A veces hay en un libro mucho más de lo que se ve. Tal es el caso de Electuarium, la antologÃa personal que constituye el primer libro editado de la poeta Rosa MarÃa Walkiria Celentano (Paraná, 1936). En la solapa de la tapa, literalmente florida y de color rosa extremo, bellamente diseñada por Gustavo MartÃn bajo el cuidado editorial del sello local Serapis (www.editorialserapis.com.ar), sólo se informa del lugar de nacimiento de la autora y el de residencia, que no es otro que Rosario. El extraño tÃtulo en latÃn serÃa un equivalente aproximado de antologÃa. Aproximación, no sinónimo: "no creo en los sinónimos", asegura Rosa, y pasa a explicar que la palabra data de la Edad Media y designa un preparado medicinal de miel, jarabe o mermelada, que podÃa incluir hierbas y opio. (El diccionario da "electuario" como posible traducción al español, y brinda estos sinónimos: letuario, benedicta, filonio, jirapliega, opiata). El tÃtulo evoca sin duda la juventud de la autora, que cursó hasta sexto año de medicina.
El libro reúne una brevÃsima selección del inconmensurable y tapiz poético que fue tejiendo Celentano a lo largo de décadas. Ya ni ella sabe decir exactamente cuándo empezó: sà se recuerda componiendo poemas antes de aprender a leer, dictándoselos a sus padres, que con sus ocho hijos habÃan formado un hogar modesto pero culto. El nombre Walkiria no es un seudónimo sino un tercer nombre de pila dado a Rosa MarÃa por su padre, un contador público que escuchaba a Wagner y enviaba a sus hijas a estudiar danza. La poesÃa, para Celentano, fue el eje de un mundo Ãntimo. Ni el exilio polÃtico de su compañero de toda la vida, ni la difÃcil crianza de sus tres hijos la arredraron. Ya se habÃa identificado con la flor que habita su primer nombre y para ella, que no cree en los sinónimos, Rosa y rosa fueron una única palabra.
Desde ese centro de potente significado, un equivalente (una vez más) aproximado del pronombre yo, fue brotando en espiral una obra de la que aquà se presentan sólo pétalos. Se destacan por su intensidad aquellos donde la crisálida del yo se abre para dar espacio al llamado amoroso, a la pregunta por el otro: "no me sabÃa / sin ti / toda desierto / toda yo / cactus". O: "abrazarte / calcarte en mà / no borrarte / nunca jamás".
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