En el texto que escribe para su propia muestra individual en el Centro Cultural Parque de España (Sarmiento y el rÃo Paraná), el pintor Daniel GarcÃa (Rosario, 1958) expresa su interés por "lo excluido". La muestra se titula "Bandido" a partir de una de las obras y abarca una selección realizada por el propio autor, que cubre en parte el perÃodo que va desde 2001 a 2009 e incluye pinturas en gran formato, dibujos a pincel y algunas ilustraciones para las tapas de los libros de la editorial rosarina Beatriz Viterbo. La mezcla de piezas, si bien el montaje es prolijo, remite al espacio del taller: coexisten dibujos en papel, de resolución simple y que parecerÃan bocetos de no estar enmarcados, con soberbias pinturas de extraordinaria calidad técnica y estética. Un mural en una de las galerÃas pequeñas sirve de fondo a una selección de dibujos entre los que se destacan figuras de animales.
"En mis cuadros, además, hay cierto elogio de la obsolescencia", declara el artista y curador en otro pasaje del citado texto expositivo. "Esta anacronÃa está buscada mediante la cita (y reactualización) de estilos e imágenes del pasado, tanto de la cultura popular como del arte canonizado". De su serie "Fantasmas", por ejemplo, cuenta que provienen tanto de dibujos animados antiguos y del Pacman como de la obra de Marcel Dzama: fórmula posmoderna de cruce entre lo "bajo" y lo "alto" que en la pintura de GarcÃa adquiere el particular encanto de la nostalgia. Es la belleza melancólica de los carteles desteñidos, inmunes a los cambios de la moda, irresistibles a fuerza de anacronismo. A la ilusión de "obsolescencia" la logra GarcÃa simulando óxidos y otros estragos con su proverbial maestrÃa en el dominio del trompe l'oeil y los efectos de decadencia. En ocasiones el recurso funciona deliberadamente como las rayas del celuloide en una pelÃcula vieja, que ponen en evidencia el dispositivo de la representación.
Entre los "excluidos" y/o "obsoletos" que desfilan por esta impactante muestra se cuentan las pin ups o chicas de almanaque, las tapas de antiguas revistas de ciencia ficción, los moldes para dentaduras; muñecas vivas cadavéricas, calaveras, fetiches sadomasoquistas como correas o púas, estampas chinas, cicatrices quirúrgicas, fotos de criminales y todo un museo de cera o tarde de matiné; en suma, aquella chatarra cósmica de mediados del siglo veinte. Lo lóbrego, lo amenazante, lo pesadillesco; la náusea y el vómito, el dolor y su memoria; el terror a ser tomado como objeto, como asà también el motivo de la maraña (encarnado en serpientes, tubos digestivos o laberintos) son algunos de los climas y temas que surgen de las imágenes provocadoras y los colores enfermos de la pintura de Daniel GarcÃa.
También están presentes el grotesco y el humor negro, como en la gran pintura satÃrica "Somebody put something in my drink" (2007) ("Alguien metió algo en mi trago"), que se apropia de la estampa japonesa para despertar a la vez risa y compasión por un personaje. Un retrato de la fotógrafa Nancy Burson preside una de las salas. Una mano Philip Guston cosecha 1970 sostiene una tuca en el arte de tapa de Rocanrol, novela de Osvaldo Aguirre. Este original forma parte de un montaje de trabajos para Beatriz Viterbo donde también hay guiños más que obvios a Guillermo Kuitca, Max Beckmann o Jasper Johns. Prevalece, sobre todo en los grandes lienzos de Daniel GarcÃa, una estética de pintura latinoamericana, o lo que los estadounidenses entienden por pintura latinoamericana: lo tremendo y pauperizado, aludido con elegancia y erudición. Como si los espectros de Kahlo y Rivera recorrieran América cual imagos parentales (y cada pintor latino fuera hijo de ambos).
El tÃtulo de la muestra, según GarcÃa, remite al perseguido por la ley. El texto es amargo y deja leer entre lÃneas la autocompasión persecutoria que parece haberse apoderado de los pintores rosarinos desde 1999 a esta parte. El sÃntoma es un comprensible efecto del accionar de instituciones locales perversas cuyo modo default de tratar con los protagonistas de la cultura es fingir ignorarlos. Pero, ante las pocas instituciones que tienen una actitud más sana, la reacción de los artistas se parece a aquel famoso chiste de Groucho Marx: no quieren pertenecer a un club que los acepte como socios.
De nada parece haberle servido al pintor el que apenas nueve años antes el CCPE haya albergado una muestra suya de similar envergadura. O haber participado con algunas de estas obras en la magnÃfica exposición colectiva La espiral de Moebius, también en el CCPE, hace dos años. O haber participado de las bienales de Venecia y de La Habana hace doce. O que la crÃtica, tanto local como porteña, lo haya elogiado. Ni todo lo que se supone que vendió, dado que muestra aquà apenas lo que quedó en su taller. No, está amargado y aprovecha la ocasión para denunciar un estado de cosas que algunos creen universal (las instalaciones y las fotografÃas se han apoderado de los museos, donde la pintura es anacrónica, etc.) sin percatarse de que ninguna de esas quejas tiene asidero más allá de la Avenida Circunvalación.
Y las pinturas de gran formato sobre lienzo que muestra Daniel GarcÃa son excelentes, perfectamente vendibles en cualquier ciudad que tuviera galerÃas. Más allá del gesto autoritario de no convocar a nadie que escriba ni abrir el diálogo con los crÃticos, gesto que habrÃa que ver si no procede acaso del mismo Centro Cultural, la decisión del artista de curar la propia obra es loable y lo que escribe es muy interesante, al menos cuando se ocupa de ésta y no de otros fantasmas. Aunque sà dialoga con artistas: el sábado 12 a las 19, en el CCPE, hablará de pintura con Tulio de Sagastizábal.
Se podrá recorrer hasta fines de febrero este imaginario sólido y rico en obsesiones, que seduce con su magia melancólica. La exposición perfecta para visitar un domingo de verano por la tarde. Y deprimirse. Y disfrutarlo.
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