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Miércoles, 9 de septiembre de 2009
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"Comida china", textos breves de Verónica Laurino y Carlos Descarga

Epigrama, la palabra exacta

"Comida china" se ofrece como un proveedor de dosis mínimas de lectura para adictos al placer de la literatura, pero también es un libro de poesía contemporánea que se hace cargo de una época veloz.

Por Beatriz Vignoli
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Verónica Laurino nació en Rosario en 1967 y tiene publicado "Breves fragmentos".

Lo bueno, si breve, dos veces bueno: el refrán viene al caso. Verónica Laurino y Carlos Descarga han escrito un libro de textos breves, Comida china (Alción, 2009). No es exactamente de aforismos, ya que no se hallará en él la sucinta redondez conceptual del aforismo; ni mucho menos de haikus, cuyas rígidas convenciones ignora alegremente. La palabra exacta que define el género de estos textos es epigrama. Se trata de una tradición clásica brevísima, que cultivaron poetas latinos como Marcial.

La voluntad epigramática ya se hallaba presente en Laurino, incluso a veces de manera muy explícita, en sus libros anteriores. En su primera novela, titulada significativamente Breves fragmentos (Concejo Municipal de Rosario, 2004), un evidente alter ego de la autora cuenta en tercera persona: "El subtitulado de las películas también era responsable de su modo de escribir, frases cortas, contundentes, significativas, nada de descripciones, para eso están las imágenes". Y también: "Ella había nacido para el pensamiento corto, todo lo reducía a la idea, a la desnudez de la idea, a la esencia, a la síntesis. No sabía desarrollar, no sabía adornar, no sabía decorar".

Finalista del concurso municipal Manuel Musto en 2004, Breves fragmentos es una novela (breve) de iniciación literaria. Es el mismo subgénero de Aparte del principio de la realidad, la primera novela de Patricia Suárez, que obtuvo el primer premio en el mismo concurso en 1997. Con ella Laurino siguió la clínica de obra de la que resultó su novela, donde uno de los personajes se llama Clara Juárez, es escritora, da clínica de obra y publicó un libro por la Editorial Municipal; el alter ego anónimo de Laurino, llamado simplemente Ella, viene del campo como Olga Stura y viaja a América del Norte igual que otra de las heroínas de Suárez, la de la novela con que ganó otro premio al que se hace alguna referencia en Breves fragmentos. Ambas autoras son rosarinas y tienen casi la misma edad (Laurino nació en Rosario en 1967) y sin embargo sus obras son muy diferentes. Las heroínas de Suárez son marginales a la intemperie, mientras que en Laurino se da una extraña mezcla de atmósfera hogareña y decadentismo exquisito: sus tinieblas son puro temperamento, puro humor negro en el sentido medieval del término. Su arte es el del tema diurno contemplado por un filtro oscuro. Tanto en sus libros de poesía, 25 malestares y algunos placeres (Ciudad Gótica) o Ruta 11 (Vox), como en la citada novela, pueden hallarse perlas negras de este calibre: "Una optimista nata, una porquería de persona" o "era color rosa, marca Barbie, un horror".

Carlos Descarga nació en Arribeños (provincia de Buenos Aires) en 1953, vive en Marcos Juárez (provincia de Córdoba) y éste es su primer libro publicado. Ambos autores provienen del taller literario de Marcelo Scalona, quien les prologa el libro. Scalona utiliza la acertada metáfora de los asteroides para nombrar esta particular ética de la esquirla, donde el poema es apenas una chispa que salta de la fricción entre dos o más escombros de realidad, y pueden leerse minipoemas como: "Nuestra abnegación oriental / hurgar en todos los platos de comida china". O: "Un perro negro saltaba y / se comía las moscas / durante un recital punk / en la biblioteca anarquista". Y hasta hay alguna proeza que supera estadísticamente al famoso cuento de seis palabras de Ernest Hemingway, un texto de sólo cuatro: "Oferta semanal: chalecos antibalas".

"Un breviario cotidiano para llevar encima o tener a mano en escritorios o mesitas de luz", lo describe el prologuista. Pero llevar Comida china (el libro) en la mochila o tenerlo bien a mano sobre el CPU de la computadora es la manera perfecta de jamás abrirlo. Tal vez sea un efecto no buscado la belleza gráfica de su edición, lograda como la de una torta que da pena comer. Lo mejor es devorarlo de un tirón. Comida china se ofrece como un proveedor de dosis mínimas de lectura para adictos al placer de la literatura, pero también es otra cosa. También es un libro de poesía contemporánea que se hace cargo de una época veloz. Para quienes escuchan canciones en estado de atención flotante a la espera de aquel verso iluminador, es el libro ideal: está compuesto exclusivamente de "buenas frases" de ésas que a uno le parten la cabeza. En resumen, si la extensión aquí es un dato, es porque los autores del libro le dan un uso singular. No se trata, como buscaban Alejandra Pizarnik o Beatriz Vallejos, de captar en un fogonazo instantáneo la esencia absoluta del yo o del mundo. Estas nuevas brevedades no son unidades; son fragmentos. No aspiran a ninguna totalización. Aluden tácitamente, más bien, a todo lo que quedó fuera del cuadro merced a un encuadre caprichoso, que seleccionó una imagen en particular por ninguna razón en especial. Si el poema es una foto, es una entre mil posibles, y esa gratuidad es parte de su encanto. Si las epifanías de Pizarnik o de Vallejos eran el instante Kodak de la poesía moderna, Comida China son iluminaciones profanas sacadas con el celular. El libro las acumula y construye a partir de esos restos luminosos algo así como una colcha de retazos.

La brevedad aquí también es economía formal, y es por ese cuidado en definir los límites de la forma que esta obra deliberadamente fragmentaria no se inscribe sin embargo de lleno en la tendencia actual de un nuevo cotidianismo mucho más plebeyo aún, el de un Mariano Blatt o un Carlos Godoy (recomendabilísimos ambos). Sí comparte con ellos un humor, cierta percepción respecto de cómo funciona en esta época la trama tejida entre inspiración y experiencia. Hoy se cuenta con un estar en el mundo distraído, en cuyos vacíos el poema puede aparecer. Y el poema les sobreviene a sus autores tras el filo de la extinción del impulso, en los huecos donde el cese de la intención deja paso a la manifestación efímera de un deseo aún no nombrado. Comida china es un libro hecho de tiempos muertos, en el sentido del término que más lo acerca a lo que Pasolini llamaba el cine de poesía; como los del cine de Park o de Jarmush, son tiempos muertos llenos de una vida microscópica que expresa lo sublime de lo banal.

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