. de Gandulfo son una misma cosa. Y me dice:

–¡Pero cómo vas a decir en el mismo libro que tu libro no sirve para nada! Es anticomercial. Nadie lo compra. ¿Si no sirve para nada para qué lo escribís?

–Mirá, he llegado a una conclusión: que mi libro, para lo único que puede servir, es para demostrar que los libros de fútbol no sirven para nada.

–Pero vos decís que no harás el libro de fútbol común que enseña a ver partidos o a jugar a los jugadores.

–Exacto. No quiero hacer eso. Quiero hacer el libro que demuestre que en fútbol los únicos que cuentan son los jugadores, los libros no sirven para nada.

–¡Pero entonces el tuyo sirve para algo!

–No, tampoco sirve para nada. Futbolísticamente

no sirve para nada.

–¡No te entiendo!

–¡Yo tampoco entiendo a los libros de fútbol!

Y mientras ella se va a consultar a Doña Petrona C. de Gandulfo sobre cómo hacer calamares rellenos a la leonesa, yo tomo el teléfono, lo llamo a Carlos Peucelle que tiene muchos libros de fútbol y le pregunto:

–¿Vos escribiste un libro de fútbol?

–Mirá: tengo libros sobre técnica y táctica de fútbol editados desde 1929 hasta ahora. ¡Todos dicen que contienen fútbol moderno! Los abro, los confronto, y veo que el de 1929, el de 1935, el de 1945, el de 1955 y el de 1960, tienen todos las mismas jugadas. Eso sí, los dibujitos son más lindos a medida que las ediciones son más nuevas. Pero las jugadas son ¡las mismas! Y si vos vas a un partido y querés ubicar el partido que viste en alguno de esos libros... ¿sabés el lío que se te hace?

–¿Cuál lío?

–¡Que ninguno de esos libros tiene las jugadas que les salieron a los jugadores durante el partido!

–Entonces... ¿escribirías el libro o no?

–¡Sí! Pero con una condición: que primero descubra cuál es el fútbol antiguo, porque todos los libros dicen que contienen el fútbol moderno, y como el que veo en la cancha no está en los libros, creo que el fútbol que se juega es antiguo y de ese no hay nadie que haya escrito hasta ahora un libro. Pero te advierto: mi libro sería mucho más extenso que la más grande enciclopedia que se haya hecho en el mundo. ¡Porque yo escribiría un libro con cada partido que veo! Entonces puede que nos arrimemos a la posibilidad de meter en un libro de quinientos o mil tomos todo lo que puede pasar en un partido de fútbol. No hay otra manera. Lo único que se sabe de fútbol es lo que sabemos después de los partidos. Lo demás... ¡son libros! Y el fútbol... ¡son jugadores que no leen libros, hacen lo que se les ocurre en el momento!

Volví a mirar si estaba la hoja que dice “este libro no sirve para nada”. Estaba. Me quedé tranquilo y seguí rompiendo carillas de mi libro.

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