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Lunes, 16 de junio de 2008
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Segunda parte de las aventuras del rey Aslan

Narnia: repetida parábola para los faltos de fe

Por Leandro Arteaga
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La metáfora de Aslan es obvia

Crónicas de Narnia: El Príncipe Caspian. EE.UU./Inglaterra, 2008

Dirección: Andrew Adamson.

Intérpretes: Ben Barnes, Georgie Henley, Skandar Keynes.

Duración: 147 minutos.

Salas: Monumental, Del Siglo, Showcase, Village.

3 (tres) puntos

"No saltaré de un precipicio por alguien que no existe". Otra vez la misma historia. Trumpkin -un pequeño Santo Tomás- cree sólo en lo que ve. Entonces Aslan, el León Rey, sólo será un mito hasta que se demuestre lo contrario. La fe de la pequeña Lucy (Georgie Henley), menos mal, será la que permita que el también pequeño arniano (enano por falta de fe, no de estatura), crea y se retracte mientras escucha, ensordecido, el rugido que da miedo.

Más o menos, pero con un príncipe perseguido de por medio, es ésta la historia de la nueva Narnia. Lo que también significa que de novedoso no hay nada, sino más de lo mismo. Igualita a su predecesora. Capítulo en el cual Aslan debía atravesar, miméticamente, todos los mismos suplicios que conociera Cristo durante su Pasión. Resurrección incluida (traición de Judas también). Para sintetizar, Narnia 2 es la vuelta anunciada de Nuestro Señor Aslan.

El autor de la Trilogía de Ransom y de Las Crónicas de Narnia (siete libros, escritos entre 1939 y 1954), Clive S. Lewis (1898﷓1963), amigo de JRR Tolkien y anglicano confeso, supo trasladar su mirada religiosa en forma de aventuras fantásticas (también Tolkien, pero con talento mayor). Narnia, el libro, se disfruta como aventura pueril. Sin capacidad de trascendencia. Sólo los estudios Disney, desde su afán moralista y comercial, supieron desempolvar a la serie para el gusto del público (moralista y comercial).

En El Príncipe Caspian asistimos a todos los lugares comunes y peores. El chico encargado de interpretar a su destituida realeza (Ben Barnes) parece despegado de una pasarela de desfile de modas. Para ellas, todo un príncipe azul, para los demás, el Hijo de Adán vuelto Rey. Bendecido por el mismo Aslan, León Todopoderoso. El Rey Caspian, entonces, encarnación divina. Garante de la convivencia entre telmarianos (los humanos) y narnianos. Los demás, afuera. A otro lado. (No es argucia retórica, de veras, sino parte del argumento. Ocurre hacia el final.)

En el medio de tanta reverencia a "gestos clasistas y retrógrados" (dijo David Bowie al rechazar el nombramiento de "Sir"), uno piensa que, efectivamente, la mayoría del cine destinado a los niños y no tanto es una gran basura. El león Aslan significa no sólo la ira de un Testamento Viejo y, ojalá alguna vez, obsoleto, sino el acento puesto en una imaginación que rinde tributos a aquél que es más grande. La mitología narniana es una mezcla ecléctica. Dioses y seres fantásticos tienen cabida allí. Desde la antigua Grecia a estos días. Pero todos, absolutamente todos, inclinan su cabeza ante el León Rugiente. Cariñoso con quienes lo quieren. Terrible con quienes no. A imaginar a otra parte.

Prefiero recordar, para el caso, la parodia que la serie animada South Park le dedicara a Narnia y compañía: Aslan, rey de una jaula de zoo, pasa su tiempo haciendo nada, contando chistes, y tirando pedos. Aslan, rey de las flatulencias. Un rey mucho más veraz.

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