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Lunes, 7 de mayo de 2007
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SOBRE LAS FIGURAS DEL CLASICO, TRES EXTRANJEROS

De paraguas y bolitas

Los mejores jugadores del derby de ayer no surgieron de los
potreros locales. Llegaron de Bolivia y Paraguay, dos
procedencias siempre discriminadas por el ser argentino.

Por Guillermo Lanfranco
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El paraguayo Tacuara Cardozo pelea el balón con el boliviano Raldes en el área canaya Fueron dos de los rendimientos más altos de un partido donde el semillero aportó poco.

En la tribuna estaba Raúl Castells, el -para los medios- más grande piquetero; estaba Damián Fortunato, el Gran Hermano leproso que tempranamente dejó la casa de la nada; y estaban sus padres venidos especialmente de Caaguazú, en el Gran Chaco. Grande sintió, entonces, Tacuara la ocasión para demostrar que está varios palmos por delante de los que en el mismo espacio y tiempo que él, corrían atrás de la pelota. Porque eso, y nada más, hicieron esos muchachos restantes y empeñosos, pero poco interesados en darle sentido a este partido. Es decir, que de alguna forma este clásico no fuera otro, y que sí pasara a la historia. Ya sea por una de esas goleadas que no se olvidan o porque la humillación en el desarrollo del juego de uno sobre el otro lleve a la humillación propia de un toro a punto de ser sacrificado por el torero.

Si este clásico tuvo dueños, los propietarios de la historia -que se irá apagando en los próximos días hasta agotarse en seis meses cuando se juegue el próximo- no nacieron en barrio Las Flores o barrio Industrial o Capitán Bermúdez o hasta de la localidad de Venado Tuerto, o incluso en algún pueblito del sudeste cordobés. Esas cunas de los pibes que desde siempre alimentan las inferiores de Central o Ñuls, aunque cada vez más eligen pegar el salto directamente a Buenos Aires o al exterior, de la mano de cazadores de talentos y prometedores de euros. Los dueños del clásico de ayer no son herederos de la tradición futbolera de la pampa, ni de los pibes sin nada que salen de la orilla de la ciudad eludiendo la miseria como a un marcador.

Estos protagonistas sortean el frecuente apodo futbolero de "gringo" y "negro" que les cabe a los que vienen del campo o de la villa. En verdad, son destinatarios de apelativos que rozan, hasta gastarlo, o van directamente al borde de la discriminación. Se los trata de "paraguas", se los trata de "bolitas", modificando la denominación de origen para marcarles la cancha y dejarles en claro que aunque viven y trabajan en este país, no les va a ser fácil forma parte de la argentinidad.

Dueños de una tenacidad y una entereza milenarias, se encargan no solo de sostener con sus propias manos el "boom" de la construcción, levantando viviendas que nunca podrán habitar. También son protagonistas de otras historias más visibles. Como la que ayer escribieron en el Coloso del Parque dos paraguas y un bolita, es decir dos paraguayos y un boliviano.

Y si la historia la escriben los que ganan, dejemos que lo hagan Tacuara Cardozo y Justo Villar, en ese orden. Tacuara, como decíamos, marcó diferencia sobre el resto. Con solo buscar todas, llenarse de chichones la frente a fuerza de bajarle pelotas a los compañeros y tocar a lo billarista la pelota que definió el partido, además de otras que les devolvió redonda a los de su misma camisa, aun cuando le solían llegar cuadradas. Con una predisposición para ir al frente a pruebas de tapones rivales, sobreponiéndose a dos intentos de fingir penales que no eran.

Más atrás en el campo, pero no en el medallero, su compadre Justo Villar, austero como pocos a la hora de atajar. Como si el oficio de arquero se tratara de pasar inadvertido la mayor parte del tiempo, aun cuando le ponga el cuerpo a una pelota hecha de plomo por la velocidad, o emprenda vuelo confiado en que va a llegar a ese rincón en el mismo momento que lo haga la redonda. El penal que atajó, pateado abúlicamente por Kily González, más que el hecho destacado de su tarea en el clásico, es el pergamino que le faltaba para entrar en el Olimpo leproso.

Enfrente -o mejor, al lado- de los paraguayos, un boliviano. Mientras otros marcadores parecían rugbiers buscando el line con pelotazos a los tribunas, Ronald Raldes quiso jugar. Siempre con pelota al pie, aun con un rival encima y como último hombre, Raldes demostró que defender no es antónimo de jugar. Y generó la mejor oportunidad de gol de Central, cuando se mandó a lo Messi por la derecha y Aguirre lo bajó adentro del área.

¿El resto? Como siempre, el color/calor de la mayoría de los hinchas; los tradicionales enfrentamientos de los más bravos y la policía; el buen trabajo de Furchi (el Mister Bean del referato argentino); la fortuna de que Bassi fuera cuarto y no primer árbitro; la satisfacción por otro clásico que termina a los 90 minutos y no antes y un equipo que quiso ganar y ganó y otro que no quiso perder y perdió. Ah, y que no haya sido un empate negociado.

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