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Lunes, 15 de septiembre de 2008
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CINE La mujer sin cabeza, de Lucrecia Martel, escapa al costumbrismo del cine argentino

La mirada extraña para lo cotidiano

La personal directora, que provoca admiración y rechazos, sin términos medios, cuenta la historia de una mujer que se siente afectada tras provocar un accidente de tránsito. La búsqueda de la protagonista provoca inquietantes revelaciones.

Por Emilio A. Bellon
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La notable María Onetto interpreta a una odontóloga que irá develando secretos y mentiras.

La mujer sin cabeza. (Argentina, 2008)

Guión y Dirección: Lucrecia Martel

Fotografía: Bárbara Alvarez

Intérpretes: María Onetto, Claudia Cantero, Inés Efron, María Vaner.

Duración: 87 minutos.

Salas de estreno: Del Siglo, Monumental, Showcase y Village.

Calificación: 8 (ocho)

En la historia del cine argentino muy contados realizadores han provocado opiniones y juicios críticos tan enfrentados como el de Lucrecia Martel. Su cine, que hoy es todo otro capítulo, si bien genera amplias expectativas (por lo general destacadas en otros ámbitos internacionales), no es el que el gran público identifica como ese cine argentino reconocido por su color local. Y pese a que sus historias tienen el escenario del noroeste no encontramos en el aquellos rasgos que lo asocian a un enfoque regionalista, atractivo visualmente por el resto del viaje, marcado por ciertos estereotipos.

Por que lo que nos propone Martel, más allá del espacio geográfico, es un penetrar lo cotidiano desde una trama tejida con las conductas humanas. Lo que sí podemos subrayar es que aquí este espacio social y cultural es el escenario de comportamientos de clases, miradas sobre el mundo que se mueven en diferentes direcciones, una realidad que adopta diferentes maneras de manifestarse.

El cine de Martel, y con este film La mujer sin cabeza ella considera que se cierra una primera etapa, provoca por igual fuertes adhesiones y elogios y al mismo tiempo rechazos, grandes rechazos. No hay término medio, no hay pasajes. La reacción es contundente y en tal caso manifiesta esa tendencia instalada a buscar el punto de cierre, la resolución fija, esa respuesta que se confirma al preguntarse alguien ¿Qué quiso decir? Esto no ocurre. Cada film de Lucrecia Martel se abre donde cierra el anterior o bien donde la sospecha anida.

En estos días su nombre ha sido motivo de tapas de diarios y de revistas. Y sus palabras se leen en páginas centrales, en notas destacadas. Así, en una entrevista realizada por Leandro Arteaga para Rosario/12, la realizadora expresa; a propósito de emplear el crítico el termino "perplejidad", como actitud ante sus films: "En general, el desacuerdo siempre conviene, favorece el pensamiento y el crecimiento intelectual (...) La unanimidad, en general, siempre aplasta la posibilidad de la conversación o el debate".

A esta altura, la historia que se sigue en el film ya es conocida por la mayoría. Su protagonista, Victoria, profesional odontóloga, clase social acomodada, experimenta el golpe de un accidente mientras conduce. Algo ha pasado. ¿Un ser humano o un animal? El espejo retrovisor, la mirada hacia él, no serán suficientes para tranquilizar su conciencia. Pero este hecho no es el móvil de la trama, sino lo que el mismo provoca en su protagonista y en quienes la rodean.

Historia de desocultamientos y escamoteos, donde la metáfora se desliza sigilosamente, La mujer sin cabeza nos lleva a otros interrogantes respecto de las reacciones humanas, que se mueven entre el recuerdo y el olvido, entre el presente y esa huella que comienza a ser borrada. La protagonista, notable composición de María Onetto, acompañada por su prima Josefina (de destacar igualmente la actuación de la actriz rosarina Claudia Cantero) transitarán por diferentes espacios que dejarán al descubierto acciones silenciadas y prohibidas, engaños y mentiras, en un mundo en el que parece que sus únicos habitantes son los muertos. Allí, donde la voz de la tía postrada se escucha, (María Vaner en su última y sobresaliente actuación) parece confirmarse que sólo tiene lugar la amnesia y el silencio.

De cómo a partir de un hecho un personaje comienza a variar su percepción es uno de los ejes temáticos que podemos elegir para acercarnos al film. De cómo por esa casi borroneada línea nos conduce hacia nuevas revelaciones puede ser una manera de instalarnos en su periferia. Porque La mujer sin cabeza va develando aspectos de una realidad que se esfuerza por esconderse, que se anima por desdibujarse. Pero basta ubicarse en un punto y detener la mirada. Atender a sus sonidos. En el reportaje publicado en la revista Ñ, Lucrecia Martel afirma: "Yo también creo en la extrañeza que inunda lo cotidiano". Y comenta que una amiga le ha marcado que el único sentimiento que ella, Lucrecia, conoce es el miedo. Ante eso Martel responde: "Lo dice en broma pero hay algo de verdad, porque en ese terror esta también el reconocimiento de la potencia transformadora del hombre. Algo parecido a lo que le sucede a las personas que tienen ataques de pánico, que de golpe toman conciencia de la fragilidad de las cosas".

Desde el afiche, La mujer sin cabeza nos lleva a preguntarnos sobre la identidad. No hay rasgos definidos, la coloración participa de un particular cruce. La figura de la protagonista se va armando con los fragmentos de una experiencia que atraviesa de manera casi inaudible por sus propias angustias. Sensaciones captadas en formato scope, en pantalla ancha, que amplifican la sombra de lo siniestro, que despiertan ese tono de pesadilla que el film, desde una abierta y opaca luz diurna, libera.

En la revista Cahiers du Cinema, de España, el crítico e historiador Carlos F. Heredero, a propósito de la presentación del film en Cannes, comenta: "La defino como una versión adulta y argentina de Muerte de un ciclista de Javier Bardem (55), pasada por el filtro de David Lynch y situada en la frontera del cine fantástico..."

Atenta a la construcción de cada plano, a sus direccionalidades en fuga y simultáneamente al espacio de la imagen como espacio-prisión, el tercer film de Lucrecia Martel reafirma su voluntad de desvío, por internarse por los oscuros y secretos bosques de lo que se reconoce, pero se teme nombrar.

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