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Lunes, 21 de enero de 2008
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CINE "SHORTBUS", UN POBRE FILM EROTICO CON ESCENAS DE SEXO EXPLICITO

El club de los corazones solitarios

Los personajes de la película, una terapeuta sexual incapaz de sentir orgasmos, una pareja homosexual distanciada y una dominatrix que oculta su nombre y personalidad, son parte de una generación neoyorquina que lo único cierto que vivió fue el atentado a las Torres.

Por Leandro Arteaga
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En Shortbus hay lugar para la histeria, las historias banales, y el reduccionismo americano.

Shortbus. EE.UU., 2006

Dirección y guión: John Cameron Mitchell.

Fotografía: Frank G. DeMarco.

Música: Yo La Tengo.

Montaje: Brian A. Kates.

Intérpretes: Sook-Yin Lee, Paul Dawson, Lindsay Beamish, PJ DeBoy, Raphael Barker, Peter Stickles, Jay Brannan.

Duración: 101 minutos.

Salas: Monumental, Showcase, Village.

Puntaje: 5 (cinco) puntos

Parece increíble que, todavía hoy, un film de reconocido contenido sexual genere controversias. Más aún cuando existe, desde los orígenes del cine, una presencia continua de imágenes "prohibidas", más la concreción de una industria millonaria en torno al género pornográfico. Industria, subrayemos, de procreación indefinida merced al consumo ciudadano. Señalamos esto porque, de no ser por la participación activa de personalidades del medio cinematográfico como Gus Van Sant, Julianne Moore, Atom Egoyan y David Cronenberg, la intérprete principal de Shortbus -Sook-Yin Lee- hubiese quedado finalmente despedida de la Canadian Broadcasting Corporation, su lugar de trabajo.

De todas maneras, Shortbus no es un film pornográfico. Sí tiene escenas de sexo explícito, como las que también forman parte de films como Los idiotas de Lars von Trier, Romance x de Catherine Breillat, o la ya lejana El diablo en el cuerpo (1986, Marco Bellocchio). Pero la utilización del sexo, en el caso del film que reseñamos, lejos de ser utilizado con los fines de un film porno, sirve a los propósitos de plasmar una actividad sexual desgastada, desprovista de erotismo, tal vez como signo de los tiempos, tal vez como noción sexual predominante en su realizador, John Cameron Mitchell.

Casi como si la relación heterosexual fuese una anomalía o causa de displacer, en Shortbus son otras las maneras sexuales que predominan. Aunque también signadas por una insatisfacción que no encuentra razón o motivo. Algo tendrá que ver -y esto el film lo expone de manera declamativa- con que los personajes sean parte de una generación neoyorquina que lo único cierto que vivió fuera el atentado a las Torres Gemelas. De este modo, sus protagonistas (la terapeuta sexual incapaz de sentir orgasmos, la pareja homosexual distanciada, la dominatrix que oculta su propio nombre y personalidad, entre otros) se dan cita en Shortbus, reducto que funciona como no-lugar, como espacio abierto en el cual los límites se evanescen.

Pero el club no es más que una ilusión. Y su propio encargado sabe aclararlo: "Como en los sesenta, pero sin esperanzas". Y no hay demasiado más que podamos aprehender del film, o de lo que este club nos proponga. Como si fuese un lugar decadente, émulo lejano pero acrítico de un cabaret berlinés alla Bob Fosse. En Shortbus hay lugar para la histeria, las historias banales, y el reduccionismo norteamericano.

Situar una terapeuta sexual como desconocedora del orgasmo femenino es una situación ridícula. Tanto como el rastro de esperma que decora la pintura de Pollock (alegoría tan fácil como inentendible). Lugares desde los que las problemáticas expuestas se vuelven irrisorias, similares a las mismas que es capaz de exponer una comedia televisiva. Shortbus es, falsamente escandalizadora. Poco hay en ella, más allá del choque generado por las escenas iniciales, que nos generen desvelo. De hecho -puntualicemos mejor- nada hay en su planteo que nos lo pueda provocar.

Como tampoco se desprende una noción que nos haga entender al sexo como lugar liberador, desde el cual descubrir y redescubrir. La riqueza narrativa del film es tan pobre que poco podremos recordar de ella más que lo relativo a determinados momentos pseudo candentes, ignorantes de la maestría orgiástica a la que, por ejemplo, Tinto Brass supiera invitarnos durante su Calígula, aquel film maldito de 1979 con Malcolm McDowell. ¿Recuerdan? Ah, qué tiempos aquéllos...

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