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Miércoles, 12 de mayo de 2010
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"Al mundo nada le importa", cuentos de la antropóloga rosarina Isabel Hernández

Un libro dentro de otro libro

Especializada en los derechos humanos y la identidad de los pueblos indígenas, Hernández es además una notable cuentista. Señala, con elegancia de dama del crimen, las ambivalencias que anidan en las relaciones más íntimas y misteriosas violencias.

Por Beatriz Vignoli
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Hernández se destaca por el uso de la tercera persona.

El próximo lunes a las 20 se presentará en Rosario, en el marco del Congreso de las Lenguas, Al mundo nada le importa (Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 2008), libro de cuentos de la antropóloga rosarina Isabel Hernández. Especializada en los derechos humanos y la identidad de los pueblos indígenas, la autora cuenta con una amplia y reconocida trayectoria académica internacional en investigaciones que apuntan a la comprensión de los problemas sociales con un enfoque interdisciplinario. La más reciente de sus numerosas publicaciones científicas es una obra premiada, coedición de CEPAL Naciones Unidas y la Editorial Pehuén de Chile, titulada Autonomía o ciudadanía incompleta: el pueblo Mapuche en Chile y Argentina. Como cuentista, desde 2007 Hernández también ha obtenido importantes distinciones por algunos de los cuentos recopilados en este libro. Actualmente reside en Santiago de Chile.

Dijo una vez Gastón Bachelard (el dato es cortesía de Emilio Bellon) que su obra analítica y lógica era el lado diurno de su producción y su obra más intuitiva y subjetiva, el lado nocturno. Que un libro de cuentos de una antropóloga que ha trabajado para varios organismos de las Naciones Unidas se titule con un verso, tomado de ese himno al desencanto que es el tango "Yira, yira", que alude a la indiferencia del mundo ante el dolor humano, evoca una dualidad Jekyll y Hyde por el estilo. Pero el caso es que Al mundo nada le importa tiene, además, varias caras. Una de ellas habla desde lo más oscuro y hondo del corazón humano y señala, con elegancia de dama del crimen, las ambivalencias que anidan en las relaciones más íntimas: padre e hijo, marido y mujer, amantes, y donde las pasiones a veces se desatan trágicamente y otras alcanzan el equilibrio. A esa saga, que incluye misteriosas violencias, iniquidades invisibles e instantes de seducción y ternura, pertenecen: "La mirada tan temida", "Punto de fuga", "El perímetro del siniestro", "Gana la banca", "Todo se pudre", "Despedida", "Oscuro y sin flores", "Prodigios y mentiras", "Schumann fusilado", "Olivas y rosas".

Algunas de esas historias son observadas desde el punto de vista de, o tienen como testigo casual a, un sujeto subalterno en función servil, cuya humanidad Hernández destaca desde su magistral uso de la tercera persona omnisciente o el algo más riesgoso empleo de una primera: "Como un surubí", "El retrato de Santiago", "Había estado en la selva". El arte de Hernández, quien parece tener bien sabido su manual de la teoría del iceberg de Hemingway (aquella que decía que el noventa por ciento de un cuento está bajo el agua del relato), consiste en dejar fuera del cuadro el crimen o el desastre, como hacían los dramaturgos griegos clásicos. En este caso, oficia de mensajero algún indicio o rastro.

Con todo esto bastaría para hacer un buen libro de cuentos, sin más. Pero está ese libro dentro del libro que es donde se encuentra lo más logrado de esta obra, y que, si bien consta de apenas un puñado de relatos, se trata de textos que alcanzan cierta grandeza. El que cierra el volumen, "El tren del General", apela a una voz inocente para narrar con ironía dramática y naturalismo neorrealista la caída del primer peronismo con el golpe del 55, y podría figurar en cualquier antología junto a "Esa mujer" de Rodolfo Walsh. (También en esta presunta clave autobiográfica discurre la abuela española de "Sin agua y sin pesetas", una rotunda épica de inmigrantes quizá nutrida del relato familiar). Y en la breve comedia negra titulada "Sardinas no, anchoas sí" (y que pide tablado o celuloide a gritos: guionistas, tomen nota), el costumbrismo contemporáneo se acentúa para representar el habla rioplatense de los argentinos de una generación de un modo muy creíble; estas voces cuentan en clave de grotesco un hecho tan absurdo como trágico, donde se invierten los términos del imaginario sobre la última dictadura y la madre de un exiliado es secuestrada por los represores mientra que el hijo se salva.

La culpa del sobreviviente es una constante, y es el tema en "Carta por mi cumpleaños"; allí aparece la cita que da título al libro. Este cuento trata con compasión ejemplar el tema tabú de los presuntos delatores. Aquí la verdad del culpable (narrada a quien ya no puede oírla) es la de alguien que no delató, pero tampoco avisó a los compañeros para salvarlos. Es un drama ético existencialista como el que planteaban los cuentos de Jean Paul Sartre.

La reseña se cierra como un círculo al abordar un tercer grupo de cuentos, que es donde los datos de la investigación científica nutren la ficción y parece haber un propósito bien definido: indagar en la subjetividad de los protagonistas subalternos de la historia. Son cuentos con un programa político, donde las víctimas del genocidio mal llamado Campaña del Desierto o los contingentes de aborígenes utilizados como carne de cañón en las Invasiones Inglesas (el lado oscuro del Bicentenario) son presentadas en toda su humanidad, como hombres y mujeres con sus deseos, amores y odios. Se tiende a pensar en los pueblos originarios como grupos y no como individuos; Hernández, en "Copihues rojos secos" y "Romance para el tehuelche" rescata esta dimensión invisible del individuo aborigen con maestría narrativa y precisión referencial.

Similar intención se presiente en "Yasín no debe pensar en Yasín", donde el lector se enfrenta a una empatía total con el otro, con ese otro de toda alteridad propio de este siglo, que es el sujeto del acto terrorista islámico. Y donde se lee, al trasluz, otro sujeto: el de la violencia política insurgente latinoamericana de los años setenta. A la pregunta que muchos se habrán hecho, ¿en qué piensa un atacante suicida?, Hernández responde con una prosa musical que en nada, que no piensa, que su no pensar es parte de su disciplina altruista.

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