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Viernes, 3 de julio de 2009
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Deportivo Pocho, de Adrián Abonizio, rescata mundos infantiles

La cosmovisión del potrero

El escritor y cantautor publicó muchos de los textos de su último libro en Rosario/12. Se trata de historias oscuras, a veces crueles, sobre la vida de barrio que nacía en el fútbol, en la barra de amigos. "Uno siempre imaginaba un mundo mejor", confiesa.

Por Edgardo Pérez Castillo
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Adrián Abonizio escribe sobre el desencanto y el descubrimiento.

Allí está la pelota, abrazada en la tapa de Deportivo Pocho, como objeto de adoración, como el astro sobre el que giran los mundos. Es que alrededor de la redonda (en sus diversos formatos, de trapo, plástico o cuero) se mueve el mundo de una infancia que se rememora con sus virtudes y defectos. Está la inocencia que se despide con éxtasis o la que arranca con dolor, en una cruel bienvenida a las miserias del mundo. En Deportivo Pocho vive el fútbol, el juego, pero también la vida misma, reunida en los relatos con los que Adrián Abonizio no hace más que profundizar su oficio. ¿O acaso las canciones no son pequeñas historias revestidas de música y poesía?

En su rol de escritor, la poesía de Abonizio está más vinculada a las calles, al mundo de esos protagonistas que, reales o ficticios, le dan vida a los barrios de la ciudad. De una época, es cierto, que ya no es la misma, pero que no es rememorada desde la idealización. Porque, lejos de lo inmaculado, también hay oscuridad en los cuentos. "Hay uno que refleja fielmente lo que es la idea del libro, que está hecho a propósito en un léxico antiguo, `El niño poeta de los campitos` --apunta Abonizio--. Es un pibe que va a un campito, y en los campitos de antes había peligro, no como ahora que te pueden degollar, pero antes te podían cagar a trompadas, robarte la pelota, podías herir y ser herido, pero no pasaba de ahí. Pero no es una idealización, porque el capitalismo siempre existió, siempre existió la competencia, pero lo que sí veía yo era que siempre uno imaginaba un mundo mejor".

Responsable de la narración, Abonizio también tuvo su protagonismo en esas tardes de libertad. "Cuando era chico volvía deprimido pensando que se terminaba el mundo después de ese partido, un domingo a la tarde --recuerda--. Se terminaba el mundo, había que ir a la escuela, empezaba el mundo adulto. Es lo mismo a lo que no me acostumbro hoy. Termina el domingo y me tengo que disfrazar de adulto para cobrar la guita que me deben, tengo que poner cara de serio porque si contás un chiste en medio de una solicitud de trabajo sos un estúpido. Hay un momento furiosamente melancólico en que uno, cuando es chico, entiende todo. Entiende quién va a ser, quién va a quedar rezagado y quién no, entiende la pobreza de la gente, la pobreza de las almas. Entiende al hijo de puta que tiene al lado, hijo de unos padres horrorosos, que tiene el futuro asegurado y es un egoísta. Puede entender al tipo que sacrificó todo por darte un pase, o arriesgó su vida por salvar una pelota. De alguna forma es como La guerra y la paz de Tolstoi pero en versión Barrio Echesortu".

El territorio histórico y geográfico que recorre Abonizio en Deportivo Pocho tuvo sus primeras exhibiciones en las contratapas de Rosario/12. Destinadas a ese lugar, las creaciones se moldearon sobre parámetros bien establecidos, según explica el autor: "Tengo un montón de cosas escritas que hasta que no le encuentre el formato definitivo no las muestro. Pero la contratapa, de antemano, tiene un formato definitivo. Es como un técnico que te dice que vas a jugar los últimos treinta minutos, y te preparás para jugar esos treinta minutos. Entonces como acá hay un espacio determinado, me pareció de poco peso el hecho de variar mucho de temática. Así que me enfoqué en el barrio donde yo nací, empecé a fabricar cosas que de antemano están hechas, y las recreo, con otras que invento o mezclo. Me ubiqué como hacen los grandes escritores, solamente que apenas estoy jugando la Promoción de los escritores".

El fútbol, en tanto, es apenas el eje sobre el que se cuenta la vida. "Mi infancia no sé si fue feliz o infeliz. No puedo contar nada contundente que me haya hecho infeliz ni nada muy contundente que me hiciera feliz. Lo que sí me parece es que todo chico es un marginal, está en los márgenes. Desde el borde siempre se ve todo muy extraño. Me parece que todo chico es un extremista. Los chicos son muy románticos, muy idealistas, están en los márgenes, y a veces la familia protege pero también pifia. Entonces un pibe con una idea romántica del mundo, liberadora, la única ventana abierta que encuentra es lo que ahora llaman las tribus. En esa época los grupitos no se armaban alrededor de blogs, como se arman ahora, o alrededor de piercings, ropa o vestimenta. Se armaban alrededor del fútbol. No había nada que nos uniera salvo el fútbol, y una pelota de trapo se armaba enseguida. Entonces, ante tanta confusión y represión familiar, y silencio, lo único que quedaba era el juego. Como la familia es puramente antidemocrática, porque siempre hay alguien que manda y uno obedece, creo que uno aprendió los ejercicios de la democracia en esos grupitos, y también los ejercicios de la esclavitud", analiza Abonizio.

Y agrega: "Tomo como ejemplo el fútbol pero como excusa, porque en el fútbol, en esos grupitos, la pelota es un símbolo fáctico, como dicen los intelectuales, pero se trata fundamentalmente de saber de qué lado vas a estar, del lado de los opresores, de los oprimidos, o de los que no están con los opresores y están a favor de los oprimidos, pero no quieren ser oprimidos. Nuestros padres hablaban de nosotros, o para nosotros, pero no con nosotros. Entonces la enseñanza la armábamos nosotros en la esquina. Antes las tribus eran las del fútbol, y pienso en aquel que no le gustaba el fútbol. Ahora le dicen nerd, pero antes era un maricón, un olfachón, un boludo, o un tipo sospechado de un montón de cosas en el barrio".

Aquellos grupos eran entonces una suerte de preámbulo de lo que vendría, núcleos en los que se concentraban los futuros protagonistas de capítulos despojados de inocencia. La puerta de ingreso, para Abonizio, debe estar pintada de derrota: "El mundo, hasta los 13 o 14 años, es alucinante. Porque en el momento que tenés tu primera decepción amorosa, tu primer fracaso sentimental o el primer momento que te cagan bien a trompadas, desde el momento en que uno pierde es un buen aprendizaje. La derrota es un buen aprendizaje, pero que no sirva para ser una víctima. Para mi gusto la puerta de entrada al mundo adulto siempre es una derrota. Yo entendí que el mundo iba a ser difícil el día que entendí que el equipo que seguía a todos lados a veces jugaba muy mal y a veces se iba al descenso".

Finalmente, la reunión de estas historias en un libro, llevó a Abonizio a pensar en su rol de narrador. "Hay gente que en el camino se quedó sin palabras, mejores contadores que yo, tipos que han vivido mejores experiencias, tipos que han tenido una mejor vida que yo, ni hablar que han sido mejores jugadores de fútbol --se sincera--. Me pregunto por qué me tocó a mí. Yo siempre quise hacer esto, pero ¿dónde estarán los tipos que eran genios? Genios en el sentido de que eran pibes sabios. Yo no digo que inventé un mundo, pero tenía puesto el ojo, y aún lo tengo puesto, en observar pequeños geniecitos que resolvían las cosas como adultos. Cosas extrañas que no suceden a la edad habitual. Tal es así que yo iba a jugar y me distraía mucho viendo cómo atajaba el arquero de los otros, y a lo mejor prefería patearle un tiro para que la saque, para ver cómo reaccionaba, más que hacerle un gol. Ahí fue cuando empecé a perder el sentido de la competencia, empecé a perder puntos como delantero y ya me llamaban por compromiso".

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