"Miro otros ojos/ que me miran /pero de la mirada /veo el hueco reverso", escribe la poeta rosarina Gilda Di Crosta en su primer libro, Hueco Reverso (Huesos de Jibia, Buenos Aires, 2009). Siguiendo la tradición local de algo asà como un haiku en verso libre que tuvo sus cultores en Beatriz Vallejos y en el Felipe Aldana de Los poemas del gran rÃo, Di Crosta construye, mediante los poemas brevÃsimos de este libro, pequeños dispositivos o artefactos que se internan en la zona de lo indecible para ritmarlo y hacerle borde, o para decirlo y ampliar asà el campo de lo efable. Ponerle palabras al silencio cargado de sentidos, articular una suerte de magma previo a la enunciación es la difÃcil tarea que emprenden estos relicarios poéticos, que resaltan en lo blanco de la página como cosas halladas en una playa: esas formas de las que Valéry decÃa que era imposible decidir si eran naturales u obra humana.
El silencio, como no podÃa ser de otro modo considerando lo crucial que resulta en cuanto al procedimiento literario, es uno de los temas de esta poesÃa. Los labios que se cierran para besar, a la vez que obturan la posibilidad de hablar, aparecen como imagen que encarna ese mutismo: "Del beso hiciste /el dibujo pleno, /el deseo, la suspensión /de la misma palabra", escribe Di Crosta en un poema sin tÃtulo. Y en otro, titulado nada casualmente Silencio, se refiere al "Humo informe / de lo no dicho". El dilema de una boca que debe callar para tocar, cesando la producción de discurso en lo simbólico para poder acceder directamente a lo real, se complementa con la paradoja consciente de una poesÃa que dice acerca del decir: "De la palabra / estoy hablando". La palabra dicha por la boca es aquà ausencia tangible en la escritura: no es posible hablar y escribir a la vez. Para escribir hay que callar, y la escritura de Di Crosta trabaja precisamente esa experiencia: la del obligatorio silencio que la precede como posibilidad.
PoesÃa moderna que obra a contrapelo de la máquina discursiva, trabando la producción de discurso en una suerte de sabotaje exploratorio cuyo fin es arrancarle palabras al silencio (palabras verdaderas, redimidas de los órdenes del discurso), la de Di Crosta se inscribe tardÃamente en una tradición: la del modernismo de Mallarmé y de T. S. Eliot. A diferencia de otros modernismos en poesÃa, que celebraban la modernidad o se batÃan con ella y, en cualquier caso, trataban de imitar su fragor a través del canto estridente, esta corriente en particular se aparta del mundo para reencontrarse con él en el fuero Ãntimo, ya que nada hay más moderno después de todo que un sujeto saltando al vacÃo de sÃ. "Hasta el fondo", dirÃa Alejandra Pizarnik, otra poeta de las instantáneas en las tinieblas del yo.
El apartamiento de lo exterior, en estos poetas modernos que no cantan sino que escriben en y para la página en blanco, lleva aparejado un trabajo fino con la palabra en general y con el idioma en particular que es a la vez como de orfebre o de entomólogo, o como el de las artes plásticas. Por eso las ambigüedades, que en el discurso propiamente dicho eran errores que oscurecÃan la comunicación, aquà en la poesÃa de Di Crosta son tesoros hallados, ricos en significados posibles. Como cuando dice, en un poema final que es probablemente el mejor del libro: "Hoy, entre tanto, /estaba /sin condición, /ritual espera de ser". La diferencia que ofrece el idioma entre "estar" y "ser", sus resonancias en la experiencia y en el poema, quedan plasmadas en el doble sentido de la frase "sin condición": hasta el tercer verso, podrÃa pensarse que se trata de lo incondicional, pero el remate del cuarto verso explica que de lo que se está hablando es precisamente de ese vacÃo sin certezas que se abre en el interior de cada sujeto de la modernidad; sujeto siempre provisorio, que habita un "entre tanto", "a la espera".
Esta soledad radical que alienta en los austeros versos de Di Crosta se debilita cuando el poema se abre experimentalmente a la polifonÃa a través del guión de diálogo. Porque allà operan versiones ya muy alteradas del envejecido énfasis posmodernista, lo que además atenta contra la unidad de estilo del libro al introducir modos de enunciación nada irónicamente arcaicos. Gilda Di Crosta es profesora de Letras por la Universidad Nacional de Rosario. Ha colaborado como reseñadora en el Diario de PoesÃa. Trabaja en la editorial rosarina Beatriz Viterbo; en la dedicatoria nombra entre sus maestros a una de las editoras de dicha casa, Adriana Astutti, quien también es profesora de Letras por la UNR, y al poeta Arturo Carrera. Su cuidado primer libro suma un tÃtulo más a la pequeña pero cada vez más prestigiosa editorial porteña Huesos de Jibia, dirigida por el poeta Walter Cassara.
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