A los nueve años, siendo el hijo mayor, Arnoldo Ross, tuvo que dejar la escuela para repartir diarios en la estación Rosario Norte. Pasaron muchos años hasta que en octubre de 1937, aquél hijo de inmigrantes judÃos concretó el gran sueño de su vida: Tener su propia librerÃa. Hoy, con 70 años, Ross es sin duda un emblema y una pieza clave en la historia de una ciudad que se enorgullece de sus bienes culturales.
A pesar de las carencias formativas, la cercanÃa con las letras y el papel, despertaron la curiosidad del joven Arnoldo, que apenas pudo, comenzó a traer a la ciudad otro tipo de publicaciones, fundamentalmente revistas extranjeras, un material precioso para la enorme cantidad de público de origen inmigrante que vive en Rosario por aquéllos años. "Eso mismo fue lo que lo impulsó a empezar a traer libros de idiomas, que al principio vendÃa casa por casa. Hasta que puso el primer negocio, un localcito en Maipú y Córdoba". Pionero, como en casi todo lo que empezó, Don Arnoldo inauguró un innovador sistema: "Era como una biblioteca ambulante. La gente se podÃa asociar y llevarse dos o tres libros por mes. Pensemos que era una época en que los libros eran de muy difÃcil acceso, no tanto por el precio, si no porque los escasos tirajes se repartÃan en las capitales y la lentitud de los sistemas de distribución hacÃa que una novedad tardara meses, sino años en llegar, y a duras penas llegarÃan uno o dos ejemplares", explica Silvina Ross, heredera de semejante patrimonio cultural.
"Después de que conoce a mi madre -Cipriana RodrÃguez más conocida como Chiche Ross-, a quien por cierto conoce como lectora y cliente de su negocio. Ponen el primer local, que al principio era un pasillo angosto, acá, en esta misma cuadra. Ella fue el sostén y el aliento para que mi padre, además de la librerÃa, se embarcara en otras empresas culturales, como una galerÃa de arte, por la que pasaron nombres como el de Quinquela MartÃn, Berni, Soldi, etc., etc. Por allà pasaban también poetas, músicos, gente de teatro... Y como la librerÃa era nuestra casa -y no lo digo en sentido figurado; fÃsicamente nosotros vivimos casi siempre dentro, detrás de las librerÃas que tuvo mi padre-, yo recuerdo mi infancia asÃ, siempre rodeada de gente interesante. Me gusta decir que Ross creció con Rosario y Rosario con Ross. Porque siempre sentÃ, y creo que mi padre asà lo sentÃa, que nosotros no éramos vendedores de libros, éramos -somos- libreros. Por eso fijáte que el cartel que mandó a hacer mi padre no dice 'Ross. LibrerÃa', dice 'Ross. Librero'".
Y fue ese gusto por los libros, y ese amor por la ciudad, lo que llevó a Don Arnoldo a comenzar a editar. "Lo hacÃa de manera esporádica, cuando le gustaba algo que alguien le traÃa. VenÃan cantidad de escritores, poetas, periodistas, con sus carpetas bajo el brazo para que mi viejo los viera. Ahà fue que se le ocurrió que se podÃa empezar a editar. Asà editó por ejemplo, el primer libro de poemas de Luis Landriscina, o los versos de Jaime Dávalos --cuenta Silvina--. Humildemente, creo que tomé esa posta, y hace treinta años empecé con el sello. Hoy tenemos casi un centenar de tÃtulos".
Devenida Complejo Cultural desde el 2001 -con un teatro, un bar, sala de exposiciones y hasta un restaurant temático-, la vieja librerÃa de calle Córdoba al 1300, hoy, como entonces, sigue convocando personalidades del arte y la cultura con el público.
"En ese sentido, mirando hacia atrás, creo que hemos crecido, pero sin perder la esencia. Me parece que, como querÃa mi viejo, la librerÃa sigue siendo un lugar de encuentro. Y en ese sentido, pienso, y lo digo sin falsa modestia, que ya somos una marca, como la Savora o el Geniol (risas). Vos ves a la gente que habla por teléfono y no dice estoy en una librerÃa del centro, dice: estoy en Ross. Y es que hoy por hoy, aggiornados en materia de tecnologÃa, creo que seguimos fielmente el camino que inició mi padre hace 70 años. En aquélla época, mucho antes que lo hicieran las de Buenos Aires, acompañando la movida del centro, los cines, los teatros, los bares, la librerÃa estaba abierta todos los dÃas hasta las 12 de la noche. De modo que yo crecà bastante sola. Los libros fueron mis grandes compañeros, asà que siempre creà que en un libro uno podÃa encontrar lo que quisiera".
-Recién hablaba de avances tecnológicos, de aggiornarse. Siempre, ante cada novedad en materia de entretenimiento, ante cada nuevo formato, se anuncia el fin del libro, algo que desde luego no ocurre. Su padre, que alcanzó a ver los comienzos de la televisión, ¿temÃa por el futuro del libro?
-Al contrario. De hecho, en los comienzos de la televisión en Rosario, tenÃa un micro en el que hablaba de libros. El siempre fue un tipo de avanzada, y estaba convencido de que todo lo nuevo podÃa servir en la tarea de difundir la cultura.
-Usted es la segunda generación al frente del negocio, ¿cree que Ross continuará en la familia?
-Creo que sÃ. Mis dos hijas mayores, de un modo un otro están vinculadas a las letras: una es periodista y la otra, que vive en Barcelona, trabaja en una editorial. Los dos del medio trabajan acá, y la más chica, aunque tiene trece, también colabora. SÃ, creo que habrá Ross para rato.
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