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Domingo, 1 de marzo de 2009
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Concierto de Peteco Carabajal y la Orquesta Sinfónica de Rosario

Lo popular y lo académico

Un desbordado Monumento a la Bandera fue testigo, el viernes a la noche, De una propuesta musical que generó grandes expectativas, pero que no pudo sostener el brillo logrado en algunos pasajes del repertorio.

Por Edgardo Pérez Castillo
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Los arreglos orquestales eran casi imperceptibles detrás de la voz de Carabajal.

Frente a la carencia de espejos en los cuales observarse, la experiencia llevada a cabo por Peteco Carabajal y el director mendocino Pablo Herrero era, ante todo, un primer paso auspicioso y, al mismo tiempo, arriesgado. El viernes por la noche, el Monumento a la Bandera fue además en el escenario sobre el cual la dupla (al frente de un cuarteto de viscerales santiagueños y de la medida Orquesta Sinfónica Provincial de Rosario) llevó a cabo el tercer concierto público de un proyecto que seguirá recorriendo ciudades, afianzando una propuesta que generó grandes expectativas, pero que no pudo sostener el brillo logrado en algunos pasajes del repertorio.

Como en sus grandes noches populares, el patio cívico del Monumento se completó antes de que, con una puntualidad sorpresiva, los integrantes de la orquesta rosarina hicieran su aparición y, con ellos, el director mendocino que el viernes tuvo su debut con el organismo provincial. Ubicadas al frente de las cuerdas, cuatro sillas alojaron a Peteco y sus compañeros, mientras Demi Carabajal contenía su sangre folk﷓rock detrás de la batería instalada sobre el extremo izquierdo de la escena. Todo demasiado prolijo como para entrarle a la potente "Soy santiagueño, soy chacarera".

Porque, como para poner mayores trabas a la de por sí difícil combinación, los arreglos orquestales eran casi imperceptibles detrás de la voz y la guitarra del miembro más trascendental de la dinastía Carabajal. Inconfundibles, las cuerdas de Peteco eran entonces las que apenas pasadas las 22 seguían convocando a los desprevenidos que, imposibilitados de encontrar resquicios en las escalinatas, comenzaron a copar las veredas y, más tarde, la propia calle Córdoba, que con su espacio invitaba a los primeros bailes de la noche.

Secundado por esa numerosa formación de lujo, Carabajal terminó de desgranar "Bajo la sombra de un árbol" para dirigirse por primera vez a un público al que le agradeció el silencio. Didáctico, el músico santiagueño rozó la justificación cuando explicó la celeridad con la que terminó concretándose un proyecto que contó con la participación de distintos arregladores. Y quizás radique allí una de las fallas estratégicas de todo el asunto, en la ausencia de una línea que unifique estéticamente a las orquestaciones.

Aunque, es cierto, la planta de sonido lejos estuvo de colaborar con el trabajo de los integrantes de la Sinfónica, opacados en buena parte del concierto por el quinteto santiagueño (guitarras acústicas, bajo y guitarra eléctricos, batería). Sin preocuparse demasiado por el asunto, algunos se animaban a romper con el molde combinando baile y acrobacia para acompañar desde las escalinatas la zamba "A mis viejos". Llegaría entonces el momento de los estrenos, con Peteco asumiendo por primera vez el rol de primer violín en "Aldea", conteniendo su visceralidad para no hacer tambalear a una fila de cuerdas poco habituada al tempo santiagueño.

Con "Viejas promesas", la introducción orquestal puso clima de película en la noche del viernes, sosteniéndolo con "Esa mujer". De pie por primera vez, Carabajal volvió a ocupar el rol de violín solista en "Fortuna, fama y poder", chacarera instrumental que inspiró cientos de palmas para completar una imagen poco frecuente, un cruce inhabitual entre el academicismo de la Sinfónica y la raíz popular y participativa inspirada por el compositor nacido en La Banda.

En definitiva, ésa es la esencia del proyecto, la conjugación novedosa entre esferas históricamente separadas en el ámbito de la música argentina. Si hasta el propio Peteco hizo su lectura pública de todo el asunto cuando, después de "La mazamorra", reconoció estar adentrándose en un nuevo camino, y dibujó las dificultades de interacción lógicas entre un grupo intuitivo y una formación numerosa regida por las partituras. Traducido en aplauso sostenido, el reconocimiento funcionó como impulso para los bises, como aliciente para que el proyecto siga su curso, madure y abra nuevas sendas.

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