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Miércoles, 27 de enero de 2010
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LITERATURA. Acá no hay donde, la segunda novela del rosarino Luciano Trangoni.

Un melodrama perfecto para la época

El libro es un mural de sufrimiento humano desconsolado, construido al modo de películas como Amores perros, con un montaje impecable, en ocho tramos pulcramente concatenados, y miradas que hacen que no decaiga nunca el suspenso.

Por Beatriz Vignoli
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Luciano Trangoni publicó también Los zapatos de tus muertos.

La saga de cómo llegó a la redacción de este diario Acá no hay dónde (Rosario, Ciudad Gótica, 2009), la segunda novela de Luciano Trangoni (Rosario, 1974) podría ser el argumento de un relato de ficción. "Estimada Beatriz Vignoli: Mi nombre es Luciano Trangoni. Como habrá notado, soy escritor. [?] He estado cerca de dos meses tratando de ubicarla, sin ningún éxito, a fin de solicitarle que tenga la amabilidad de leer la novela Acá no hay dónde, para escribir luego una reseña en el Rosario/12. Esta novela ha merecido elogiosas palabras de...".

La novelesca carta que acompaña el libro es por demás amarga para un desconocido a quien se exige un "favor". Y falta un dato crucial: no se trata de una primera novela. Pero nada en las páginas del libro adjunto, luego de haberlo leído íntegro de un tirón, permite siquiera barruntar por qué oscuros motivos su autor, en lugar de acercarlo al diario y dejarlo en manos del redactor de turno a cargo de la sección Cultura, convirtió su nombre y apellido en una pesadilla para los Vignoli de la guía telefónica (Trangoni no cejó y consiguió una dirección de correo electrónico, medio por el cual se le informó al fin del procedimiento correcto). El secreto se encuentra en la solapa.

Porque la primera novela de Luciano Trangoni (editada, al igual que ésta, por el sello local Ciudad Gótica) se llama Los zapatos de tus muertos, salió en 2006 y, según ironiza la solapa de la novela nueva, "recibió excelentes críticas de sus lectores, quienes recomendaron el libro de boca en boca". De los medios, ni noticias; se explica la desesperación. Sin embargo ésta otra, contra toda expectativa, resultó bastante buena. El interés que despiertan las peripecias de sus personajes, todos seres comunes y corrientes, revela una notable maestría narrativa. La tendencia a manipular, tan contraproducente en el género carta y en la vida real, en la ficción se traduce en eficacia.

Las referencias que vienen a la mente no son literarias sino cinematográficas: Shortcuts, de Robert Altman, pero sobre todo Amores perros y 21 gramos, de Alejandro González Iñárritu. En los dos filmes del mexicano parece haberse inspirado no sólo la anécdota central, sino la técnica narrativa de Trangoni: un montaje impecable, en ocho tramos pulcramente concatenados, cada cual con su punto de vista, que hace que no decaiga nunca el suspenso. La novela, al igual que esos dos filmes, es un mural de sufrimiento humano desconsolado. Por el lado literario, a pesar de su oficio, si a algo se parece Acá no hay dónde es a aquellos cuentos melodramáticos, moralistas y folletinescos que salían en las revistas de comienzos del siglo pasado, de consumo femenino masivo, y que hoy hacen las delicias de los expertos en estudios culturales.

Trangoni, como González Iñárritu, reinventa el género melodrama al construirle un montaje que hace que las desventuras de sus personajes fluyan en rizoma, a partir de un accidente trágico que es narrado de tal manera que salta al primer plano la pregunta por la responsabilidad. Los personajes no se la hacen: son especimenes de una humanidad descarriada, que hace prevalecer sus sucios deseos por sobre sus deberes parentales, y así les va. El autor no los dota de capacidad alguna de reflexión sino que los deja desbarrancarse, en una trama sólida, por la pendiente de sus convergentes desgracias.

Un desocupado que insiste tozudamente en una vocación actoral sin esperanzas; una esposa que no se decide a abandonarlo; un borracho celoso y maltratador; su mujer infiel y madre desnaturalizada; una pareja homosexual de drogadictos asesinos y vagos; niños o ancianos que son víctimas de los pecados de sus padres, hijos o vecinos: todos ellos desfilan ante el lector mezclados en el vértigo de sus desdichas que se potencian, y cabe aclarar que afortunadamente no es el autor quien distribuye sobre ellos estos epítetos sino el lector, a quien se le cede el lugar de juez. El nudo que los ata es un accidente en el que muere una joven mujer embarazada. Casi todos estos personajes tienen la edad aproximada del autor: se hallan en la treintena, ese momento en que los aficionados a la astrología dicen que sobreviene "el retorno de Saturno", es decir, un mazazo cósmico que destruye de modo fatal la vida construida hasta entonces.

Casi todos ellos son además de clase trabajadora y viven, para colmo de males, en una Rosario ficcional que les presenta un dilema de hierro: ser esclavizados por alguna empresa "multinacional" (a lo que, en general, se resisten, siendo ésa toda su capacidad política) o languidecer de hambre, vergüenza y ruina generalizada por defender una vocación literaria o artística con irracional empecinamiento. Ante semejante panorama, sin salida, comienzan a cometer errores en cascada: mínimos, al principio; después, gravísimos. Junto a su desidia, los aqueja una hipersensibilidad increíble ("La palabra lindo me dio ganas de vomitar y, como de costumbre, comencé a padecer mis habituales palpitaciones"), rica en síntomas de una desesperación soterrada que aflora en el cuerpo. Y Trangoni se limita a mostrarlos, con una voz distanciada, casi cinematográfica.

La pintura es bastante real, y muy "actual". Su trasfondo naturalista es el de los temas candentes en la agenda mediática. La novela pone el dedo en la llaga de cuestiones como la inseguridad, la precariedad laboral, las adicciones y los trastornos de la alimentación. El cuerpo de los personajes de Trangoni habla cuando sus voces callan: ninguno parece ser capaz de decir que no a nada ni a nadie. Al fin esas neurosis mudas se cobran todo, incluidas las vidas de los seres queridos. Todos caen por una pendiente empinada, hasta que están al horno. El desastre al que llega cada uno de ellos los deja sumidos en una indefensión que, con suerte, logran expresar mediante el llanto. Sergio, el más lúcido de todos ellos (aunque no por eso menos impotente que los demás cuando las papas queman), lo resume así: "Un rato después me dije que un hombre no está obligado a llorar por aquello que no está en condiciones de comprender".

En síntesis, he aquí el pulpo multiforme de la Desgracia. Trangoni ofrece en su segunda novela un melodrama cubista, que es a la vez un intento de retorno a la tragedia clásica. Pero a diferencia de los héroes trágicos clásicos, quienes, en el tardío instante de la anagnórisis (literalmente: la no ignorancia, en el griego antiguo de Aristóteles) comprendían la relación de causa a efecto entre sus yerros y las consecuencias catastróficas e irreversibles de los mismos, acá no hay quinto acto. Estos treintañeros sin ningún control sobre sus vidas no despiertan compasión, pero son muy creíbles. Al cierre de esta nota, azares o errores lamentables determinaron que la Hiena Barrios produjera un luctuoso hecho parecido al que se relata en el libro. Acá no hay dónde es el melodrama perfecto para la desencantada Argentina post política y post psicoanálisis: un infierno donde el mal se hace carne en el cuerpo y nadie logra pensar ni cambiar.

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