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Lunes, 18 de agosto de 2008
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Film indefendible, que sólo atrae por la serie

Unos expedientes con pocos secretos

Por Leandro Arteaga
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Los Expedientes X: Quiero creer

(The X-Files: I Want to Believe)

EE.UU., 2008

Dirección: Chris Carter.

Guión: Frank Spotnitz, Chris Carter.

Intérpretes: David Duchovny, Gillian Anderson.

Duración: 104 minutos.

Salas: Monumental, Showcase, Village.

5 (cinco) puntos


Seamos claros desde el vamos, la película se nos vuelve indefendible. Y conste que uno lo señala desde costados difíciles, tales como la afición que la serie televisiva -Los Expedientes X, un total de nueve temporadas- nos supiera provocar. Reverberaciones afectivas que nos llevan, inevitablemente, a la sala de cine para el reencuentro con personajes queridos y, durante tantos años, seguidos. Pero todo, claro, tiene un límite. Vale decir: hasta acá llegamos.

Porque es ésta, sin dudas, la premisa desde la cual el film funciona, como una suerte de epílogo entre sentimental y bizarro (si es que uno atiende, también, al post-credits de la película). Pero la sonrisa final no puede borrar el tedio que el film supone. De todas maneras, y porque queremos mucho a los X-Files y les reconocemos su función enclave respecto de la televisión actual norteamericana (la serie Lost, de hecho, es impensable sin la precedente X-Files), intentemos algunas líneas algo más amenas y críticas.

Citemos, para el caso, al mismo Fox Mulder (David Duchovny), quien ante la inquisitoria Dana Scully (Gillian Anderson), compañera laboral y afectiva ante tantos casos sobrenaturales, decide responder que su hermana, por fin, está muerta. Aseveración ambigua pero radical. Porque el móvil de Mulder siempre fue la presunta abducción que los extraterrestres hicieran de ella. Situación que lo llevara al borde de la locura, una y otra vez. Con sólo declarar, verbalmente, su muerte, Mulder también declama el canto de cisne de la creación de Chris Carter.

Entonces, no esperen encontrar -ustedes, seguidores de la serie- los lugares comunes o de encuentros cercanos, sino una trama mucho más policial, veraz y, en sus mejores momentos -los menos- de un irresistible encanto "serie B". Todo ello barajado de un modo tal que permita la concatenación y relación entre los distintos elementos del universo X-Files. Es decir, así como Mulder decide sentenciar la muerte de su hermana, Scully deberá afrontar la contradicción nunca resuelta entre su fe católica y los aún más misteriosos expedientes que hubo de resolver. En el medio de una decisión difícil, Scully no sabe si seguir el mandato eclesiástico o el consejo de un cura pedófilo. Tal como leen.

Es por ello que el caso finalmente resuelto agrega un factor racional a todo el misterio, mientras juega con el mito -o no- del tráfico de órganos y sus ecos post-Mengele. Situación que sabrá encontrar una analogía oportuna, apropiada para los personajes y sus fobias. Pero todo esto, que quede claro, si forzamos al film para una lectura algo más lúcida.

En otras palabras, lo que aburre y monotoniza es un pulso narrativo carente de interés, de suspense, de sorpresas para guardar y recordar. Nada hay de ello. Lo que nos remite a la visión y revisión obligada de aquellos episodios ya legendarios. Tan buenos como para suscitar el interés y la participación de escritores como Stephen King y William Gibson. Toda una época.

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