Un joven de unos veinte años, que vivÃa en pareja desde poco tiempo atrás y recientemente convertido en padre, se quejaba conmigo: "En mi juventud, tuve muchas chicas; las cogÃa en los autos, en los garajes, en cualquier lugar... entonces, hoy en dÃa, 'una' mujer y en una cama... ¡es desabrido!". Esta idea podrÃa no parecer muy nueva en la clÃnica cotidiana. Pero lo que era inédito, sin embargo, es que el renunciamiento, "el duelo" que se imponÃa asà a este paciente le parecÃa incongruente, no obvio. Lo que ocurrÃa se le hacÃa insoportable y suscitaba, ante todo, su protesta. ¿De dónde viene, que haya que renunciar al goce permanente?. ¿De dónde viene que hay que pagar el precio de una elección?
Ayer, incluso los proverbios y otras máximas recordaban al sujeto que todo no era posible. "¡No se puede tener todo!", que hay que asumir las consecuencias de nuestros actos "¡Quién siembra vientos recoge tempestades!", que hay que tener en cuenta lo que hacemos "¡No por mucho madrugar se amanece más temprano!". Hoy, el dicho más comúnmente evocado, y con razón, es "¡querer el oro y el moro!".
Allà donde ayer, para la mayorÃa de los pacientes que concurrÃan al psicoanalista, se trataba de encontrar una salida diferente de la neurosis para los conflictos inherentes al deseo, hoy, aquellos que encuentran la vÃa del consultorio vienen a menudo para hablar de sus pegotes en un goce excesivo. ¿Qué pasó pues qué pasa aún para que asÃ, regularmente, el goce haya prevalecido prevalezca sobre el deseo?
Nadie negará que estamos hoy en dÃa frente a una crisis de puntos de referencia. Cualquiera que sea la pertinencia de esta expresión. La tarea de pensar al mundo en el que vivimos se impone pues más que nunca. Las transformaciones de nuestras sociedades, luego de la conjunción del desarrollo de las tecnociencias, de la evolución de la democracia y del florecimiento del liberalismo económico, nos obligan a reinterrogar a la mayorÃa de nuestras certezas de ayer. Por lo menos, si no queremos conformarnos con tomar nota simplemente de las modificaciones considerables que ellas provocan en nuestros comportamientos.
Constatamos las dificultades de los sujetos de hoy para disponer de balizas, ya sea para iluminar la toma de decisiones o para analizar las situaciones a las que están confrontados. ¿Es sorprendente, en un mundo caracterizado por la violencia, tanto en la escuela como en la calle, una nueva actitud ante la muerte (eutanasia, debilitamiento de los ritos...) la demanda del transexual, los avatares de los derechos de los niños, las limitaciones, incluso los diktats de lo económico, las adicciones de todo tipo, la emergencia de sÃntomas inéditos (anorexia masculina, niños hiperactivos...), la tiranÃa del consenso, la creencia en las soluciones autoritarias, la transparencia a toda costa, el peso de lo mediático, la inflación de la imagen, el recurso permanente al derecho y a la justicia como "comodines" de la vida en sociedad, las reivindicaciones de las vÃctimas de todo tipo, la alienación en lo virtual, la exigencia del riesgo cero.
Se podrÃa pensar que confrontado a todas estas cuestiones, bastará con producir conocimientos nuevos para guiarnos y permitirnos navegar cómodamente en este nuevo mundo. Pero deberemos desengañarnos enseguida: el saber más exhaustivo no evita tener que formarse su propia opinión para decidir cómo hacer frente a evoluciones mayores. Más aún: es precisamente allà donde el saber viene a faltar que no podemos escapar a la necesidad del juicio. De esta manera, contando con más conocimientos, no harÃamos más que postergar para mañana la confrontación con esta falta ineluctable en el saber, y nuestro compromiso subjetivo se tornarÃa aún más difÃcil.
¿Puede el psicoanálisis ser de alguna utilidad en este aspecto? Sabemos que Freud no veÃa ninguna antinomia entre la psicologÃa individual y la psicologÃa social.
* Fragmentos del prefacio del libro de Charles Melman "El hombre sin gravedad. Gozar a cualquier precio" editado por UNR Editora.
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