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Lunes, 3 de agosto de 2009
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CINE. Hace mucho que te quiero, de Philippe Claudel, un gran hallazgo de esta temporada

Reencuentro tras un largo silencio

Dos hermanas que no se vieron durante mucho tiempo se encuentran con sus propias historias y preguntas, en una película que se narra en un cauce silencioso, sin estridencias, sin caer en ningún momento en las reglas del melodrama clásico.

Por Emilio A. Bellon
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Kristin Scott Thomas y Elsa Zylberstein dan el tono justo a los dos personajes protagónicos.

Para quienes tienen presente la obra de Dostoievski, particularmente su Crimen y Castigo, así como para quienes recuerden Match Point, ese film abiertamente trágico de Woody Allen, la visión de esta opera prima del novelista y realizador Philippe Claudel los puede llevar a interrogarse sobre ciertos comportamientos de la conducta humana. Film de caracteres, de situaciones que sólo se insinúan en la primera parte, Hace mucho que te quiero es, para quien firma esta nota, uno de los grandes hallazgos de la cartelera de los últimos tiempos. A la manera de un relato de Claude Chabrol, otros de los maestros del suspense, la historia que aquí se va narrando corre por un cauce silencioso, sin estridencias, en un acercamiento que se da desde un presente que traza interrogantes en el rostro de sus protagonistas.

Merecedor de varios premios César (el equivalente del Oscar, aunque con menos concesiones, en Francia), entre ellos el de "mejor film del año", Hace mucho que te quiero motiva su título en una canción de la infancia, que dos hermanas, separadas durante quince años, interpretaban al piano cuando eran niñas. En dos momentos de esta conmovedora historia, que rehúye de los lugares comunes de un melodrama standard, podemos escuchar esta melodía que tiene sus ecos y que alude al mismo apellido de sus protagonistas; a la resonancia que el mismo tiene en ese lugar propio de la pintura y la literatura bucólica, la fuente.

Por la sutileza del trazo y el velo de misterio que observamos en el transcurrir del tiempo interno del film, Hace mucho que te quiero puede llevarnos a evocar las imágenes de la pintura de ese casi desconocido pintor, fallecido en 1930, Emile Frantin, cuyas obras asoman en la visita de la protagonista, Juliette, interpretada por una admirable y contenida Kristin Scott Thomas, a una galería de arte en compañía de un amigo y colega de su hermana, profesor de "Literatura Amorosa".

Dos hermanas, ya desde el inicio del film, se reencontrarán tras un largo silencio de años. Las dos, Juliette y Lea, vivirán en los primeros días la dificultad de preguntarse sobre sus propias historias. Las recibirá junto a sus dos niñas adoptivas, de origen vietnamita, y su marido Luc. Ambas comenzarán un viaje hacia el corazón de sus propios secretos, de sus ausencias y de sus propios dolores.

No se trata de revelar aquí cierto enigma que flota en el film ante lo que sólo se sugiere, a medias. Creo que no corresponde privar al espectador de ese asombro acerca de los móviles de determinadas acciones. Lo cierto es que como espectadores, ya capturados por la dimensión dramática y cercana de lo que aconteció y de lo que sucede ahora, en este presente de ambas, los distintos acontecimientos nos llevan a todo un replanteo sobre ciertas significaciones del Bien y del Mal. En tal caso, lo que está igualmente presentado de manera problemática, es un tema que hoy está sumamente vigente.

Juliette viene de un territorio de sombras, de soledades. Sólo lleva en sus bolsillos de esas vestimentas de color oscuro una fotografía y una carta que nos reserva el reverso de otra lectura. Entre la ternura y el dolor, la violencia ante la impotencia, Hace mucho que te quiero, explora los filosos y delgados carriles de ciertas reacciones. Film apasionante, pese a ese medio tono que no marca el sobresalto del efecto ni el desgaste por la repetición.

Al igual que en el cine de Claude Miller, en esta más que recomendable creación del cine galo están presentes las referencias literarias y cinematográficas. Nombres y afiches, títulos de films y novelas no están ubicados de manera solemne sino humilde, con ese gesto de reconocimiento que podemos disfrutar ante alguien que ama su oficio, su vocación. En tal caso, están posicionados de manera diferente a ese discurso pedante y descalificador del intelectual, que, en rueda de amigos, somete primero a Lea y luego a Juliette a un brutal y humillante interrogatorio.

Kristin Scott Thomas y Elsa Zylberstein nos llevan a recordar ciertas composiciones de los "films de cámara" de Ingmar Bergman. En sus miradas y palabras, en el interior de la casa, en la piscina, en caminatas y en el bar, los diálogos comienzan a fluir marcando eso que no se había podido decir, lo que llevará a que ambas visiten a su madre, ahora hospedada en un asilo de ancianos, dominada por el olvido y alguna lucidez transitoria, fugaz.

En declaraciones a la prensa, Philippe Claudel enfatizó en el hecho de que su film "es un film sobre el silencio", agregando inmediatamente que esta historia intenta "subrayar la importancia que los demás tienen en nuestras propias vidas". Tal vez la voz del propio realizador la podamos encontrar en el personaje de Michel, aquel profesor ya presentado, quien llevará a Juliette a plantearse un giro en su vida.

En lo que no se nombra directamente, en la sobriedad, en ese pasar del tiempo, en su reflexión sobre el dolor ajeno, Hace mucho que te quiero es un film que nos lleva a ubicarnos de una manera diferente. A abrir un diálogo, a poder soportar el peso de los puntos suspensivos.

Una expresión para recordar, que escuchamos de boca de Juliette: "La peor de las cárceles es la muerte de un hijo. Nunca se sale de ella".

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