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Lunes, 26 de noviembre de 2007
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CINE. "EL PASADO" DE HECTOR BABENCO, SOBRE UNA NOVELA DE ALAN PAULS

Una película declaradamente snob

Con un guión orientado hacia las frases previsibles y un estilo narrativo confuso, no es mucho lo que puede esperarse del film.

Por Emilio A. Bellon
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Gael García Bernal la juega de galán las veinticuatro horas del día.

EL PASADO. 3 puntos

Argentina-Brasil, 2007

Dirección: Héctor Babenco

Guión: Marta Goes y Héctor Babenco

Música: Iván Wyszgrod

Interpretes: Gael García Bernal, Analia Couceyro, Moro Anghileri, Ana Celentano, Carlos Portauppi, Mimi Ardu.

Duración: 114 minutos.

Distribuye Fox en los cines Monumental, Del siglo, Showcase y Village.

Me cuesta aceptar, si, lo tengo que volver a señalar, que este film que había despertado tantas expectativas lleve la firma de Héctor Babenco. Al revisar su filmografía los nombres de Pixote, El beso de la mujer araña, Jugando en los campos del señor, y últimamente Carandiru definen toda una obra abierta a interrogantes sobre problemáticas sociales y culturales, sobre la vida interior y las fantasías de sus personajes, sobre conflictos que marcan un fuerte contraste de mentalidades.

Y sin embargo, no solo Babenco es responsable de la dirección sino también de la escritura del guión, en carácter de co-autor. No he leído y ahora me siento menos motivado a leer la novela homónima de Alan Pauls. Aunque tal vez el vacío que me produce este film, la rabia que experimento, me arrojen de un solo movimiento a ella. Pero temo tener que encontrarme con el rostro, con la figura del Rimini que compone, tan patéticamente Gael García Bernal, quien la juega de galán las veinticuatro horas del día, quien roba cámara en todo momento, quien promueve, promociona, no ya como personaje sino como él mismo, su condición de engreído triunfador.

En ningún lugar se puede leer que El pasado es la historia de un hombre que decide cortar con su mujer, que de forma inmediata comienza a establecer vínculos con otras y que, finalmente, tras creer él que se mueve libremente. Esto es lo que se dice, mas que nada de la novela, aunque en el film, dominado por una exasperante confusión narrativa, lo que se suceden son imágenes de mujeres desencajadas, posesivas, celosas, dominantes, hasta tal punto que una de mis amigas, Maria Luisa Pesoa comentaba a la salida del cine: "¿No es demasiado condena a la mujer actual?, porque acá la mujer, su esencia, esta empujada a la extinción".

Este hombre que dice llamarse Rimini -tal vez por alusión a la ciudad natal de Federico Fellini-, (quizás por referencia a ese universo femenino en el que el personaje de Mastroianni se siente vigilado y atrapado, igualmente seducido, complaciente); este hombre que no es otro que Gael García Bernal comenzará ante cada nuevo vínculo a sentirse amenazado, no ya por el fantasma de la mujer anterior, sino por su propia presencia física, amenazante, criatura horrorosa salida de cualquier film de la serie "B" que grita, persigue, hasta mover a risa a la platea. Aunque en algunos momentos, su presencia se vuelve obscena y esto, particularmente ocurre en el momento en el que una niña lisiada tiene un gesto de ternura con el protagonista; ante lo cual, responde con una de sus mas intolerables groserías dada la situación, hasta tal punto que no podemos reproducir el parlamento.

Aquella mujer, la Sofía de Héctor Babenco y la de su coguionista es un compendio de reacciones de locura clínica, lo que llevó a que Mauricio Strappini, en la misma puerta del cine comentara, "frente a la novela, veo que aquí lo que se logró es un bodrio pretencioso, con pésimas actuaciones y vulgaridades varias". Pocas veces en la historia del cine argentino, creo que nunca, ni aun en los films llamados de valijeros, de erotismo liviano, una protagonista se haya visto obligada a decir tantos terminos que remiten a lo genital, a lo sexual; todo expresado a través de un tono gritón, de una conducta de animal en celo, de una alardeante torpeza. "Si -señalaba Ana María Romano- , esto si que es toda una locura. Peor: grosero, innecesario". Y mientras marcaba esto, escuchábamos cómo algunos personajes todavía se reían ante la tan inverosímil reacciones de sus personajes.

Podría si afirmar, desde mi punto de vista que El pasado es un film de-cla-ra-da-mente snob. Las alusiones cinematográficas y literarias, el carácter de cierta alegoría que se le pretende otorgar al film lo vuelven un relato retórico y florido, en el sentido más irónico del término. Los actores, convencidos de que deben transitar un melodrama, todo lo recitan, lo que nos lleva a pensar que del melodrama solo conocen el convencional envase. No hay un solo personaje que pueda poner en acto lo que declama. Y el actor demuestra lo proclive que es a entregarse a los arrumacos de su narcisismo; hasta tal punto que en su rol de traductor, cita mas de una vez el termino mítico "Babel". Y en su nuevo intento, ahora Rimini se pone ropa deportiva -como si de una pasarela se tratara-, dicta clases de gimnasia y exhibe todo tipo de proezas atléticas ante la mirada fascinada de sus seguidoras.

Si bien, como señalaba Sebastián Muratore, estamos ante un film que nos coloca frente a "una fantasía neurótica de un hombre que no puede y no quiere desprenderse de su pasado", lo cierto es que al intentar explicarlo -continuaba Federico Ferchero- "todo se diluye en las pésimas actuaciones y en un enredo narrativo".

Todo tiene una chatura, en este film, que nos lleva a añorar los relatos clásicos. Su guión esta fatalmente orientado desde las frases hechas y no ya lugares comunes, sino previsibles y repetidos. Y sin embargo, pese a puteríos y gritos y caras asustadas resulta tediosamente solemne e involuntariamente reidero.

Si hay un personaje que ha ingresado ya a la galería de las rarezas del cine argentino, es el de la tía Frida, quien tiene a su cargo, desde su incisiva mirada y su grotesca mascara, a la galería de los excéntricos y despiadados. Hay otros dos parlamentos a su cargo que son de antología.

Y para los cinéfilos, será todo un disfrute no solo reconocer afiches sino también escuchar la mención a Adele H, aquel personaje de Francois Truffaut que asume la identidad de la heroína romántica. Pero lamentablemente en este indignante film el nombre de Adele H. gira en torno a la confabulación de mujeres-brujas que se reúnen, en un espacio de ese nombre, para mostrar a los perdidos hombres de su vida como piezas de trofeo.

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