En su libro La globalización imaginada, Néstor GarcÃa Canclini analiza los modos en que arte y cultura se globalizan en los paÃses centrales y periféricos. AllÃ, el comunicólogo marca la importancia de lo que él define como "actos interruptores", esos que no aspiran a "obtener poder" sino a "luchar por la significación". Los artistas "no devorados por el establishment cultural --dice GarcÃa Canclini--, o que aún siendo recibidos por él, rechazan la agenda única con que el mercado estructura la esfera pública, cumplen una función contrapública en tanto introducen temas locales o formas de enunciarlos que parecen improductivos para la hegemonÃa mercantil. Quienes requieren usar tanto tiempo para una actividad privada de dudosos réditos (...) son personajes contrapúblicos, al menos para quienes suponen que la vida pública es la de la racionalidad capitalista (...). El artista no sometido a los medios interrumpe esa interrupción, reinstala el drama social, la tensión entre lenguajes, entre formas de vivir y pensar que los medios querÃan reducir a espectáculo".
Eduardo Piccione es un ejemplo acabado de esta clase de creadores, ese tipo de artista que cumpliendo con los lentos tiempos de la economÃa del arte, "incita --como continúa diciendo GarcÃa Canclini-- a repensar lo que la economÃa apremiante de las industrias simbólicas impone como público, fugaz y desmemoriado".
En su última muestra, El secreto (que se puede visitar hasta mediados de diciembre en la Biblioteca Argentina), Piccione desafÃa al observador, lo incita a trasgredir los lÃmites para que intente, del modo difÃcil, develar los misterios del arte.
"En esta muestra el tema es contra el discurso --dice el pintor--. No creo que en la obra de arte se pueda ver 'todo'. Creo que más allá de lo que se dice sobre la obra, de lo que dice la crÃtica especializada, o el curador, o lo que opine el público, siempre hay algo oculto, un significado escondido en la obra, algo que está ahà adentro y que quizá ni siquiera el propio artista sabe que está".
Por eso la obra de Piccione es como una de esas perspectivas de espejos, donde dentro de la imagen hay un millón de imágenes. De ahà su preocupación casi obsesiva por las cajas. "Me fascinan. De chico me encantaban las mesitas de luz --un tema del que ya se ocupó en otra muestra y con el que ganó más de un premio--. Me parecÃa que examinando el cajón de una mesa de luz se podÃa trazar la historia de su dueño. Ahà estaban las cosas más importantes: las que se escondÃan de los demás, los pequeños tesoros, los grandes secretos, las cosas que aunque estuvieran rotas merecÃan ser conservadas".
Nacido en Rosario hace casi cincuenta años, Piccione ha dedicado los últimos a profundizar una introspección que comienza allá lejos y hace tiempo, con sus primeros maestros. Alumno de Marcelo Dasso y Carlos UrÃa, fue Arturo Ventresca, uno de los más enigmáticos integrantes del Grupo Litoral, quien mayor influencia ejerció sobre su trabajo. Más que una relación maestro--alumno, el vÃnculo entre Piccione y Ventresca fue de una amistad productiva.
"Un dÃa él me sentó en el medio de su taller y me preguntó qué era lo más importante que habÃa allÃ. Yo señalé todo lo obvio: las pinturas, los pinceles, los lienzos, los libros. Él me miró y me dijo: 'no, lo más importante es esto, estar sentados reflexionando sobre lo importante en el arte'. Eso me abrió la cabeza a una dimensión distinta de pensar el arte. La propia, la mÃa".
De allà probablemente surja este marcado interés por lo cerrado, lo clausurado, lo hermético; pero también por lo que se puede abrir..., si se tiene la llave. "Me interesa esta cuestión de poner una barrera entre lo que está adentro y lo que está afuera, pero no para que nadie entre, sino para poder revelar algo. Por eso las cajas. En una caja cerrada puede haber cualquier cosa, un regalo o una bomba".
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