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Lunes, 8 de septiembre de 2008
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La escafandra y la mariposa, otra notable película de Julian Schnabel

Un viaje hacia la libertad interior

El film enfoca el redescubrimiento de la vida de un hombre que, tras un accidente, sólo puede mover un párpado y su memoria.

Por Emilio A. Bellon
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El personaje de Jean Dominique Bauby está magistralmente interpretado por Mathieu Amalric.

La escafandra y la mariposa. "Le scaphandre et le papillon". Francia-Usa, 2007

Dirección: Julian Schnabel

Guión: Ronald Harwood

Intérpretes: Mathiueu Amalric, Emmanuelle Seigner, Marie-Jose Croze.

Duración: 112 minutos.

Salas de estreno: Del Siglo, Monumental, Showcase y Village.

Calificación: 10 (diez)

Sugestivo título, por cierto, el del último film de Julian Schnabel, pintor y escultor, guionista y realizador, nacido en la ciudad de Nueva York en 1951. Un título que incluye dos términos que guardan entre sí una relación antinómica, en tanto uno alude a una situación de encierro y el otro a un movimiento de expansión. Dos sustantivos que definen la tensión con que se va planteando en el relato de corte biográfico, que pone en primer plano la mirada de un hombre, quien, desde un ángulo de su habitación, va redescubriendo el mundo, desde su condición de hombre postrado, obligado por las circunstancias a permanecer inmóvil.

Todo su cuerpo paralizado, menos el que nos ubica en los movimientos de un único párpado. Un hombre que a sus 42 años sólo desea, en los primeros momentos del film, morir. Este cuadro de desesperación nos lleva a pensar en el personaje que cumplía Javier Bardem en Mar adentro de Alejandro Amenabar. Aunque los hechos y las circunstancias son diferentes.

A sus cuarenta y dos años, el director de la revista Elle, Jean Dominique Bauby, Jean Do, será victima de un accidente cerebro vascular. Todo ocurre un día de diciembre de 1995, tras haber ido a buscar a su hijo a la casa de su ex-mujer. Ese día algunos síntomas comienzan a insinuarse. El pudor del realizador hace que su cámara se aleje por un instante y que lo sorprendamos, nuevamente, cuando ese golpe casi mortal ya ha sobrevenido.

Las páginas que motivaron este film son autobiográficas. Le pertenecen al protagonista, el director de la revista "Elle", quien irá revisando su historia a partir de los recuerdos fragmentarios que, entre sus propios escombros, va reconstruyendo. En su tránsito por el dolor, desde ese lugar, las imágenes del pasado se irán sucediendo entre lo onírico y la reflexión. Su voz, la de un sostenido monólogo interior, su mirada, la que surge desde su único ángulo. Y ese código que está comenzando a reconocer y aprender, mediante el cual, similar al aleteo de una mariposa, podrá transmitir sus memorias.

Film emotivo, conmovedor, La escafandra y la mariposa recupera otro perfil biográfico como ya lo había hecho su director. Primero con Basquiat, en el 96, a partir del retrato que logra de este artista particularmente desconocido del período del neoexpresionismo abstracto, amigo de Andy Warhol, que muere por sobredosis a la edad de 27 años. Luego en el 2000, por haber llevado al cine las páginas del libro de Reynaldo Arenas, Antes que anochezca, film que le permitió a Javier Bardem recibir premios a nivel internacional y que nos acerca al escritor en los días en que el castrismo perseguía a los homosexuales y disidentes. E igualmente a su deseo de escapar de Cuba, de llegar a Estados Unidos y reivindicar su existencia.

En el film que se ha estrenado esta semana, Schnabel construye un film alegórico que ofrece, desde un nuevo aprendizaje, la recuperación del deseo de vivir. La prisión en la que se encuentra su personaje, interpretado magistralmente por Mathieu Amalric (a quien hemos visto recientemente en la excepcional La cuestión humana) sólo podrá derribarse a partir de dos posibilidades: la memoria y la imaginación.

Al potenciar sus únicos recursos, sus horas se poblarán de recuerdos y de ficciones. Sus ahora expresados sentimientos, desde una voz que nos lleva a las profundidades marinas, encontrará su correlato en esos nuevos signos que comenzará a conocer. Como acontecía en el film Ana de los milagros, de Arthur Penn, de principios de los 60, sobre la figura de Hellen Keller, ciega, sorda y muda, quien llego a transmitir esperanza y optimismo a partir de esas nuevas señales que le fueron enseñadas por su maestra, Ann Sullivan. Pienso y me detengo en este film sublime.

Podríamos decir que el film de Julian Schnabel se ubica en un territorio límite. Que incluye igualmente momentos de admirable ternura. Que va redescubriendo vínculos familiares y que transita por diferentes espacios, por conductas por momentos contradictorias. En el, en Jean Do, también hay un intento de acercar su pasado en su presente como otra manera de consolación, a través de voces que escucha, de imágenes borrosas o de una nitidez sorprendente, como la que tiene lugar en aquél espacio doméstico en el que el personaje afeita a su padre, Papinou, rol que admirablemente compone el actor bergmaniano, Max Von Sydow.

Escapar de su escafandra a partir de un nuevo vuelo. Huir de las paredes que encierran y tramitar su propia revancha, como El Conde de Montecristo de Dumas, libro que en el film se nombra en más de una oportunidad.

Admirador del cine de Truffaut, de sus criaturas, Schnabel nos reserva una jubilosa secuencia. Previo al accidente, previo a la visita a sus hijos, su mirada sobre París nos lleva a la mirada de Antoine Doinell (el personaje alter ego del propio Truffaut) donde se ubica ahora la propia mirada de Jean Do. Para ello, Schnabel despierta en los mismos lugares y reconocemos al mismo tiempo fragmentos de la partitura musical, inconfundible, de Jean Constantin.

En uno de los pasajes del libro homónimo de Bauby, publicado diez días antes de su fallecimiento, leemos: "¿Hace falta que uno sea asaltado por el duro rayo de la destrucción para que descubra su verdadera naturaleza?".

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