Hasta el 12 de abril puede recorrerse en el Centro Cultural Bernardino Rivadavia una retrospectiva que ocupa todas las salas de la planta baja. Es una selección de 40 años de fotografÃa de Baby Llarrull (Tintina, Provincia de Santiago del Estero, 1947), quien se formó y enseña en la Escuela de Bellas Artes de la UNR. Titulada "Derrotero: exterior/interior", se destacan en la muestra dos perÃodos, de 20 años cada uno: uno de documentalismo social y otro más formalista y más lúdico. Tres obras de la muestra son instalaciones multimedia donde la fotografÃa es protagonista.
"Mi padre vino de Siria a los 19 años, a hacer la América. Llegaron primero a Uruguay. Pasaron a Argentina, al Chaco. De ahÃ, a Santiago del Estero y se asentaron en Tintina. Hay una fotografÃa de nuestro álbum familiar, que yo expuse el año pasado en la Facultad, en la que se ve a mi mamá cazando palomas con una escopeta. Era un monte muy inhóspito, una vida durÃsima. Yo fui el último de los hijos en nacer y en total éramos seis pero con un hermano, el primero, fallecido de chico. Porque no tenÃan asistencia médica en esos lugares. Recuerdo que contaban que se trasladaban en camiones vendiendo cuero y se quedaban dÃas atascados en el barro, hasta que se secaba y podÃan seguir. Al año y medio de nacer yo, nos fuimos a vivir a Santiago del Estero. Y allÃ, con un préstamo de algún familiar, ellos pusieron un almacén. Mi papá tenÃa una camioneta y salÃa a repartir mercaderÃa. ¡Nos metÃamos en cada lugar! No sé si habitualmente entraba gente en esos caserÃos escondidos en medio del monte. Y bueno, nosotros tenÃamos nuestro momento. Me acuerdo que los fines de semana, lo primero que hacÃamos mis hermanos y yo era ir al rÃo. SalÃamos a cazar lagartijas. Para qué, no sé. Pero era la costumbre del grupo. Generalmente no cazábamos nada. Después, obviamente, era ir al rÃo y a las aguas tentadoras, pero son bastante bravas. Era el rÃo SalÃ, que estaba bastante cerca de la ciudad. Es todavÃa el dique de pesca por excelencia, en Santiago. No es un rÃo profundo. Pero sà es peligroso porque la gente saca arena para vender y quedan los pozos. Entonces ahà los remolinos son de temer. Nosotros tenÃamos la mala costumbre de introducirnos en el agua, cosa que no se debiera hacer, porque no se sabe en qué momento te quedás sin piso. Ya en Rosario, con mi hermano habÃamos empezado a comprar unas maquinitas económicas; no tenÃamos plata, éramos estudiantes universitarios 'secos'. Y llegó un barco, no me acuerdo qué barco era; debe haber sido la fragata Libertad. HabÃamos ido a ver la llegada, y era una multitud. Y habÃa dos chicos jovencitos que tenÃan un equipo fotográfico realmente impresionante. Y ahà empezaron las ganas estas de indagar un poco más, penetrar un poco más allá de lo que uno ve. Estudié con un señor muy didáctico, el señor Martino, del Ateneo. Nos dio un curso de una sapiencia extraordinaria. Mi primera búsqueda siguió lo que uno veÃa en las revistas de fotografÃa y en los fotoclubes. Yo leÃa FotografÃa Popular. La otra era Fotomundo. Eran las épocas en que tenÃan vigencia las fotos de escenas cotidianas de gente trabajando, el retrato posado, los bodegones, las escenas callejeras, escenas preparadas, ese tipo de cosas".
-Además era la época de Tucumán Arde (1968).
-Yo visité Tucumán Arde, la muestra. Donde era la CGT, en calle Córdoba. ¡Era espectacular! Pero yo era estudiante, no tenÃa conciencia de ese tipo de producción ni hacÃa las fotografÃas desde esa postura. Para mà fue una buena experiencia cuando fui en 1997 a la Bienal de Venecia y ahà observé muchas construcciones visuales en secuencia. Es una especie de puzzle. Como que la tenés que armar vos. Te plantean algo lúdico.
-AquÃ, vos jugás también con el objeto, con el grabado...
-SÃ, lo que pasa es que no puedo separar las dos formas de hacer que yo he tenido.
-En el grabado aparecen otros elementos, como la persiana.
-Las persianas son un sÃmbolo de mi taller. Son lo que me oculta y me permite ver hacia afuera. Yo miro a través de las persianas. No sé si me mirarán a mÃ. Mi taller era un almacén, antes. Tiene una vidriera muy grande donde la gente que pasa se ve reflejada y se mira. Tengo la costumbre de poner el trÃpode con la cámara... es un acto voyeurista. Espero, y cuando pasa lo que me interesa, obturo. Pero no muestro las fotos sin el consentimiento de la persona fotografiada cuando es visible el rostro.
Cuenta que las fotos con modelo llevan otro tiempo. "Lo que importa es lo que esa persona pueda manifestar ante la cámara. Por eso es que en general son personas que yo he conocido desde bastante tiempo atrás". Llarrull siempre vuelve a su provincia de Santiago natal, donde fotografÃa aquellos lugares inhóspitos para "que la gente pueda acceder a aquello que es inaccesible". Significativamente, junto a una foto robada desde la guarida de su taller, cuelga una serie de un estero cercano al dique Los Quiroga. "La hice con un teleobjetivo, de lejos. Es un lugar imposible de acceder. Muy tranquilo, muy apacible. Sólo se siente el silencio y el aletear de los ochogos, una especie de pato salvaje muy negro. Anidan dentro de estos pajonales. Acá se observa uno. Pero son realmente salvajes. Uno apenas se acerca y ya se espantan. Cuando hice el laboratorio dejé un alto contraste para enfatizar el efecto de espejo en la parte del agua".
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