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Lunes, 24 de junio de 2013
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Newell`s festejó con todas las ganas en el Coloso del Parque.

Miren, miren qué locura en la casa del campeón

La euforia disminuyó en el partido, pero se mantuvo la alegría, el aplauso ante cada jugada asociada del equipo, ante cada toque corto y preciso. Casi todos los jugadores tuvieron su reconocimiento, su gesto de cariño de los hinchas.

Por Pablo Fornero
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Los jugadores se subieron al travesaño con la copa para saludar a toda la hinchada leprosa.

Faltaba más de una hora para que empiece el partido y en el Coloso no cabía un alfiler. Repleto como pocas veces en su historia, el estadio albergó una tarde gloriosa. De esas que quedan en la retina y sirven para contar a los nietos. La fiesta estaba preparada y sería inolvidable. Banderas recién pintadas ya retrataban la nueva estrella, que convivirá de ahora en más con las anteriores seis. Unos quince minutos antes del inicio del partido, todo el plantel (titulares, suplentes, lesionados y desafectados) ingresó a la cancha y recibió la merecida ovación. Algunos, los más jóvenes, le pusieron tintura roja y negra a sus cabelleras, como Scocco, Díaz y Urruti. Los más experimentados no se animaron, los líderes mantuvieron el perfil bajo.

La euforia disminuyó en el partido, pero se mantuvo la alegría, el aplauso ante cada jugada asociada del equipo, ante cada toque corto y preciso. Casi todos los jugadores tuvieron su reconocimiento, su gesto de cariño de los hinchas. Mientras se aproximaba el final del partido, y Argentinos sorprendía con el triunfo, unos 50 agentes de seguridad se aprestaron a rodear el campo de juego para impedir una posible invasión de los hinchas. Lo lograron, y el césped fue casi en propiedad terreno de los jugadores, quienes no se lamentaron de la derrota y se unieron en un abrazo gigantesco, digno de un grupo solidario, compañero.

Todos juntos comenzaron a recorrer el camino de la vuelta olímpica. Vaya casualidad, arrancaron por la platea Gerardo Martino. Ahí sí desataron su locura. Abrazados, extasiados. Llegaron a la popular visitante y se detuvieron frente a la platea nueva, donde todos se cambiaron de atuendo y se pusieron una remera blanca de grandes letras roja que decía "Orgullo y gloria". La primera remitía al sentido de pertenencia con el club, muy fuerte en el plantel. Luego, uno a uno, los jugadores subieron al escenario donde recibieron las medallas individuales y la copa, que Bernardi levantó bien alto. La fiesta continuó con una ronda gigante, de manos tomadas y otra vuelta olímpica.

La celebración en la cancha se extendió más de una hora después del cierre del partido. Mientras 40 mil personas deliraban adentro, el Parque comenzó a poblarse de más leprosos, que llegaban de los barrios de la ciudad y localidades aledañas. Pellegrini, al igual que el miércoles, era un mundo rojinegro. A las 18.30 estaba pautada la partida del Leprabus, el micro descapotable que llevaría a los jugadores al Monumento a la Bandera. Se concentró tal multitud que arrancó recién cerca de las 20. Los bocinazos y las bombas seguían la celebración desde todo Rosario. Otra vez, la ciudad se vistió con los colores del campeón. Como el miércoles, prosiguieron hasta la madrugada.

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