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Lunes, 16 de noviembre de 2009
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Los estafadores, de Rian Johnson, una película en la que nada es lo que parece

Como celebración del desconcierto

Construido como una sucesión de ilusiones ópticas que se van formando en un recorrido por diferentes ciudades, el film pone en juego a dos hermanos, que iniciaron de niños la búsqueda del tesoro, una y una aristócrata aburrida en busca de emociones.

Por Emilio A. Bellon
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Adrián Brody y Rachel Weisz son dos integrantes del grupo protagónico que viaja por el mundo.

Desde un prólogo en el que dos hermanos huérfanos, de diez y trece años, se dedican a plantear situaciones engañosas ente la mirada asombrada de otros niños, Los estafadores apuesta a desplegar un juego en el que nada es lo que parece ser; máxima fundamental para los más notorios realizadores del cine de suspense. Desde el inicio, por un accidentado itinerario, en el que la ausencia y la pérdida, la errancia, marcan el transitar diario de Stephen y Bloom, todo el film de Rian Johnson nos lleva a seguir de cerca esa expectativa que da lugar a un próximo ardid, a una encubierta trampa.

Una voz en off abre el relato, una voz que en su narrar tiene el tono de las historias de Dickens y que, pausadamente, va incorporando otras modulaciones. La estrategia de los hermanos Bloom se abre en dos direcciones, la que atiende a los beneficios personales de cada uno de ellos y la que lleva a que el blanco de sus acciones obtenga, por igual, aquello que desea.

Film que se va armando a la manera de un puzzle, que tiene numerosos elementos que abren vía al absurdo, Los estafadores juega permanentemente con el espectador; nos implica a nosotros quienes ya, desde un primer momento, somos partícipe de esa búsqueda del tesoro que quedará inscripta desde el momento en que ambos, siendo niños, convocan la atención de los otros en el umbral de una cueva encantada.

Los pasos a seguir, el itinerario trazado por ellos en un gráfico, que funciona a la manera de mapa guía a lo largo del film, nos llevará a distintos puntos geográficos. Pero ya no serán sólo ellos dos, siempre junto a ellos está la asistente de Stephen que resuelve silenciosamente a manera de ángel guardián de ambos. Y ahora, en escena, una nueva presa: una aburrida y solitaria dama huérfana, multimillonaria heredera de New Jersey.

El nuevo juego está por empezar. Y entrará el despertar el amor, sin que esto figurara en los cálculos iniciales. Allí, paseándose por galerías vacías, la única heredera de una aristocrática familia sólo colecciona pasatiempos; espera ciertamente que algo nuevo acontezca en su vida.

Los estafadores es un film que no oculta su deseo de confundir al mismo espectador, de hacerlo transitar por el desconcierto, pese a que la voz de un narrador intente explicar algunos actos. Y sus referencias, fundamentalmente, son literarias como ciertamente lo es su tono y el tipo de relaciones que esta, por momentos desconcertante propuesta, nos lleva a establecer.

Con una estética que por momentos nos lleva a los años del pop y un cruce que fija el relato en el cine de los últimos años, como el de Wes Anderson (Viaje a Darjeeling) y Spike Jonze (El ladrón de orquídeas), en el registro del cine de aventuras, el film de Rian Johnson se va construyendo como una sucesión de ilusiones ópticas que se van formando en un recorrido que nos lleva a diferentes ciudades. Uno podría pensar en los films de la serie del Inspector Clouseau, en Topkapi de Jules Dassin, en los mapas de ciertos films seriales, en las riesgosas misiones de James Bond.

De la mano de los cuatro huérfanos, Los estafadores nos conduce por la senda trazada en aquel momento inicial. Y de esta manera la próxima escala puede ser Grecia, Praga, Méjico o San Petersburgo. Aquí no se trata de pasear por espacios turísticos a la joven heredera, Penélope, sino de dar vida a un codiciado plan que llevará a otros cruces. A medida que avanza el relato, filtrado por aires románticos y notas de intriga, el espectador percibe que en algún punto se ha perdido y que ese diagrama narrativo que tenía del film ya ha comenzado a cambiar de lugar.

En su armado, el film del guionista y director Rian Johnson presenta una superposición permanente de situaciones y matices que descubren una trama compleja, artificiosa, que de la misma manera que desconcierta lleva al espectador a descubrir un fondo de melancolía. Ambos, los cuatro, en su afán vertiginoso por llevar adelante un plan (¿cuál de ellos?) van dejando al descubierto un sentimiento de vacío, de existencial orfandad.

Desde la voz en off, todo el film se va armando como si de la escritura de una novela se tratara. Pero tal vez esta propuesta resulta demasiado ambiciosa y pese a sus iluminadores momentos, Los estafadores pierde su propia voz conductora, más atenta a guiños, referencias y citas, que a la coherencia de una narración.

Igualmente los que aman el cine la disfrutarán, tal vez porque, planteado como un juego de ilusiones, va apuntando a que conozcamos un fondo de verdad. En ese escamoteo, en el juego de cartas, en el acto final del film en el que la representación asume su punto más dramático encontramos una sincera voz autoral que legitima con su hacer la capacidad de construir ficciones.

Y el film reserva para los amantes del cine y para los de otra generación, la presencia de un invitado, a quien se nombra ya desde los primeros tramos del film. El es el personaje que compone Maximilian Schell, un nombre que es todo un símbolo en cierto tipo de films de mediados de los años 50.

Los estafadores. Calificación: 7 (siete).

The Brothers Bloom). EEUU, 2008

Guión y dirección: Rian Johnson

Fotografía: Steve Yedlin

Música: Nathan Johnson

Intérpretes: Adrien Brody, Rachel Weisz, Mark Ruffalo, Maximilian Schell, Rinko Kikuchi.

Duraciòn: 114 minutos.

Salas de estreno: Monumental, Showcase, Sunstar y Village.

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