Ayer se cumplió un año de la muerte de César López Claro. Sin actos solemnes, ni declaraciones oficiales, ni placas; con apenas la presencia de su familia y sus amigos más cercanos, el aniversario pasó para el mundillo del arte como su muerte, casi desapercibida. Pero sin duda, las intenciones de López Claro jamás tuvieron que ver con las fórmulas de la fama. De allà la segura e innegable trascendencia de su obra.
Nacido en Azul, César López Claro se radicó en Santa Fe hacia 1942, enamorado de sus paisajes. Aunque sus primeros trazos datan de 1921, su carrera se inicia formalmente en 1929, cuando junto a su padre, Alberto rganizó una muestra en el Colegio Nacional de Azul. A partir de ese momento, más de 300 muestras atestiguan su carácter de creador inagotable, una pulsión artÃstica que sólo se extinguirÃa con su último aliento.
Siempre sensible al entorno, muy pronto López Claro comenzarÃa a mostrar un marcado interés por lo social, algo que llevarÃa a los expertos a clasificarlo como un pintor "testimonial". "El origen de una pintura amplia, lineal, de carácter mural, comienza con la enseñanza de Spilimbergo --cuenta L.C. en una entrevista realizada por Bernardo Molinas, uno de sus discÃpulos, residente en Italia--. Él, más que un pintor de manchas, estaba con la lÃnea de Ingres, la lÃnea cerrada, constructiva. Y por el carácter que encierra la pintura mural que es polÃtica, es social eminentemente. Entonces me dirigà al estudio de los muralistas mexicanos, que en esos años 1935--40 estaba en plano auge. La influencia que tenÃan un Rivera, un Siqueiros, un Orozco y un Camargue, los cuatro grandes muralistas de México, era grande (...). Asà al aspecto pictórico se unÃa la temática, lo social, porque yo he tenido y sigo teniendo una actitud polÃtica muy definida, una militancia de izquierda totalmente definida y la confieso. Aunque eso me ha costado dolores de cabeza, y ser negado por alguien del periodismo, y de la iglesia..."
A través de una intensa militancia en el Partido Comunista --donde compartió consignas con Antonio Berni, por ejemplo--, L.C. produjo siempre urgido por los temas que lo afectan. Desde los junqueros a los cartoneros --a quienes hace dos años dedicó un mural en la sede santafesina de ATE--, pasando por la represión en Chile y el EZLN.
¿La pintura mejora el mundo?, le preguntaba Molinas, en el cierre de este extenso e intenso interviú que forma parte de un libro de próxima edición--. "No. Yo no creo que ni la pintura, ni la literatura, ni cualquier otro arte mejore o empeore al hombre", contesta el entrevistado. "Creo sÃ, que para aquellos que tienen problemas, la pintura es una buena terapia (...). Yo, con casi 92 años, pinto. Me importa seguir viviendo porque estoy convencido que tengo que hacer muchas cosas". Lamentablemente el maestro no vivió mucho más. Por fortuna, en su casa--taller--museo--fundación de Piedras 7352 (Santa Fe) se reúne la producción de sus prolÃficos 93 años. Más de 4000 obras dejan testimonio de un pintor que no vivió del arte sino para él
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